Alberto González, con uno de sus productos ‘Pigdemont’.

AD.- Es íntegro y es auténtico. Y no un militante de Vox cualquiera. De entrada ha sido el coordinador más combativo y auténtico que ha tenido la Gestora-okupa en la provincia de Málaga. Por eso le echaron. Enfrentarse al lobby gay y a la mafia del ladrillo le costó muy caro. Nunca la política sería capaz de romper una lealtad si se asienta sobre pilares que sean sólidos. Los de Alberto González lo son. La lealtad interesada que descansa sobre muros de paja es otra cosa.

El ex coordinador de Vox en Mijas es un hombre afable, campechano y sencillo. La sencillez nada tiene que ver con la simpleza. El hombre sencillo es el que sublima las cosas sencillas. El hombre simple es el que presume de una condición sobrevenida, no ganada. En la sencillez de Alberto radica su grandeza humana.

Hay coincidencia al ponderar las virtudes humanas de este empresario de 53 años: Alberto no es un rastrero, ni un traicionero, ni un crápula, ni esconde entre líneas un lado oscuro, ni sobrevive en la falsedad como el parásito social sobrevive a costa del Estado. Porque Alberto es cabal y sincero, muy sincero. Y no son estos los valores con los que se pueda llegar muy lejos en algunos partidos. Vox mismamente. Alberto González sabe lo que es pagar una nómina, ha montado empresas y dado trabajo a muchos malagueños cuando muchos vegetan al son de la mamandurria heredada mediante robo.

Más allá de que no lo necesite, Alberto merece que se le reconozca gallardía, sinceridad, honestidad sin tacha, compromiso con la palabra dada y capacidad emprendedora, valores no supuestos sino probados.

Alberto odia el “yeso”, los puticlubs, los intercambios de pareja, la carne y el pescado en el mismo plato, el culo adiposo del “mocito feliz”… Una sociedad se perfecciona con gente íntegra y decente como Alberto González. Sirvan estas líneas de justo reconocimiento al político cabal y al leal amigo.