La policía ideológica del globalismo socialista
Raul Tortolero.- Hoy en día vemos cómo en diversos países de Occidente -en Estados Unidos, en Canadá, en México, en Argentina, en Colombia, en España-, diversas instituciones, ministerios de la Mujer, secretarías de “género”, de “salud reproductiva”, comisiones de “derechos humanos”, universidades públicas, actúan en los hechos como policías ideológicos que buscan imponer una forma de pensar única, y persiguen, denostan y “cancelan” a todo aquel que ose disentir de la dictadura de género y su perniciosa agenda globalista.
Se trata de las nuevas “guardias rojas” del marxismo posmoderno, del globalismo socialista, que asumen los postulados de “género” con el fervor de una nueva religión por la que inmolarse, y con los que desean sustituir a los valores tradicionales de Occidente, que asumen como parte de un pasado que merece ser borrado.
En Ontario, Canadá, a mediados de 2017, se aprobó la ley 89, que también se conoce como “Acta de protección a infantes, jóvenes y familias de 2017”, con 63 votos a favor y 23 en contra.
Esta perniciosa ley permite al gobierno despojar del derecho natural que tienen los padres de familia a la patria potestad si no están de acuerdo con la ideología de género, en caso que alguno de sus hijos supuestamente manifestara una orientación sexual diferente a la heterosexual.
La ley establece que las trabajadoras sociales y los jueces tomarán en cuenta ciertos factores para decidir si los padres conservan a sus hijos, o los envían con tutores asignados por el Estado: “Raza, ancestros, lugar de origen, color, origen étnico, ciudadanía, diversidad familiar, discapacidad, credo, sexo, orientación sexual, identidad de género y expresión de género».
Un buen ejemplo de un “policía de género” neo-maoísta es Michael Couteau, quien se desempeña como “Ministro de Servicios para la Infancia y la Familia”, y es coautor de la ley 89.
Couteau señaló que considera como “discriminación” y “abuso” de los padres contra sus hijos si les dicen que deben hacer las cosas de forma distinta en un tema de género. Es “una forma de abuso cuando un niño se identifica de una manera y se le dice: ‘No, debes hacer esto de manera diferente”.
Por supuesto que esa ley cuestionable sólo está pensada para pasar de ser heterosexual a homosexual, pero nunca en sentido inverso: la policía de género es activista de la agenda LGBT, no es que proteja ningunos derechos humanos, ni mucho menos.
Los globalistas, totalitarios, y sus delirantes policías de género -sus guardias rojas marxistas posmodernas-, quieren promover la homosexualidad no porque les importen un pepino los “derechos humanos”, sino porque la usan como instrumento para controlar la natalidad.
Tal es la verdadera causa oscura, que, al igual que el aborto, desde los setentas aplican los globalistas, líderes sin escrúpulos, sin moral, que sólo piensan en cómo evitar sobrepoblación en países en desarrollo para que no se generen y les alcancen en la comodidad de sus países ricos, grandes, impensables olas de migrantes, o bien, enfermedades y otros problemas asociados a la sobrepoblación y a la extrema pobreza.
Quieren disminuir a la población mundial con el aborto, y promoviendo la homosexualidad, a la que ya “sacralizan”. Por ello estos dos factores conforman la nueva normalidad en las ruinas de Occidente.
Las policías de pensamiento no son nuevas. Encuentran un antecedentes muy claro en la revolución cultural china de Mao Tse Tung, quien convirtió a sus Guardias Rojas, básicamente jóvenes, en iracundos policías con un brazalete rojo que vigilaban que todo mundo pensara y actuara según un guion establecido por este líder político. Y si no se adaptaban recibirían golpes y la muerte.
Así, los jóvenes Guardias Rojos, entre 1966 y 1976, llegaron a tomar represalias contra intelectuales, comerciantes, disidentes, e incluso contra sus padres y hermanos. Para Mao la prioridad era el poder y el control, y no le inquietaba enfrentar a hijos contra padres y destruir millones de familias. Su narcicismo y culto a la personalidad no tenían límites.
Un muy claro ejemplo de cómo el comunismo intenta establecer vínculos de control entre un Estado todopoderoso y el individuo, separado de su familia, de sus padres, hermanos, o hijos.
El individuo aislado siempre será más vulnerable, y esto le conviene al totalitarismo rojo, antes y ahora. La familia les estorba, igual que la Iglesia, por eso ambas instituciones son vistas como enemigas de las izquierdas, del socialismo y del comunismo.
La Revolución Cultural de Mao intentaba acabar con los llamados “cuatro viejos”, a saber: las costumbres, mentalidad, cultura y hábitos del pasado, de las tradiciones milenarias dinásticas.
Acabando con ese legado de 5 mil años de antigüedad y empezando de cero, siempre siguiendo al “faro” de la supuesta sabiduría de Mao, la sociedad alcanzaría su liberación y podría vivir mejores épocas.
Aunado a estas embestidas de tabula rasa, se luchaba para eliminar todo vestigio de capitalismo y de actuar y pensar “burgués”.
El resultado fue de más de 5 millones de muertos, que se suman a los 30 millones que dejó el “gran salto”, otra iniciativa de Mao para transformar a China en una sociedad industrializada, dejando atrás el carácter predominantemente agrícola del país que fundó en 1949.
Así, monumentos a Buda fueron destruidos, justo como hoy el marxismo posmoderno de los supremacistas indigenistas destruye estatuas de Cristóbal Colón y de otros íconos de la cultura de la hispanidad, o de la raza blanca. Son los nuevos “viejos”.
El carácter maoísta en la actuación de los policías ideológicos de hoy es innegable. Los globalistas han calcado un esquema de la revolución cultural china, con todo y su “cancelación” del pensamiento distinto, para imponer una normalidad que asfixia los verdaderos derechos humanos.
Que nadie crea que el Partido Comunista de China puede ser ajeno a todos estos movimientos neo-maoístas en América y Europa: el principal beneficiario de la decadencia de Occidente es la hegemonía del Dragón Rojo, de China, que se frota las manos viendo cómo la religión y los valores de la cristiandad son carcomidos por estos “softwares ideológicos” de la podredumbre.
No sólo las autoridades se han convertido en el presente en las “guardias rojas de género”, sino miles de activistas de izquierda, supremacistas de la homosexualidad y del feminismo.
Todo lo quieren plantear desde la odiosa “perspectiva de género”, arma del socialismo para dividir a la familia y a la sociedad en hombres y mujeres, poniendo a pelear a unos contra otros, argumentando abusos ancestrales que sólo atizan el odio social, como les enseñó su padre Marx.
Por eso nuestra resistencia debe ser planteada en todos los frentes: en la casa, en la escuela, en el trabajo, en las calles, en los medios, en las redes sociales. Y de forma integral, sumando la cultura, la ciencia, la filosofía, y la religión.
No hay guerra cultural que se pueda ganar jamás sin la religión. La desacralización de la vida cotidiana es producto de la revolución francesa, donde comenzaron muchos de los serios males que hoy nos aquejan.
Donde sea debemos luchar por la preservación de nuestros valores de siempre, los que no cambian, los eternos. Ninguna policía de género cómplice del Estado nos va a venir a decir cómo debemos educar a nuestros hijos, ni lo que debemos pensar sobre la agenda LGBT, sobre el feminismo, o sobre la nefasta ideología de género. Nuestra fe por delante.