Si no hay llaga, no hay nada
Los secretos siempre acaban por revelar su contenido, pero cuando transcurre mucho tiempo entre el silencio absoluto sobre el asunto en cuestión y la apertura pública de su conocimiento hay muchas posibilidades de que se deformen los hechos y la correcta interpretación de los mismos. A ello necesariamente hay que añadir que necesariamente la irrupción de unos “papeles reservados” no implica su veracidad total, ni siquiera parcial; depende. En los tiempos que corren, más que nunca, cualquier descripción más o menos escandalosa sobre la conducta pasada de alguien es tomada como cierta sin más comprobación ni duda, esa peor versión en determinados casos sube a la palestra y se alza con todo el descrédito que supone. Hablamos, entiéndase- de casos en los que ni siquiera media denuncia policial ni judicial, se da por suficiente la mera declaración publicitada de una parte o de un tercero que lo cuente con mucho o poco sustento.
Sobre el Rey Juan Carlos I circula todo tipo de murmuraciones y hasta presumidas imputaciones, pero como ya se ha anunciado la Fiscalía archivará sus investigaciones. Desde luego no es muy factible que este archivo lo sea por simpatía, así que las verdades –como Sto. Tomás- hay que constatarlas metiendo el dedo en la llaga, “si no hay llaga, no hay nada”. Quizá en estos tiempos hay una excesiva afición a novelar –que ya es manipulación- y hacerlo con tendenciosidad, o sea, con finalismo político interesado. La Transición, el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, la búsqueda de la democracia, el impulso constitucional, la vocación de protagonizar una monarquía parlamentaria, la desarticulación “manu militari” del Golpe de estado del 23.F, la representación de España en el exterior de forma brillante, la irrupción de nuestras empresas en las más grandes y complejas obras públicas en los países más importantes, el inmenso prestigio que supo generar y hacer reconocido, tras los tiempos oscuros de la Dictadura, todo ello mínimamente resumido, es una parte de la nutrida, generosa, larguísima e impagable hoja de servicios del Rey. No digamos, además, si contextualizamos cada uno de las aportaciones de Juan Carlos I en el tiempo, sabiendo en qué momento cada cosa, de dónde veníamos y cuál era nuestra realidad nacional. Desde luego muchos lamentamos que don Juan Carlos, hoy por hoy, no esté residiendo entre nosotros, en su país; no compartimos la decisión y abogamos por su regreso inmediato, dicho sea con todo respeto y la comprensión que corresponda.
Puede que seamos una nación con una gran tendencia al individualismo, pero ello no explica que nos torturemos a nosotros mismos como empresa colectiva, siempre comprando las peores versiones –y las más indocumentadas- de todo y de todos, una suerte de cainismo endogámico. Que haya una desagradable y falsa Leyenda Negra no explica que muchos de nuestros compatriotas la asuman como lo hacen. Tampoco contra el Rey o como tantas otras cuestiones. El proyecto de España, de la patria que contiene a nuestros padres y a nuestros hijos, bien merece nuestra lealtad, dudarlo o fallar es de imposible justificación.