AR.- La historia se repite. Se supone que los monárquicos convencidos  deberían tener en el rey emérito una de sus referencias más elevadas e idolatradas. El rey emérito se halla exiliado (basta de sofismas y llamemos a las cosas por su nombre) porque así lo ha decidido la izquierda, en una operación de desquite contra el sucesor de Franco a título de rey. ¿Y qué delitos ha cometido don Juan Carlos para tener que vivir fuera de España en contra de su voluntad? Salvo algún asunto de entrepierna, los órganos jurisdiccionales han dicho que ninguno. ¿Y por qué entonces no se oyen las voces de los monárquicos exigiendo su vuelta? ¿Cuántos monárquicos militantes hay en España? ¿Diez mil, cien mil, un millón? ¿Por qué no se les escucha como se escuchó a la izquierda cuando exigía en las calles la vuelta de los líderes comunistas recién iniciada la Transición? ¿Por qué la misma izquierda que negocia los presupuestos con Otegui ha decidido que lo mejor es que don Juan Carlos arrastre su vejez en países remotos? ¿Lo mejor para quién? ¿Cuántos españoles estarían dispuestos a arriesgar sus vidas en defensa de la Monarquía? Pero sobre todo, ¿por qué callan los monárquicos, por qué han abandonado al hombre que constituye la razón del monarquismo que dicen profesar? Pues porque son igual de cobardes que el resto de la población española que traga con todo sin rechistar.

Los socios de gobierno de Pedro Sánchez ya han dicho que tienen entre ceja y ceja acabar con la Monarquía en España y a ese objetivo han incardinado la larga campaña de demolición contra la institución representada, entre otros, por don Juan Carlos. A muchos les ha indignado esta campaña. A mí me ha indignado mucho más la cobardía de los que dicen ser monárquicos. Ni uno sólo estaría dispuesto a hacer lo que cualquier izquierdista coherente en defensa de sus símbolos. Por desgracia los monárquicos españoles hace tiempo que perdieron el coraje, el orgullo y la fe. La dignidad de los monárquicos, como en general de toda la derecha, ha sido sobrepasada por la ignominia.

No estaría de más que nos preguntáramos si el declive que sufre la Monarquía no tendrá que ver con la pérdida de la auténtica moral noble y fiel del cristianismo y no la de ahora que es débil, amanerada, hipócrita y cobarde, a imagen y semejanza del pueblo español. A la Monarquía ya solo la sostiene su posición epicentral dentro del entramado institucional del que vive y roba la casta parasitaria. Es decir, se mantiene porque su existencia conviene más a los que durante todos estos años han usufructuado la riqueza nacional con total impunidad.

Con tan malos y corrompidos vasallos no se puede llegar muy lejos.