La rebelión es necesaria
En la cotidaneidad nadie parece autoregulado a callar. Es más se escuchan muchas voces, a veces un poco altas, las que hablan indiferenciadamente de todo objeto que casi con envidiable espontaneidad se acerca por un instante, y no exactamente por eso preciso, con una auto-sabiduría inexplicable en la mayoría de los casos de los que dicen. Es casi «natural» expresarse sin censuras externas de lo que fuera, por que se aparece en lo inmediato como libertades de decir lo que fuera. Se siente al hombre cotidiano como una expresión de la libertad que el medio imprime como cualidad. Lo que queda oculto, para los dicientes espontáneos, es que su libertad de decirlo todo es como agua entre los dedos, nunca queda nada. Los discursos espontáneos son más conocidos como opiniones, que para una mente educada en los caminos del pensar, se explica desde siempre en filosofía, solo sirven para ser destruidas.
La ontología de la opinión está vacía de aprendizaje, es una memoria instantánea de lo más recientemente percibido, no contiene la historia del pensamiento construído razonablemente desde 26 siglos a esta parte. Por instantánea contiene la memoria cercana de los acontecimientos de cada corta vida, parecen más relatos de cero plazo y ningún contenido, no ayudan a nadie sino solo al que los habla casi desde lo preconciente, porque se ha percibido de una u otra manera en algún momento, más anterior o más cerca, casi siempre más cercano en el tiempo. Por eso son tan frágiles y tan lábiles que se asemejan más a pasatiempos que a una educación aprendida en la progresión de la propia búsqueda y formación de un pensamiento en nombre propio. Difícilmente una opinión podrá ser fundamentada, y además nada ni nadie se lo exige.
Hay demasiadas formadores de opinión en una cotidaneidad hiperinformada, en lo general de efecto inmediato, otras mejor diseñadas con efectos más sostenidos en el tiempo. Casi todas devienen de paradigmas positivistas, causa y efecto, largamente experimentados en laboratorios instituidos con arreglo a esos fines. Antes, durante y después de la 2da. Guerra Mundial, en Estados Unidos muchos estudiosos pragmáticos entendieron a solicitud de las administración de ese momento, como hacer que los soldados que se embarcaban hacia la muerte en el frente europeo, subieran convencidos y alegres a sus barcos, como un acto sublime de patriotismo, que pensado razonablemente no tiene sentido alguno. Las tecnologías que se desarrollaron es segura que se siguen utilizando en cualquier ámbito que lo requiera.
Ni la muerte decidida por ajenos, no las palabras sublime ni la de patriotismo, contienen sentido esencial, sino recibidas desde algo externo a la propia experiencia, y lo curioso para un pensador que no se deja embaucar, es que surtan efecto. Las opiniones tienen algo de eso, son efectos inducidos hábilmente por constructores externos que objetivan las mentes con arreglo a sus propios objetivos.
Los agentes formadores de opinión masiva ya los hemos enumerado extensamente en capítulos anteriores, y los resumimos en pocas palabras, como todo aquellos exterior que indica que o como debemos actuar o hablar. Y todo es TODO. Tal vez convenga que algún futuro capítulo señale esas partes de ese todo señalador de conductas y opiniones que surtan efectos convenientes sobre el sujeto de la cotidaneidad con arregla a los fines de los factores que los señalan. Seguramente es un capítulo aparte, que convenientemente debería dar cuenta de sus operaciones y efectos de sujetación convenientes a los que lo administran.
Por eso la rebelión es necesaria. El que a su manera, esfuerzo, dedicación y trabajo, pueda dar cuenta (darse cuenta, comprender, relacionar con sus memorias más propias e internas (no llegadas en bandeja de regalo de lo exterior), se convertirá en un rebelde hacia la sujetación de los mecanismos de la cotidaneidad. Entonces puede callar, en principio un actitud inteligente frente a los poderes externos que pretenden sojuzgarlo objetiva o subliminalmente. Pero llegará el día, que en nombre propio y dándose cuenta de todo riesgo, se atreva a ser primero él mismo que la esclavitud regalada desde el dispositivo administrador de la vida y la muerte de los alegres opinadores de lo que el mundo que los rodea les brinda en bandeja de plata para que consuman el tiempo de su vida, tanto como distracción, tanto como adherentes a esos discursos flácidos y sin sentido que se ponen a disposición de cualquiera que no establezca alguna interposición de razonabilidad respecto de sí mismo.
El «señor» camusiano, es una elegancia inteligente que refiere al amo hegeliano y los santos señores plenos divinidad y dogma. Esos «señores» sólo lo podrán ser si hay esclavos. En todos lo tiempos los esclavos eran educados, comprados y vendidos para serlo, y para los amos tienen un precio alto ya que por ellos pueden ser amos, además que lo que hayan pagado efectivamente. El esclavo obedece, ya a los mandatos concretos, ya a los dogmas que la esclavitud supone acción sobre conductas y demasiadas veces sobre sus pensamientos a través de la credulidad, que además generan conductas. Claramente es un dispositivo perverso donde la paradoja de la mutua conveniencia, que bien podría ser eternamente eficiente, tiene un instante de disrupción.
Los amos, tan educado en su rol y sintiendo el poder que su señorío le permite, no demasiadas veces aceptan el trato de obediencia recíproca al dispositivo, y por sus propios instintos, por lo tanto impensados, ejercen sus permisos con objetivos humillantes hacia sus esclavos. Esa pulsión, demasiado humana de sentirse «señor» y por lo tanto superior a los súbditos que ha comprado, es como una clave de la rebelión.
El esclavo que desmiente desde su propia experiencia la falta de razonabilidad de la pulsión del amo, dolido de su vida y de su extrañamiento a la contradicción del convenio que lo encadena, piensa hasta donde puede en sí mismo, y aún a riesgo de su propia vida decide decir NO, hasta aquí llegamos, y se convierte como consecuencia de la paradoja en rebelde. O sobrevivo en una condición más digna, donde la razón señala el respeto a los obedientes, o bien me rebelo, aunque me cueste la vida. Y si sobrevivo seré ya más en mí mismo, y comenzaré nuevos caminos, y me sentiré mejor conmigo mismo. El futuro que quede estará abierto a mi condición de libre por rebelde, de aquello establecido como mecanismo de sujeción, de prioridades y conveniencias al poder del señorío, que usufructúa del trabajo y la vida de su obedientes, mientras se pueda.
Como ya saben que eso será mientras se pueda, aprovechan cada hoy para maximizar su usufructo, saben que es paradójico e irracional, pero mientras surta efecto, acumulan para lo que pueda venir después. No se sabe qué piensan realmente los esclavos amos de los esclavos verdaderos, se saben atados al dispositivo que les conviene, pero también saben que por injusto, paradójico y basado en la credulidad y obediencia de esclavos dolientes, que la rebelión de los que elijan su libre camino destruiría su posición, y lo temen, quizá mientras tanto brindan con sus amigos porque el statu quo vigente sigue rindiendo sus frutos, pizza con champagne.
Sean bienvenidos lo nuevos rebeldes, que resquebrajarán los basamientos de un poder basado en la ilusión y la irracionalidad que aún surte efecto. La acumulación progresiva de rebeldes es una de las opciones más creíble que conduzcan a sociedades mejores, con los valores que el pensamiento en nombre propio reemplacen a los antiguos y a los ningunos actuales. Es un camino posible. Y Nietzshe sonreiría en su altura inmortal que lo predijo, hacían falta dos siglos desde ese momento.
*Doctor en Sociología por la Universidad de Salamanca y teniente coronel de Infantería de la Escala Superior de Oficiales.
Señor Área, predíquelo a los corderitos partidarios del veneno covidiano. Porque en estos no se ve atisbo de rebeldía. Es más, se permiten ser fanáticos para pedir encerrar al disidente, aislarlo y hacerle la vida imposible. Quizá es que no tienen conciencia de “esclavos”. Quizá es que les gusta comer del pesebre todos los días sin salir a trbajar.