“Isle of dogs” o los perros como sujetos políticos en la ciudad
Los animales no humanos son actores vitales en la conformación de las ciudades contemporáneas, ya sea a través de su explotación económica, su exclusión, subordinación, invisibilización o, en otros casos, como símbolos de estatus y poder. Su capacidad agencial sobre la estructura y funcionamiento de las ciudades es una temática escasamente relevada y, así como ocurre con ciertos grupos sociales urbanos, se mantienen en la liminalidad, es decir, en un estado ambiguo de precariedad e invisibilidad, en los bordes del orden social. En un filme de animación de gran calidad técnica, Wes Anderson logra reflejar a través de los perros una problemática muy relevante de la sociedad y la ciudad contemporánea: la segregación social y la exclusión de las minorías, lo cual invita a cuestionarse, entre otras cosas, la naturalización de la idea de superioridad del ser humano por sobre otras especies, y lo que esto representa como desafío para los estudios urbanos.
Diego Irizarri, ante la idea del ser humano como cúspide de las especies, y en el actual contexto de cambios globales sin precedentes, se cuestiona acerca de los fundamentos sobre los que hemos construido la noción de superioridad que nos ha caracterizado ante nuestros modos de relacionarnos con otras especies, generalmente a través de la exclusión, la eliminación y la explotación (zoológicos, perreras y ‘carros de sangre’, entre algunos de los dispositivos más evidentes). La historia animal en las ciudades es una temática de poco desarrollo, pero sin duda que los animales han sido actores muy relevantes para la conformación y funcionamiento de la ciudad contemporánea. Existe una geografía animal en la ciudad, una geografía “más que humana” (Emel, Wilbert & Wolch, 2002), que nos habla de los animales como actores sociales y políticos, y como sujetos activos en la conformación de la identidad colectiva.
En tal contexto, en “Isle of Dogs” (que tomó cuatro años en ser producida), Wes Anderson, con su fascinante creatividad y, por primera vez, con un explícito sentido político, nos sitúa ante una compleja metáfora sobre la sociedad y la ciudad contemporánea, situándonos ante la pregunta: ¿Cuál es el espacio (físico y social) que ocupan los perros en la ciudad?
En esta historia animada, el alcalde de ‘Megasaki’, ciudad distópica y futurista en un Japón imaginario, ha decidido exiliar a todos los perros a la isla de la basura, una isla de extraña geografía donde van a parar todos los desechos de sus habitantes. El primer perro en ser exiliado es Spots, el perro de Atari, ahijado del alcalde, el que forma una comunidad de perros en la zona más alejada de la isla, surcada por montes de basura, fábricas abandonadas e intrincados andariveles y cintas transportadoras que sirven de vehículo para Atari y una jauría de perros que se aventurarán por este territorio para encontrar a Spots.
Mientras Atari y los perros se embarcan en una aventura seguida desde cerca por las fuerzas policiales y la prensa, en la ciudad un grupo de estudiantes inspirado por la valentía de Atari se organiza para luchar en contra de la despótica medida tomada por el alcalde Kobayashi, desentrañando una red de corrupción, manipulación, censura y asesinatos que, ante todo, busca mantener el poder de la familia dominante (algo muy animal, por cierto) y su profunda aversión por los perros.
Así, mientras en la isla se desentraña una búsqueda llena de sobresaltos, en la ciudad se desata una lucha por la reivindicación de los perros, ante la inercia de una sociedad silente y pasiva, subordinada a los caprichos y abusos de una elite privilegiada personificada por el alcalde. Allí, una estudiante intenta junto a sus compañeros ayudar a los científicos que trabajan en la cura para la ‘fiebre del hocico’, enfermedad que el alcalde usa como pretexta para desterrar a los perros, y que lo lleva a anular, a cualquier costo, los esfuerzos por encontrar una solución. En ese sentido, los perros adquieren una potente connotación política y se transforman en un campo de lucha social entre dos proyectos dicotómicos: el autoritarismo excluyente y la comunidad diversa. En esta disputa, la perseverancia y compromiso de la lucha de Atari, los perros, los estudiantes y los científicos, permiten que haya un desenlace satisfactorio para los canes de Megasaki, quienes vuelven a la ciudad a ocupar el lugar que les fue arrebatado.
Al ocupar a los perros como reflejo de las minorías excluidas y relegadas de la vida social, vida que se lleva a cabo y se desenvuelve en la mega-ciudad, Anderson no sólo nos recuerda que en ella, como orden político y social, no hay espacio para la expresión de todos sus habitantes, sino que también nos recuerda que en este escenario, los perros, y los animales en general, son también una minoría en tanto sus posibilidades de reconocimiento social e incluso político han sido bloqueadas por una sociedad antropocéntrica y antiecológica. De esta forma, perros y basura son homologados, son situados por los humanos en una misma categoría y por ende en un mismo nivel de valoración.
Por otra parte, la decisión explícita de Anderson de no traducir las conversaciones humanas, en contraposición a un texto protagonizado por los no-humanos, es una característica sutil pero poderosa de este filme, reforzando que aquí los ‘otros’ no son los perros, sino que los humanos.
No es casual (y esta es quizás la metáfora más directa) que los perros de Megasaki hayan sido desterrados, justamente, a la isla de la basura, ese espacio urbano residual por excelencia para representar aquello que no queremos con nosotros. En ese sentido, los perros son aquí representados en su liminalidad, es decir, en su condición de “borde”, de ambigüedad y precariedad dentro de un orden social que no logra lidiar con su diferencia y que por ende termina relegándolos a su periferia, tanto territorial como simbólicamente. Así, como ocurre con las minorías sociales, políticas, y sexuales, también ocurre con los perros en la ciudad, expresando segregación, confinamiento, e invisibilidad.
Desde esa perspectiva, ¿En qué forma estos sujetos no-humanos son actores con una capacidad agencial sobre la estructura y funcionamiento de lo urbano?, ¿En qué forma el urbanismo contemporáneo ha contribuido a conformar ciudades excluyentes para otro tipo de sujetos no humanos?
Las respuestas a estas problemáticas deberán ser dilucidadas desde un urbanismo que sensibiliza con la otredad y que se cuestiona de forma activa el lugar que ocupan los no-humanos en el entramado de la ciudad, en sus prácticas, imaginarios, economía e identidad.
Ante la necesidad de repensar las ciudades como espacios de diversidad e integración, debe abrirse un camino que sea capaz de integrar, y no excluir, a todos los actores que participan de su reproducción, esto es un desafío de lograr una ética social y ecológica para la consecución de justicia social y ambiental en la ciudad, tanto para los humanos como para no-humanos.
*Doctor en Sociología por la Universidad de Salamanca y teniente coronel de Infantería de la Escala Superior de Oficiales.