Vivimos en una época donde quieren que los sacerdotes se casen y que los casados se divorcien.

Quieren que los heterosexuales tengan relaciones sin compromiso, pero que los gays se casen en la iglesia.

Que las mujeres se vistan como los hombres y asuman papeles masculinos y que los hombres se conviertan en “frágiles” como mujeres.

Un niño con sólo cinco o seis años de vida tiene derecho a decidir si será hombre o mujer por el resto de su vida, pero un menor de dieciocho años no puede responder por sus crímenes.

No hay plazas para los pacientes en los hospitales, pero hay incentivos y patrocinio para quien quiera hacer cambio de sexo.

Hay un acompañamiento psicológico gratuito para quien desea dejar la heterosexualidad y vivir la homosexualidad, pero no hay ningún apoyo de éste mismo para quien desea salir de la homosexualidad y vivir su heterosexualidad y si intentan hacerlo, es un crimen.

Estar a favor de la familia y la religión es dictadura, pero orinar sobre los crucifijos es libertad de expresión. Si no es el fin de los tiempos, debe ser el ensayo.

La codicia sigue siendo la causante de los grandes males de este mundo. La codicia, o el afán obsesivo por mantenerse en el poder y rodearse de bienes y dinero, tal como están haciendo nuestros políticos, es la causa principal de los problemas de nuestra querida España.

La codicia no conoce barreras y arrasa cuanto se pone por delante con tal de conseguir su fin: la consecución máxima de bienes y dinero en el tiempo más breve posible, caiga quien caiga.

Este afán desmedido de poseer es, sin duda, un tsunami devastador que destruye la convivencia y la paz entre las personas y los pueblos.

¡Feliz 2022!