La disputa de Tortosa: La obra evangelizadora (el gran Concilio para atraer a los judíos) de Benedicto XIII
Siendo todavía D. Pedro de Luna el cardenal de Aragón, ejerció durante diez años una exitosa legación en Aragón y Castilla para atraer a esos reinos a la obediencia de Aviñón, representada por el papa Clemente VII. Fue entonces cuando mantuvo una disputa pública en Pamplona con el reputado rabino Shem Tob Ibn Shaprut. Fue el mismo rabí el que recogió los argumentos de la discusión -sobre el pecado original- en uno de los libros de su obra polémica Eben Bohan: “Debido a que la fe cristiana depende de la venida de su Mesías para expiar la culpa del primer hombre, me pareció conveniente aducir aquí la disputa que tuve con un gran sabio, eminente señor, D. Pedro de Luna, cardenal de Aragón, en Pamplona, delante de los obispos y numerosos sabios, en su palacio”. Dicen que el futuro Benedicto XIII salió derrotado dialécticamente en aquella ocasión… Pudo hasta ser lógico el resultado: la formación del cardenal era jurídica, no teológica ni escriturística. El rabino Ibn Shaprut puso en boca de D. Pedro de Luna estas palabras: Sabía que ibas a ser sagaz en las respuestas. No tengo una contrarréplica que se imponga a tus palabras. Pero mi fe es verdadera según la tradición que tenemos y si vosotros, los judíos, no creéis, no por eso la fe resulta deficitaria.
Muchos años después, el cardenal de Aragón, ciñendo ya la tiara pontificia, se resarció con creces de aquella derrota intelectual organizando en 1413 una multitudinaria Controversia en Tortosa, la mayor de todas las habidas hasta entonces. Tanto por la cantidad y, sobre todo, por la calidad de los convertidos como por el desprestigio en que hizo caer a los doctores judíos, constituye el más rudo golpe al judaísmo español.
Y es que la cosa venía de lejos… La presencia del pueblo judío en la península ibérica se había convertido en un tema candente desde la época visigoda. Para la Iglesia se trataba de poner todos los medios para lograr, con la persuasión y el convencimiento, la conversión del pueblo hebreo a la verdadera fe, defenderla en los ya convertidos y en los cristianos viejos. En cambio, para el reino visigodo era prioritario conseguir la unidad y la cohesión interna del territorio para establecer una mínima paz social.
Ya los Concilios de Toledo, entre los años 397 y 702, deliberaron largamente sobre la manera de incorporar a los judíos a la fe católica mediante la razón, la persuasión y las disputas públicas. La posición del imperio visigodo -surgido a partir la caída del romano- fue, en general, con respecto a los hebreos, de precaución y defensa, adoptada no por odio racial, sino por necesidad vital. El estado fracasó en el intento de captarlos y falló siempre que se lo propuso, a pesar de todos los favores y privilegios que les fueron concedidos, que acabaron por acusar todavía más esa personalidad “distinta”, que rompía la unidad estructural del pueblo.
Tras la conversión de Recaredo (a. 587) se encontró una organización judía fortalecida durante el periodo de la herejía arriana. Son ahora los prelados y no el rey los que, siguiendo el camino comenzado en el concilio de Elvira, tomaron entonces la iniciativa de proteger la fe católica obstaculizando el proselitismo judío mediante la prohibición de comunicarse con los cristianos.
En adelante, sin embargo, la acción será cada vez más política… Aunque la emprendían casi siempre los concilios, lo hacían a instigación de los mismos monarcas. La presencia judía ya no se consideraba sólo un peligro para la fe, sino una amenaza contra la nación como tal. Fueron entonces los obispos los que templaron y moderaron las iniciativas reales… San Isidoro, por ejemplo, se opuso al edicto de Sisebuto de convertir o expulsar a los judíos y en el Concilio IV (a. 633), presidido por el santo obispo, se inculca el principio, siempre sostenido por la Iglesia, de que nadie debe ser forzado a convertirse.
Concilios posteriores, que presidió San Julián, endurecieron los decretos sobre los judíos a instancias del rey Ervigio, que veía acrecentarse cada vez más el riesgo. Y es que por aquel entonces les había llegado parte del Talmud de Babilonia, soliviantando su orgullo de raza elegida y haciendo más peligrosa su organización. El rey Egica llegó a acusarles de confabularse con regiones transmarinas para la ruina de la nación. Pocos años después (a. 711) algunos destacados judíos cooperaron decisivamente a la invasión musulmana.
A pesar de las disputas y controversias teológicas que, públicamente, convocaron las autoridades eclesiásticas durante más de 300 años entre judíos y cristianos para atraerlos pacíficamente a la fe, la violencia, la desconfianza y el odio llegaron a límites insostenibles, originando multitud de crímenes. Y aunque las conversiones -muchas sinceras, otras por puro interés- fueron numerosísimas por parte de multitud de hebreos, sólo los Reyes Católicos resolvieron la cuestión con el decreto de su expulsión en 1492. Menéndez Pelayo, en su Historia de los heterodoxos españoles, afirmará que gracias a él fue posible por primera vez la asimilación de los innumerables judíos, convertidos en tiempos anteriores, al pueblo cristiano y a la nacionalidad española.
Es en este contexto donde se sitúa la Disputa de Tortosa. No se trataba pues de un hecho aislado, sino una continuación y coronación de los esfuerzos que, durante la Edad Media, había realizado la Iglesia para atraerse a los hebreos e incorporarlos por el bautismo a la fe católica. Benedicto XIII se sentirá continuador de ese afán apostólico que, en la línea de sus predecesores Gregorio XI e Inocencio IV, le llevó a condenar definitivamente el Talmud (código civil y religioso, elaborado entre el siglo III y el V por eruditos hebreos) en la bula Etsi doctoris Gentium.
Fue Jerónimo de Santa Fe (antes Yeoshua ha-Lurquí) quien concibió en 1412, el mismo año de su conversión, el proyecto de atraer a sus antiguos correligionarios a la fe cristiana no por la vía de la violencia y las persecuciones, sino por camino de una persuasión intelectual y espiritual que los convenciera. Médico personal de Benedicto XIII, expuso al pontífice su inquietud y recibió de éste un apoyo incondicional, pues hacía tiempo que se interesaba por la conversión del pueblo judío entre el que predicaba con tanto éxito el que había sido su confesor: el sacerdote dominico San Vicente Ferrer.
Nadie como Jerónimo estaba tan bien preparado para acometer la empresa. Su conversión había sido ardua, madurada durante veinte años de dudas e incertidumbres que se fueron disipando progresivamente hasta alcanzar la certeza del cumplimiento de las promesas del Dios de Israel en Jesucristo, el Hijo único de Dios, muerto y resucitado para nuestra justificación. La esperanza de Jerónimo de Santa Fe era lograr hacer ver a sus hermanos judíos lo que él había visto y aportar la solución que había encontrado a todas las objeciones a las que él mismo se había enfrentado.
El plan primigenio consistía en organizar una disputa de pequeñas proporciones, en Alcañiz, el terruño del converso Jerónimo. Cuando la aljama (sinagoga) alcañizana pidió ayuda a las demás, Benedicto XIII intimó a todas las aljamas de la Corona de Aragón a participar en una Controversia mucho más amplia. En noviembre de 1412 se les propuso la venida del Mesías como cuestión fundamental. Los judíos pidieron tiempo para prepararse y se les concedió. También se les envió el libro de Jerónimo de Santa Fe donde exponía las razones con que iban a ser combatidos. Con una carta a todas las aljamas ordenó el pontífice que enviasen cada una de dos a cuatro de sus sabios a la corte pontificia para participar en la gran Controversia. El tiempo que faltaba hasta el inicio de la asamblea el 7 de febrero de 1413 lo emplearon los judíos en evitar la disputa con dinero y razones. El papa Luna no cedió y mantuvo la convocatoria…
La víspera del comienzo de la Disputa Benedicto XIII recibió en audiencia a los rabinos judíos, los más prestigiosos de Aragón. Habló en nombre de todos Vidal Benveniste de la Caballería (curiosamente el mismo apellido que el actual obispo de Tortosa, D. Enrique Benavent), que luego se convirtió con toda su familia a causa de las razones esgrimidas en la Controversia. El papa, por su parte, les exhortó a no temer nada, dándoles la seguridad de que no recibirían ningún engaño ni injusticia, promesa que cumplió fielmente, dándoles dignas casas para alojarse y los comestibles que, según su religión, pudiesen consumir.
El acontecimiento de la gran asamblea tortosina pondrá de manifiesto la grandeza y magnanimidad de Benedicto XIII. El único de los papas en disputa que se preocupó de hacer realmente de papa, afrontando el problema más grave de la Iglesia de aquel momento, y con mayor agudeza en España, donde además era un problema político, tal como lo sería años más tarde la reforma protestante en Alemania.
Así pues, el 7 de febrero de 1415 comenzó con toda solemnidad en Tortosa la Disputa teológica ante toda la corte pontificia y un numerosísimo público judío y cristiano. Durante los más de dos años que duró la asamblea, el número medio de los asistentes osciló siempre entre mil y dos mil personas, que iban y venían movidos por la curiosidad que despertaba el acontecimiento. Entre ellos una gran muchedumbre de judíos que, procedente de todos los rincones del reino, divulgaban entre sus hermanos de fe todo lo que allí se discutía, fomentando con ello el prodigioso movimiento de conversiones que se produjo, hasta el punto de diezmar y hacer desaparecer definitivamente casi todas las sinagogas de Aragón.
Ya en la 5ª sesión, celebrada el 11 de febrero, los rabinos concedieron que el Mesías había nacido el mismo día de la destrucción del Templo. A los sabios judíos pronto les pesó la concesión hecha: dirigieron sus esfuerzos en las sesiones siguientes a volverse atrás de un modo discreto, hasta que, al fin, en la 9ª sesión, tras una intervención del general dominico, negaron abiertamente todo cuanto habían concedido. Benedicto XIII decidió entonces empezar de nuevo…
A partir de aquel momento todas las proposiciones y razones que Jerónimo de Santa Fe haría a los judíos y las réplicas de éstos se consignarían por escrito, legalizadas por acta notarial. De esta manera se evitaría que en adelante se desdijesen. La tensión intelectual fue en aumento y en la 12ª sesión se produjeron las primeras conversiones: diez judíos notables de Monzón, Mora y Falset y un estudiante talmudista de Alcañiz. El crédito de los rabinos decrecía entre los judíos a la vista de su deficiente argumentación. Muchos hebreos influyentes desplazados a Tortosa abrazaron el cristianismo con sinceridad, debilitando muchísimo el judaísmo aragonés.
Los rabinos quisieron entonces refugiarse en el silencio para no desprestigiarse ante los suyos, que pensarían no que carecían de argumentos, sino que no los querían exponer. Así se abreviaría una disputa ruinosa para ellos y hablando sólo la parte cristiana se convertiría la Controversia en una predicación ordinaria -estaban obligados a escucharla tres veces al año- que podrían refutar luego en las sinagogas sin que nadie pudiese contradecirles. El papa Luna les obligó a hablar… Nunca hubo más libertad de expresión; lo único que faltó es la libertad de callar, pues para eso se había convocado una disputa que de otra manera resultaba inútil. Si los judíos se negaban a admitir que el Mesías había venido no era porque las pruebas no fuesen claras, sino porque de hecho veían que, a pesar de todas las profecías que lo anunciaban, el Mesías que ellos se habían forjado todavía no había venido y, por consiguiente, ante ese hecho no les quedaba más remedio que forjar toda clase de interpretaciones, forzando los textos de la Escritura para compaginarlos con sus esperanzas defraudadas.
Uno de los cronistas de la Controversia advirtió en medio de la discusión que para los judíos es artículo de fe que no ha venido el Mesías mientras estén los judíos en cautividad. Por consiguiente, todo texto de la Escritura lo hemos de interpretar de modo que concuerde con ese artículo. Esa posición, como les señalará certeramente Jerónimo de Santa Fe, no es muy lógica, ya que lo lógico sería formular el artículo de fe de modo que concuerde con la Escritura. Pero lógico o no, sirve para darnos a conocer que las pruebas alegadas por Jerónimo no eran rechazadas por la mentalidad judía porque no fuesen claras, sino porque chocaban con un concepto mesiánico preconcebido. La acertada argumentación del converso demostrando la venida del Mesías en Jesucristo, la virginidad de la Madre del Mesías y el nacimiento de éste en Belén, redujeron a los rabinos al silencio, hecho provocó multitud de conversiones entre los hebreos que asistían a la Controversia y entre los que la seguían a distancia, a través de las crónicas escritas. Nobles familias judías pidieron el bautismo… Después de esto -afirmará el historiador judío Baer- se propagó la desgracia, y se hizo fuerte la mano de la conversión por la separación de muchos y los más nobles jefes de nuestras comunidades… la fe se agotó y muchos hijos del destierro resbalaron sin esperanza.
Los veinte años de predicación previa de San Vicente Ferrer y las razones del converso Jerónimo en la Disputa de Tortosa provocaron finalmente el derrumbamiento de la defensa judía. Las conversiones en masa no se verificaron mientras los judíos esperaban que sus rabinos pudiesen defender o explicar su fe. Sólo cuando ellos voluntariamente renunciaron a su defensa, refugiándose en un doloso silencio, se produjeron las conversiones de comunidades enteras. El judaísmo en la corona de Aragón parecía irremisiblemente herido. Sin embargo, faltaba proceder a la segunda parte de la Controversia: la discusión de los errores del Talmud. Ya no se trataba sólo de persuadir sobre la verdad de la venida del Mesías encarnado en Jesucristo, sino de atacar directamente las posiciones judías.
Mientras Juan XXIII poliquiteaba buscando miserables apoyos políticos y Gregorio XII se encerraba en su precaria legitimidad rodeado de sus nepotes, el celo evangelizador de Benedicto XIII lo calificaba como un pastor diligente y ardoroso. Jerónimo de Santa Fe con su bendición estaba preparado para provocar la práctica desaparición de la judería en Aragón…. Y no por la violencia, sino por la persuasión y el sincero convencimiento.
Excelentes artículos, que honran al gran Papa que Aragón ha dado a la Iglesia Católica, el único, pero sobresaliente y extraordinario.
Espero que se publiquen pronto en formato libro, pues somos muchos las personas interesadas en adquirirlo.
Mis felicitaciones a don Custodio Ballester Bielsa (¿antecedentes familiares en el Alto Aragón?) por la gran labor que realiza, dando a conocer a un gran Papa, al que el actual no le llega ni al betún de los zapatos.