Nada que defender, todo por reconquistar
Resulta ya evidente que la sociedad occidental está sumida en la más absoluta de las crisis morales, pues la revolución ha avanzado a pasos agigantados, así, el aborto, la eutanasia, la ideología de género, el olvido más absoluto de la religión, la explotación laboral, la mercantilización de la sociedad, la corrupción moral, la manipulación de los medios de comunicación, el empobrecimiento de la educación, y tantos otros males, determinan una situación sin precedentes en la historia del Occidente Cristiano.
Ante esta situación podemos decir que ya no estamos en una guerra defensiva, ya ni siquiera estamos instalados en la última trinchera, pues ya no hay nada que defender, y sin embargo tenemos todo por reconquistar.
Esa reconquista será breve o larga, pero resulta necesaria, y España ha de marcar el camino para el resto de Occidente, pues en nuestra historia fuimos los únicos que ocupados e invadidos por el Islam supimos volver a recuperar nuestra libertad restableciendo con sólidos fundamentes la verdad del catolicismo.
Recordemos que el norte de África regaló a la primera cristiandad personalidades como Tertuliano, Cipriano de Cartago y Agustín de Hipona, sin embargo, perdida por el avance del árabe jamás volvió a ser recuperada, y aunque España era la llamada a seguir su reconquista la providencia divina decidió que la fuerza y la vocación hispana se dedicara a la cristianización de un nuevo mundo, y a luchar contra el enemigo interior que destruía la unidad: el protestantismo, y así, por cada pueblo que la secta luterana arrebataba a la cristiandad, la hispanidad supo entregar mil pueblo a la Santa Madre Iglesia.
Efectivamente, una vez acabada la reconquista territorial en 1492 España inició la reconquista espiritual, y para ello la providente Reina Católica impulsó la reforma del clero contando con la inigualable figura del Cardenal Cisneros, incorporándose después al esfuerzo reformador San Juan de Ávila, Santa Teresa de Jesús, San Pedro de Alcántara, San Juan de la Cruz y el padre Juan Bautista González, hasta llegar a San Ignacio de Loyola.
Ahora, a diferencia del periodo comprendido entre los siglos VIII y XV, la unidad territorial, aunque en peligro, no está destruida, por lo que se hace necesaria y prioritaria la reforma de las costumbres y de la Iglesia, limpiando a esta última de las influencias modernistas, y expurgando la sociedad del error liberal y del relativismo moral, por lo que es nuestro deber constituir más que una vanguardia, una aristocracia militante, una falange de la Cruz, que ha de empezar su trabajo de restauración mediante la propia conversión de los llamados a formar dicha milicia.