Bolinche
Hoy, pasado el quince de agosto, de caída ya al otoño, pero verano aun de sol claro y temperatura estival he conocido a Bolinche. Es un perro joven, vital y canela, de media alzada tirando a pequeño y de suave pelo. Es tuerto de su ojo derecho y ha perdido una pata delantera, la derecha, igualmente.
Me lo dice una señora del pueblo, sentada en una mesa a la vera de la nuestra, bajo el quitasol que nos cubre y que le aprecia y le tiene ley -es evidente, porque Bolinche está junto a ella- que fue un atropello y que vive cerca de allí, a la vuelta del bar de esta placita elevada unos escalones, en cuya terraza descansamos.
Le he conocido en Almajano, donde nos hemos parado a tomar algo y a hacer tiempo para comer en Renieblas el mejor torrezno de Soria y un sin parigual asado de lechón, y a la vista de la bella y aparente casa fuerte de los Salcedo, uno de los doce linajes troncales de la Soria medieval y otras menos eminentes, pero con señorío y hermosura de siglos. Es la Soria serrana que va hacia Oncala y Bolinche que se pasea de acá para allá, se ha aproximado a recibir mis caricias que ha agradecido con sinceridad y luego ha tenido la deferencia de tenderse a mi lado, distinguiéndome y aceptándome como amigo de toda la vida. Gracias, Bolinche.
Ignoro lo que pasó y cuándo, pero no me cabe duda de que Bolinche sufrió mucho y lloraría, ladraría y protestaría, pero hubo un auxilio humano que hizo frente a esto que le sobrevenía, recogió su cuerpo roto del suelo y hubo amor franciscano y solidaridad con él y desvelos notables que le acompañaron día tras día y le quitaron dolor con arte veterinario y amor, mucho amor. No me cabe duda de que hubo inyecciones, curas y cuidados diarios hasta que pudo enderezarse y aprender a valerse de nuevo en su libertad administrada por él y sus humanos, de la que se le ve gozar, con nuevo cuidado y mucha atención para evitar algo así.
Bolinche, no es medio perro, no se arrastra ni requiere ayuda para valerse. Se balancea al caminar y da saltitos, sube y baja y se acerca confiado a quién le llama. Siento que ahora es más cariñoso con los humanos y nos mete a todos en ese cesto de samaritanos benefactores en el que no estuvimos cuando nos necesitó, pero que asocia con quien le recogió lacerado, le curó, le abrazó, le abrigó, le consoló y le alimentó mucho tiempo. Hubo alguien que le quería mucho, que asumió lo que había ocurrido y se volcó en recuperar lo que quedaba, recomponerlo, darle ánimos en una larga convalecencia y hacerle regresar a su sencilla vida cotidiana de salir y entrar, de andar por ahí y buscar y hallar amigos y caricias. No le faltan ni de los unos, ni de las otras.
Bolinche, el simpático perro, hoy es alguien en Almajano, cuando estuvo a punto de dejar de serlo, en un día aciago y maldito de horrible dolor que no volverá a suceder. De eso ya se ocupa él, que sabe por dónde puede ir y por donde no. A la noche le espera alguien que le alimenta, le facilita agua, calor y abrigo y le acaricia diciéndole cosas y él corresponde con cariño, con mucho cariño agradecido y muy sincero, dormitando a su lado. Es puro amor y gratitud perruna, de la mejor que se despacha.
Mi admiración y respeto por quién le ha recuperado para nosotros y para Almajano.