¿Quién fue San Agustín de Hipona, el más importante de los padres de la Iglesia?
Cada 28 de agosto, la Iglesia Católica conmemora el legado de San Agustín de Hipona, considerado por muchos como el pensador más relevante de la filosofía cristiana. ¡Pero ojo! Hay dos santos con el nombre de San Agustín: San Agustín de Hipona y San Agustín de Canterbury. La gente los confunde con frecuencia. Pero el segundo nació unos 140 años después y fue mucho menos distinguido que su tocayo. De hecho, la importancia de San Agustín de Hipona es tan grande, que se le considera uno de los “Padres de la Iglesia Latina”; que es como se conoce a los cuatro santos que delinearon las bases morales e intelectuales de la doctrina de la Iglesia de Occidente.
¿Quién fue Agustín de Hipona?
Su verdadero nombre era Aurelio Agustino. Nació el 13 de noviembre del año 354 en la provincia romana de Numidia. Concretamente, en la antigua ciudad de Tagaste, sobre la que se asienta la actual Souk Ahras (Argelia). Hijo de un patricio pagano y una mujer cristiana llamada Mónica (quién más tarde sería canonizada por la Iglesia), Agustín no se interesó por los asuntos de la Fe hasta una edad bastante avanzada. De hecho, y a pesar de lo que cabría pensar de un hombre tan distinguido, la realidad es que tuvo una juventud bastante disoluta (incluso llegó a tener un niño bastardo siendo aún adolescente).
Sí que es cierto que siempre se sintió fascinado con la filosofía y la espiritualidad. Por lo que, nada más terminar sus estudios de gramática, comenzó a profesar el maniqueísmo; que es una religión universalista fundada por el persa Mani (215 d.C. / 276 d.C), quien decía ser el último profeta después de Zoroastro, Buda y Jesús. La lectura de pensadores como Cicerón y Platón le hicieron orientarse hacia la posición maniqueísta sobre la dualidad total entre el bien y el mal.
Después de unos años como profesor en Cartago, Agustín se marchó a Milán, donde sufrió una profunda transformación espiritual. Él mismo contaría que, un día cualquiera, mientras meditaba, oyó las palabras de un niño que le decían: “Tolle, lege”, es decir, “toma y lee”. Entonces, Aurelio Agustino cogió el libro que tenía a su lado (la Biblia) y lo abrió al azar. Lo primero que leyó le marcaría de por vida. Se trataba de la Epístola a los Romanos, que reza: “Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer vuestros apetitos”.
La convicción de haber recibido una señal divina (relatada en el libro octavo de las Confesiones) lo decidió a retirarse con su madre, su hijo y sus discípulos a la casa de su amigo Verecundo, en Lombardía, donde San Agustín escribió sus primeras obras. En la Pascua del año 387, se hizo bautizar por San Ambrosio y se consagró definitivamente al servicio de Dios.
Después de la muerte de su madre, acaecida en el puerto de Ostia (Roma) en el año 388, se dirigió a su pueblo natal, Tagaste, repartió su herencia entre los necesitados y fundó un monasterio donde convivió con los amigos que le acompañaron. Y un poco más tarde, en el año 391, viajó a Hipona para visitar a un amigo. Y estando en la Iglesia de la ciudad, los fieles le reconocen, lo aclaman y piden al Obispo Valerio que le haga sacerdote.
Cinco años después fue ordenado Obispo, dirigió la diócesis de Hipona durante treinta y cuatro años. Y su fama se fue extendiendo por todo el Imperio Romano. Su actividad de obispo estuvo en gran parte dirigida a defender la Fe contra diversas herejías, como el maniqueísmo, el donatismo, el pelagianismo, el arrianismo, etc. Y entretanto, el obispo de Hipona dejó una gran cantidad de obras de diferentes temáticas, que son lo que al final le convertirían en uno de los grandes filósofos de la Antigüedad. Especialmente confesiones, que es su obra más famosa.
En sus últimos años, presenció y sufrió las invasiones bárbaras en los territorios romanos del norte de África. Una de ellas tuvo lugar en Hipona, de la que nunca pudo escapar con vida. San Agustín falleció el 28 de agosto de 430, con 75 años de edad. Su cuerpo fue trasladado a Cerdeña… y hacia 725 a la Basílica de San Pietro de Pavía, donde reposa hoy.