AR.- Empezaré diciéndote, Macarena, que hice campaña contra ti en las autonómicas andaluzas y que empujé a cuanta gente pude a que hiciera lo mismo. No fue nada personal. De hecho, no puedo sentir más que simpatía por ti desde que solicitaste a la Mesa del Congreso de los Diputados, el 28 de julio de 2021, la comparecencia en la Comisión de Justicia de la entonces fiscal general del Estado y ex ministra de Justicia, Dolores Delgado, para que explicase los criterios mantenidos y las actuaciones realizadas por la Fiscalía en materia de delitos de odio contra medios como Alerta Digital.

El problema es que te presentabas a las elecciones en representación de un partido al que fui refractario desde el minuto 1, que ha ejercido dócilmente el papel de disidencia controlada, que es parte del problema y no de la solución. Ese mismo partido te tendió una celada, adobada de supuestas buenas intenciones, o al menos tú lo creíste, para que dejaras el Congreso y te presentaras como candidata en Andalucía. Una estrategia tan absurda como si Florentino Pérez traspasara a un equipo de segunda a la estrella del Real Madrid. O como meter un Ferrari por caminos rurales y bacheados. Nadie entendió esa jugada salvo que el objetivo fuese el que ellos creen que ha terminado siendo: tu defenestración política y social. Parece claro que no lo han conseguido.

Durante los comicios andaluces  te disuadieron de que fueras tú misma y te embutieron en un estrafalario disfraz. Una dirigencia que prefirió sacrificar a la reina antes que rendir algún peón, pongamos que hablo de Patricia Rueda, la diputada florero, no es una dirigencia en la que podamos ni debamos confiar. Escribí entonces, y lo reitero meses después, que hiciste una campaña bronca, estridente y con inquietantes tumbos. Eso desconcertó a muchos electores y logró que la campaña fuese para el PP la tormenta perfecta: todo lo que le podía salir bien, le salió; todo lo que podía salir mal a Vox, también.

Estas semanas, sin embargo, estamos conociendo a la Macarena juiciosa, afectiva y brillante que los enanos de Bambú quisieron encerrar bajo siete llaves. Estoy seguro que tus errores en Andalucía fueron producto de tu confianza en gente que no la merecía. No te lo reprocho. Durante buena parte de tu vida, ajena al runrún de los políticos, te preparaste concienzudamente para coronar tus sueños profesionales. Cuando ingresaste en la política (fue Abascal y Espinosa de los Monteros los que te buscaron, no tú a ellos) pensaste que las relaciones humanas que en ella se establecen estaban basadas en los rectos principios prevalecientes en tu vida anterior. Creías estar entre compañeros afines a tus ideales, ajena al instinto carroñero que la mayoría lleva dentro; con personas apegadas al honor. Y te equivocaste. Hasta en las familias mafiosas existen lealtades y reglas morales que en el ambiente donde te moviste, no existen.

La cuestión, Macarena, es que ahora estamos en otro ciclo bien distinto. Las circunstancias, que al principio parecían extremadamente adversas, hoy han permitido que atraigas la ilusión y la esperanza de mucha gente. Visto el vacío político y existencial, los españoles necesitan referencias políticas en las que creer y confiar. Todos nos hemos aferrado a la esperanzadora llegada de uno de esos líderes que Dios regala a sus pueblos más queridos de tarde en tarde. Pero no estoy seguro de que hoy seamos merecedores de la generosidad providencial. El problema es que no tenemos tampoco tiempo para revertir nuestra caída a los infiernos. Y es por ello que, ahora mismo, lo mejor que tiene la derecha identitaria española eres tú.

El 26 de septiembre, abriste la puerta a liderar tu propio proyecto político. Afirmaste que, en caso de que Vox “deje de ser alternativa” en las próximas elecciones municipales y autonómicas, estarías dispuesta a “dar un paso al frente”. Hay una cita de Napoleón que sé que te encanta: “Yo sólo he tenido que recoger las banderas de la Patria que vosotros tirasteis”. Porque, por desgracia para ellos, que no para España, Vox no es alternativa de nada. La negligencia y prepotencia de sus líderes han derrochado en apenas cuatro años el mayor torrente de ilusión que haya despertado un partido político en España desde la muerte de Franco. Vox ha pedido ya a más de la mitad de sus concejales en 2019 y se cuentan por miles los militantes que han abandonado la formación, decepcionados y en muchos casos con la sensación de haber sido estafados. Vox ha execrado el talento en favor del trepismo, la excelencia por la excrecencia, el virtuosismo por la mediocridad, la grandeza humana por el liliputismo moral, y por todo ello ha perdido el derecho a llamarse alternativa de nada. De hecho, lo estamos viendo, a lo más que aspira es a servirle al PP de muletilla. Triste sino el de un partido que venía a regenerar y a salvar España.

La ilusión, como la energía, no se crea ni se destruye, solo se transforma. Que Vox haya dilapidado la ilusión de millones de españoles, no es óbice para que no pueda ser encauzada nuevamente. Por eso el destino te ha elegido a ti para izar las banderas que otros han arramblado. De ti depende mantener vivo el espíritu que alimentó las esperanzas de cambio para España de muchos españoles. Todos tus movimientos hasta ahora han ido orientados a ese propósito. Nadie que piense incorporarse a la función pública hace las cosas que tú estás haciendo. Y las entiendo dentro de un proceso que sigue gradualmente unos pasos. Lo que no entendería es que desbocaras la ilusión que ha puesto en ti tanta buena gente, para fines que no sean otros que el servicio político a los ideales que has proclamado siempre. Esos ideales no están ni estarán nunca representados por los actuales dirigentes de Vox.

Cuando vengas a Málaga el día 28, conocerás de primera mano a mucha de esa gente maltratada, en muchos casos de forma vesánica. Conocerás al ex número 2 de tu ex partido, Antonio Pulido, expulsado por denunciar la presencia en la sede de un perturbado dedicado a mandar videos masturbatorios a jóvenes. Conocerás también a Mateo Moya, uno de los guardias civiles que entraron en el zulo de Ortega Lara para su rescate. Mateo Moya fue militante y coordinador de Vox y se le expulsó sin una sola razón que lo justificara. O tal vez sí: por su amistad con Pulido, como también fueron los casos de Enrique Guerrero, de Carlos Oliva, de “Lele”, de Patricia Coronel y de tantos y tantos que ennoblecieron las siglas del partido verde. De los que decían defender rectos principios, también te podría hablar largo y tendido Alberto González, cesado como coordinador en Mijas tras denunciar la presencia de menores en los actos institucionales del Orgullo Gay. Del respeto a las mujeres en Vox, podrás escuchar el testimonio, bien elocuente por cierto, de Cristina Moya, ex presidenta de las juventudes y objetivo de una brutal campaña de intimidación y burlas en redes sociales, que obligaron a la joven a vivir fuera de Málaga. Como estos, cientos de casos en toda España.

Has generado elevadísimas expectativas porque has puesto en cuestión todos los patrones morales y económicos que constituían hasta ahora los fundamentos del nuevo orden. Frente a los que hacen una defensa histérica de los centros en declive frente al cambio que se avecina, claramente policéntrico y construido sobre los escombros de la dominación del dólar, tú pareces tener claro que esto no es una lucha entre izquierdas y derechas, entre rojos y azules. Lo que aquí se está dilucidando es una verdadera guerra espiritual entre el Bien y el Mal. Tú te has atrevido a poner en evidencia la ilimitada impudicia de nuestros legisladores vendidos al amo globalista; que autorizan por ley el cambio de sexo a los 4 años sin el consentimiento de los padres; que toleran que millones de niños abortados estén siendo diseccionados vivos, almacenados y vendidos en piezas para alimentar a la industria farmacéutica; que dejan morir, solos y abandonados por sus familias, a miles de ancianos; que promueven el polisexismo y criminaliza al docente que antepone la biología al género; que destruyen el núcleo de la unidad familiar y que rinden culto a la eugenesia; o lo que es lo mismo, a la pseudociencia hecha ley.

Es imperio que, en las instituciones se ice la bandera de la regeneración moral contra la “cultura de la nada”, la libertad sin límite y sin contenido, el escepticismo ensalzado como conquista intelectual.

Macarena, has reconciliado a muchos españoles con lo mejor de la condición humana que tú estás representando como líder en ciernes de una nueva opción política. Ante Dios, ante la Patria y ante tu conciencia, no los decepciones.