Ser cristiano y estar en política
A más de uno nos ha dejado buen gusto en el paladar cuando hemos comprobado no hace muchos años el actuar de Angela Merkel, mujer de celosa vida privada, no le gustaba exhibir su condición de cristiana pero cuando algún tema le venía a cuento, hablaba con notable franqueza de lo que implicaba la religión en su actuar político (humildad y nada de delirios de omnipotencia). En sus momentos en Bruselas con Rajoy, toda Europa veíamos en directo cómo las palabras de Merkel chocaban en los oídos del presidente español cargado de un neoliberalismo acentuado.
He sabido de buena tinta cómo esta buena señora, la fe que poseía, iluminaba su actividad política y, en concreto, como defendía todo lo relativo a la vida, era capaz de sobrellevar en sus hombros cómo organizar la convivencia entre las personas de distintas naciones, afrontar asuntos sociales relacionados con la justicia y la solidaridad desde su fe constituyendo así una fuente de inspiración decisiva. Pero ella no sólo era el referente en su tierra. En casi todos los partidos alemanes hemos encontrado creyentes en puestos destacados: la socialista Andrea Nahles, el verde Winfried Kretschmann y, en ocasiones han tenido que enfrentarse a opiniones adversas dentro de sus grupos y han sabido dar ejemplo de coherencia. Su buen hacer y el consiguiente prestigio, avalado por los votos, les han permitido mantener la fidelidad a sus principios.
No me resulta fácil trasladar tal mensaje a la nación española. Un gran número, pero grande, de políticos de “centroderecha” se declara cristiano, pero la coherencia entre fe y conductas deja mucho que desear y, al mismo tiempo, siguen existiendo viejos tics clericales y anticlericales en la actualidad y mucha crispación en la convivencia entre religión y política. El tremendo deterioro de nuestro sistema político podría ser una oportunidad para avanzar en esa normalización. Tenemos claro que la raíz de la crisis no es meramente política, sino ética y moral. No nos basta con modificar la ley electoral, la de partidos o incluso la misma Constitución. El problema es mucho más profundo y…se las trae. Necesitamos políticos con principios, dispuestos a ser coherentes, no darles vergüenza ante la esfera pública la identidad cristiana que posee.
A las alturas que estamos ya vamos lo suficiente escarmentados y hartos de grandes palabras, donde siempre anda a la sombra la dichosa hipocresía, aunque el cinismo es todavía superior. Piensen por un momento que si la ley de la selva tuviese carta de naturaleza, todo estaría perdido. Tampoco se nos debe olvidar ese lema español tan de nuestra tierra: “A Dios rogando y con el mazo dando”.
*Secretario nacional de Formación, Estudios y Programas de VALORES