Patriotismo del hambre, cobardía española
Conocer la historia para no repetirla es una máxima que los distintos gobiernos han aprendido, de tal forma que, mediante dos vías, han conseguido que el pueblo de Ruy Díaz de Vivar, Juan de Austria, Blas de Lezo y Hernán Cortés, entre otros, se convierta en una masa aborregada de analfabetos. La valentía legendaria del pueblo ibérico se ha tornado en miedo a perder alguna de las múltiples ayudas que el estado concede para calmar el hambre y apaciguar voluntades.
El patriotismo termina el mismo día que se recibe el Ingreso Mínimo vital, las ayudas a mayores de 52 años o al alquiler. El orgullo y la testosterona de un pueblo vale como mínimo 463 euros al mes, el mínimo necesario para no levantarse del sofá y salir a la calle a organizar un Fuenteovejuna colectivo.
Y es que nuestros políticos han aprendido y conocen demasiado bien a la masa lanar española; les basta con arrojarle unas migajas, lo necesario para no sentir el pellizco en el estómago del hambre. Somos tan cobardes y tan conformistas que solo protestamos en tascas y tabernas.
Nos han convencido, a base de ayudas, moral laxa y leyes carcelarias, que lo moderno, lo democrático es quedarnos en casa maldiciendo durante cuatro años y esperar a que otros lobos con piel de derecha valiente nos solucionen algo.
La verdad es que nunca hemos sido menos libres, y que con la mayor presión fiscal de Europa, nos quitan el hambre a base de ayudas.
Un pueblo así merece la esclavitud, eso sí democrática, que tenemos en España.