Santa Teresa de Calcuta
LÁGRIMAS: A la luz de una brillante estrella del verano de 1910 vino al mundo Agnes Gonxha Bojaxhiu, conocida hoy como Santa Teresa de Calcuta. De origen albanés y proveniente de Kosovo, quedó huérfana de padre a los nueve años de edad, siendo educada por su madre en la religión católica. Ella misma confesó que pese a ser albanesa, su cuerpo pertenecía al mundo entero, aunque su corazón era de Jesús.
A los 21 años llegó como monja a Calcuta, y aunque ejerció de profesora de Historia y Geografía, muy pronto conoció la pobreza, la miseria y la muerte que asolaba en 1943 la ciudad de Bengala, procedente de la violencia hindú-musulmana, y así comprendió el terror y la desesperación de los más pobres.
A los 36 años, cuando pensaba ya abandonar el convento para ayudar a los pobres, aceptó el encargo de dirigir el colegio de Santa Ana, pues desobedecer a los superiores, hubiese significado quebrantar su Fe.
A los 40 años recibió formación médica básica y adoptó la nacionalidad india, y nueve años después, reunió a un conjunto de mujeres, creando una comunidad religiosa que ayudara a los más “pobres entre los pobres”.
Sin dinero, si hubiera llorado lágrimas, al brotar éstas de sus ojos hubieran sido perlas fecundas capaces de hacer brotar los alimentos y las medicinas del suelo, pero Teresa nos dice: “no dejé que una sola lágrima rodara por mi rostro”.
Su sari blanco de algodón decorado con bordes azules es lo que todos vemos en nuestra mente cuando la recordamos. Cinco rupias tenía cuando se lanzó a cuidar de los hambrientos, desnudos, ciegos, leprosos…
RISAS
A los 42 años, fundó un hospital para moribundos en un antiguo templo de Kali. En 1970 ya habían sido acogidas allí más de veinte mil personas. Cuando el papa Pablo VI viajó a Bombay en 1964, le regaló su limusina blanca, y Teresa empezó a reír. Sus risas no procedían del dinero obtenido por la venta del coche, sino de los niños huérfanos y de los leprosos, que pudieron ser atendidos.
“Jamás he visto cerrárseme puerta alguna. Creo que eso ocurre porque ven que no voy a pedir, sino a dar” y sus lágrimas no fueron de tristeza, sino de alegría.
Con 72 años, en el asedio de Beirut de 1962, Santa Teresa rescató a 37 niños atrapados en medio del enfrentamiento israelí con las guerrillas palestinas. Más risas de alegría de las víctimas. ¿existe acaso una risa más pura que la de los niños abandonados cuando son rescatados? ¿Nunca os fijasteis en sus caritas, tan frágiles, tan necesitados de una caricia?
Y así fue creando más risas en la hambrienta Etiopía, y entre las víctimas del accidente de Chernóbil, y en mil causas más que para nada interesan al “Nuevo Orden Mundial”.
La Santa ganó el premio Nóbel de la Paz a los 69 años, por su trabajo con los pobres de las zonas más marginadas de Calcuta, en India. Y se la conoce como la “santa de los tugurios”. Quiero pensar que lo dicen con buena intención.
Murió a los 87 años y el gobierno Indio trasladó su féretro en el mismo carruaje en el que había sido trasladado Mahatma Gandhi. Siendo honrada por gobiernos y organizaciones civiles de todo el mundo.
Fue beatificada por Juan Pablo II en 2003 y declarada Santa de la Iglesia en 2016.
Y AMOR…
Nos llama poderosísimamente la atención el hecho de que Santa Teresa de Calcuta sufriera por cinco décadas una profunda crisis de Fe. Entonces ¿de dónde sacaba la fuerza y la perseverancia para ponerse totalmente al servicio de los demás?
Pues esta fuerza misteriosa procedía del Amor, sí del Amor. Existen tres Valores Naturales: El Amor, la Verdad y la Justicia; y un Valor Sobrenatural, la Fe. Santa Teresa había visto cómo debilitaba su Fe durante muchos años de su vida, pero jamás flaqueó su Amor al prójimo, y por eso hoy es Santa.
Aprendan esta lección los santurrones de los golpecitos de pecho en las Iglesias.
“Hay males que no se pueden curar con dinero, sólo con amor”
“Ama hasta que te duela. Si te duele, es buena señal”
“No podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con un gran amor” (Teresa de Calcuta, St.)
No puedo terminar sin señalar un parecido que he encontrado entra la madre Teresa de Calcuta y mi querida España. En muchas ocasiones se ha comparado a España con un junco, que ante el viento de la adversidad se dobla, no se rompe, y cuando las cosas se calman, se recupera erguido hasta su posición original. Esto es esencialmente erróneo, los riñones de España no fueron creados por Dios para doblarse. Teresa no lloró, ni se dobló frente a la catástrofe. España tampoco se doblega ante la desgracia, como la falsa historia que nos cuentan pretende hacernos creer.
Cervantes vio a España reflejada en sus molinos de viento. Locura y Nobleza, cogidas de la mano. Decía el tito Juan que para que las cosas se arreglaran, no era suficiente con que las cosas estuvieran mal. Para que en España se arregle algo, es necesario que las cosas se pongan muy, muy mal. Sólo así somos capaces de ponernos en marcha.
Tengo que reconocer que Teresa y España se parecen más a la idea de D. Miguel de Unamuno: que cuando reinan bonanza y tranquilidad, el molino de viento permanece quieto, mudo, rígido, dormido. Pero cuando arrecia el temporal de la ruina y de la desesperación de millones de españoles, las aspas comienzan a ser movidas por el viento de la necesidad y de la miseria, y ese molino que es España recobra la vida, abandonando el sueño secular y en grandioso movimiento, este coloso de la Historia despierta de nuevo. Su sangre vuelve a circular por sus entumecidas venas y con una cólera infinita aparta de un zarpazo terrible a los enemigos que sigilosamente habían venido desangrándola como garrapatas y destruyéndola con trucos que es como los cobardes la han atacado siempre.
Así ha sido siempre España, y con Unamuno, así es como debe ser.