La amenaza de los Doctores Muerte: dispositivos y kits para el suicidio asistido y la eutanasia
Magdalena del Amo.- Morir dignamente es vivir con dignidad los últimos momentos de la vida. Por eso es tan importante la aplicación de una analgesia adecuada en cada caso. Es esencial, por tanto, la investigación y aplicación de cuidados paliativos. Debemos dejar claro que solo las personas deprimidas, que padecen alguna patología mental, que no se sienten queridas o consideran que son gravosas para la familia piden morir, aun tratándose de tetrapléjicos, desahuciados y enfermos terminales. Hay que tratar el aspecto mental y emocional. Psiquiatras y psicólogos tienen mucho que decir y hacer al respecto. Sin embargo, la Cultura de la Muerte avanza a pasos agigantados ante una sociedad insensibilizada, que se desentiende ante los problemas de conciencia. Es la consecuencia de la manipulación de los gurúes y santones antivida al servicio del sistema.
Leíamos ayer una noticia sobre una nueva forma de morir. Se trata de una cápsula, a la que han tenido la poca originalidad de llamarle “Sarco”, una especie de sarcófago desmontable, tipo Ikea, para introducirse a morir, no con los medicamentos protocolarios utilizados para este fin, sino remplazando el oxígeno por nitrógeno, lo cual conduce a la muerte por hipoxia. Aclaran que sin ningún sufrimiento ni angustia, algo que no pueden saber en un momento tan crucial, de ruptura entre el mundo material y los planos sutiles.
El autor del invento es el australiano Philip Nitschke, un viejo conocido al que le seguimos la pista desde hace años y hemos citado en escritos anteriores. Su apodo, Doctor Muerte, es más que merecido. Perteneciente a la asociación Exit Internacional, lleva años inventando métodos para morir, que incluso vende por internet.
En 1998, por influencia de los lobbies de la Cultura de la Muerte, fue reconocido como el humanista del año. Hizo campaña para legalizar la eutanasia en el Territorio del Norte australiano y consiguió que la ley se aprobara, pero enseguida fue derogada. Su obsesión enfermiza le llevó a crear el “barco de la muerte” para que los que desearan morir pudieran burlar la ley haciéndolo en aguas internacionales. También ideó un kit para que cualquier persona pudiera suicidarse sin la ayuda del colaborador necesario. El equipo para eutanasia, como él lo denomina, consta de unos cuantos fármacos y su manera de ingerirlos. Este producto, que vendía a 50 dólares, sin prospecto ni etiquetas, lo distribuía a través del Reino Unido ya que en Australia la eutanasia era ilegal, y también su promoción. (En julio de 2022 se legalizó en todos los estados). A través de su organización Exit International, realiza talleres en los que imparte su técnica a las personas interesadas.
En el 2007 publicó un libro en Estados Unidos que fue prohibido en Australia y en Nueva Zelanda, no por proponer la eutanasia, sino por dar instrucciones sobre la fabricación de fármacos letales. Ese mismo año se postuló como candidato a la presidencia, afortunadamente sin éxito.
Pero el Doctor Muerte por excelencia es Jack Kevorkian, un ser difícil de definir, quien dijo de sí mismo: “Mi especialidad es la muerte”. ¿Puede un médico decir eso? Su vida y sus múltiples servicios en favor de la muerte a petición fueron piedras angulares en la construcción del estado de insensibilización de la sociedad actual y el posicionamiento de los legisladores, presionados por los lobbies.
Kevorkian diseñó una máquina de matar que denominó Mercitrón para practicar el suicidio asistido, e intentó publicitar el artilugio en el boletín del Colegio de Médicos de Oakland County, Michigan, pero el anuncio fue rechazado. No obstante, los medios de comunicación y los programas de variedades siempre a la caza de asuntos morbosos jalearon su máquina de la muerte y le dieron la publicidad que buscaba. Abogaba por la creación de “obitorios”, lugares a donde podrían acudir quienes desearan poner fin a su vida.
Su caso salió a la palestra en 1990 cuando ayudó a morir a Janet Adkins, una mujer de 54 años enferma de Alzheimer en su primera fase, a la que le administró una inyección letal. Este es un caso significativo que conjuga casi todas las objeciones y respuestas. Por un lado, influyó socialmente; por otro, ayudó a sentar jurisprudencia para casos posteriores y, sobre todo, propició la redacción y promulgación de leyes en favor de la eutanasia y el suicidio asistido. Para no hacer el redactado demasiado largo, en un próximo artículo comentaremos algunos pormenores de interés sobre este caso y otros, así como de la personalidad de este médico de la muerte, que bien merece ser estudiado por la psicología y la psiquiatría.
Morir dignamente no es morir sin dolor, pues nadie puede afirmar que no merezca morir de tal modo, sino sólo Dios. Todos somos pecadores y nuestros pecados merecen la penitencia que puede lavar nuestra alma de esas manchas espirituales.