Dalí explica la guerra civil
Los dos mayores artistas plásticos de España en el siglo XX, Dalí y Picasso, dos luces que brillan con luz propia en esa Edad de Plata de la cultura española, tienen muchos aspectos que los diferencian. Sin entrar en otros matices, aventuro esta distinción: Picasso es un gran creador de imágenes y actúa con una facundia casi inocente, incluso primaria. Para Dalí, su obra es la aplicación de teorías complejas, que dan razón, no sólo del hecho artístico, sino de la sociedad y el hombre. Su método paranoico-crítico, sus contribuciones al surrealismo, su obra escrita son aportaciones teóricas que están en la base de su creación artística. Podría decirse que Picasso es un artista y Dalí es un intelectual.
La lucidez del artista de Cadaqués parece contradecirse con esa imagen estrafalaria y provocadora, histriónica y exhibicionista que siempre cultivó. “Dalí es sobre todo un pensador. Como pintor, él se consideraba tirando a mediocre, porque entendía que toda su pintura no era más que una parcela de su cosmogonía” (Agustín Sánchez Vidal, Dalí, Madrid, Alianza Editorial, 1994, p. 37).
Fue evolucionando desde posturas muy contestatarias, en su época de más estrecha relación con los surrealistas (aunque el suyo, como el de Buñuel, fue siempre un surrealismo muy sui generis, alejado de la ortodoxia de André Breton y su grupo), a otras posiciones tradicionalistas, a veces reaccionarias.
En las cartas que escribe a su amigo Luis Buñuel desde el hotel St. Moritz de New York a principios de 1939, en la etapa final de la guerra civil, se manifiesta ya claramente ubicado en posiciones conservadoras y antirrepublicanas.
No comprende el empecinamiento de los líderes republicanos por mantener una guerra que saben perdida. “El acabamiento de los negrines y pasionarias me han producido un pequeño ASCO. ¿Qué les costaba hacerse matar o hacer la paz dos meses antes de que tomaran Tarragona? Todo esto es la apoteosis de la mediocridad”. Le cuenta a su amigo las desgracias sufridas por su familia, una familia burguesa que, como tantas otras, ha sido víctima de la violencia revolucionaria. Su hermana ha sido encarcelada y martirizada por los republicanos durante 20 días. Ha quedado destrozada: “se caga en la cama. Imagínate la tragedia de mi padre, al que le han robado todo, tiene que vivir en una casa de huéspedes de Figueras. Naturalmente les mando dólares”. A continuación, Dalí muestra las consecuencias de todo esto: “Se ha convertido [el padre] en un fanático adorador de FRANCO, que considera un semidiós, el Glorioso Caudillo, como dice a cada línea de sus delirantes cartas… El ensayo revolucionario ha sido que todo el mundo prefiera a FRANCO” [mantengo las mayúsculas del original]. Así, cuenta el pintor, los antiguos catalanistas, republicanos, anticlericales, todos se apuntan entusiasmados al nuevo régimen, “al menos se puede comer, dormir y no temer ser robado y asesinado”.
El padre del artista, notario, de familia burguesa, don Salvador Dalí y Cusí, era republicano y librepensador. Hubiera encajado bien, como una buena parte de la burguesía catalana y española, en una república de corte liberal y laica. Sin embargo, se ve arrastrado por la violencia revolucionaria que no hacía demasiadas distinciones entre republicanos y monárquicos. Como él, muchos apoyaron al llamado bando nacional, más que por motivos ideológicos, por supervivencia, por ser un sistema que garantizaba un mínimo de orden. La figura más emblemática de este fenómeno es el gran político, mecenas y financiero Francesc Cambó. Político situado en el conservadurismo liberal, catalanista moderado y europeísta. Sin embargo puso al servicio de la causa nacional su dinero y sus importantes relaciones nacionales e internacionales.
En su epistolario son frecuentes las peticiones de dinero a sus amigos de la elite económica catalana, los Valls Taberner, los Larrañaga, etc. Cambó, como el padre de Dalí, como grandes de la cultura como Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, como tantos otros, no sólo potentados, sino clases, medias, funcionarios, comerciantes, obreros, apoyaron al bando que les podía garantizar su mera supervivencia.
El gran artista ampurdanés se muestra aquí, como en tantos textos y declaraciones suyas, como lo que realmente era, a pesar de sus boutades: un lúcido observador, una inteligencia penetrante.