“Los niños no se tocan”
“Los niños no se tocan” es un eslogan de la disidencia que parece referirse solo a las inoculaciones. Está bien intentar preservar a los niños de ese líquido experimental y extraño cuya composición se ha convertido en un tema tabú. No es políticamente correcto hablar del óxido de grafeno en las vacunas, curiosamente, lo único que sabemos con absoluta certeza. Al sistema le conviene que sigamos hablando de bichitos sintéticos, de luciferasa, de veneno de serpiente, de proteínas de pico y de cualquier otro componente. ¡Mordaza al grafeno! Por eso nos hemos visto obligados a hacer nuestro censo particular sobre los “disidentes”, a fin de comprobar quiénes hablan abiertamente de este material tan especial, versátil y “venenoso”, frente a la cobardía de otros. ¿O no es cobardía? ¿Quizá es otra cosa?
Pero no solo hay que defender a los niños de los pinchazos. A nuestros pequeños se les adoctrina con ideas confusas que pueden afectar a su desarrollo mental y espiritual dentro de unos parámetros de equilibrio. Están siendo acosados y atacados desde diferentes frentes, algunos muy sutiles que, sin duda, están pasando inadvertidos a algunos padres bienintencionados, que ni por asomo se imaginan que todo se deba a un plan escrupulosamente trazado, con un fin muy concreto.
Hace un tiempo, cuando aún podíamos llamar a las cosas por su nombre, sin temor a que ningún Ministerio de la Verdad orwelliano nos echara encima a los perros de la Fiscalía por un supuesto delito de odio –y sabe Dios qué otras infracciones de nuevo cuño—, estaríamos llamando perversión infantil a las políticas que se están aplicando contra los más pequeños de la sociedad. Es una auténtica vergüenza esta obediencia ciega a la sinrazón y este silencio cobarde y rastrero. ¿¡Cómo es posible que no reaccionemos!? Nuestra sociedad se ha convertido en una selva caótica, sin derechos, donde prima la ley del más fuerte. Y el más fuerte depredador en estos tiempos de distopía al por mayor es el Estado, a través de sus leyes asfixiantes, cuando no surrealistas. En concreto, las que se refieren a la sexualidad, aparte de ir contra el sentido común, violan todos los axiomas de la antropología, la ley natural, la medicina y la psicología. Parecen diseñadas por locos.
No en vano, están fundamentadas en los desequilibrios y desviaciones de determinados personajes más merecedores de un buen periodo de internamiento psiquiátrico que de la gloria regalada. Me refiero a todos los engendros derivados del gran fraude del género y sus políticas totalitarias, barnizadas de avances y derechos para una sociedad moderna que ha perdido el norte y ni se preocupa por encontrarlo. Han prostituido la palabra igualdad convirtiendo su significado en esperpento. La Ley Trans será un desastre a medio plazo, cuando empiecen los suicidios. No habrá plazas suficientes en las clínicas para atender a los afectados por las mutilaciones de cambio de sexo, ni dinero suficiente para las indemnizaciones.
A cualquier lado que miremos, ahí está la sombra alargada de la Agenda 2030, el libro de instrucciones para destruir a la humanidad. ¡Y no es una hipérbole! Lo han hecho con los adultos a través de la manipulación informativa a lo largo del tiempo, y ahora arremeten contra los niños, que son lo más puro y noble de nuestro mundo. Por eso les quieren robar la inocencia, a ser posible desde la cuna, y para ello se han coaligado, aparte de los sistemas de enseñanza, las editoriales, las empresas de ocio, los parques temáticos y el universo audiovisual con todas sus plataformas de adoctrinamiento. En la serie de dibujos infantiles que emite Netflix, Ridley Jones, la guardiana del museo, y más concretamente en el episodio ocho, titulado Feliz día de la manada, un bisonte cachorro mantiene un diálogo con su abuela. Hasta aquí todo normal, si no fuera que la conversación, que escucha un público de 1, 2, 3 y 4 años aborda un tema demasiado delicado para ser tratado frívolamente en un espacio televisivo. La intención de adoctrinar es más que evidente. El bisontito le dice a su abuela:
“Si voy a liderar la manada, quiero hacerlo siendo yo. Además, tú dices que hay que liderar con el corazón, ¿no? Bueno, pues mi corazón dice que como me siento más a gusto es usando el nombre de Fred porque soy “no binario” y Fred es el nombre que más me va. También uso “elle” y “elles” porque cuando me llaman ella o él no siento que sea lo correcto”.
La abuela le pide perdón al nieto y le agradece el haberle mostrado su corazón. ¿Se entiende la sutil manipulación? Afortunadamente, varios padres han protestado por lo que consideran un atentado contra sus hijos. Pero no es suficiente. Todas las familias deberían unirse para proteger a los niños.
En la sección de libros infantiles ya no se ven los clásicos cuentos de hadas. Muchos de ellos incluso han sido prohibidos por vulnerar algunos de los seudoderechos diseñados por la ingeniería social. Sus lugares han sido ocupados por libros sobre el orgullo gay, el género, los queer, el movimiento LGTBIQ, que se sustancian en títulos como Historia verdadera de un niño llamado Penélope, El primer libro del orgullo, Historias para niños que se atreven a ser diferentes, Mis dos mamás y yo, Héroes queer, o El rosa es para niños. Estos libros están destinados a niños muy pequeños, incluso bebés, a juzgar por el diseño, la encuadernación y las páginas acartonadas. No es de extrañar que, con este panorama, niños y niñas de doce años se sienten en los bancos de los parques a ver pornografía en sus móviles. ¡Esto está sucediendo ahora!
¿Qué hacer ante todo esto? Hay que reconocer que la solución no es fácil, porque el sistema es muy poderoso, pero no todo está perdido. No queda más remedio que ponerse las pilas y contraeducar; con cuidado, eso sí, porque pueden amenazar con la retirada de la patria potestad, como ya está ocurriendo en algunos países nórdicos. Hay que estar muy pendientes para poder desprogramar los conceptos que les vayan inculcando o que ellos vayan captando del ambiente. En edades tempranas, enseguida aprenden que la verdad está en casa, y que lo que digan papá y mamá es lo que vale.
Frente a la literatura infantil basura que fabrican para nuestros niños, reivindicamos los cuentos clásicos de siempre, cargados de enseñanzas y transmisores de arquetipos. Ogros y brujas, príncipes y princesas, bailarinas y soldados llevan siglos conviviendo en los cuartos de los niños del mundo. Así van descubriendo el vicio y la virtud a través de los modelos. Las brujas son castigadas por su maldad; las hadas ayudan a los buenos; la bondad y la valentía del héroe son recompensadas con el hallazgo del tesoro. Al final del cuento, el Mal es derrotado y todo está en orden. Con ese sentimiento, el niño duerme mientras sueña con ser bueno.
Todo infante, de manera inconsciente, tiende a buscar el arquetipo. En los adultos reside la responsabilidad de alumbrarle el camino recto.
Lo peor del sistema actual es que hay que esperar unos 300 años para que se autodestruya, nos tienen cogidos de tal forma que hay una mínima posibilidad de cambiar la situación, lo que venga después, cosa que no veremos, no tendrá nada que ver con el pasado.