Advertencias contra el lucrativo invento de los “niños transgénero”
Agustina Sucri.- Al igual que otras tantas imposiciones ‘ideológicas’ -cimentadas en intereses económicos y de ingeniería social- en el afán de instalar un nuevo orden mundial, los procedimientos quirúrgicos y las terapias farmacológicas “transgénero” en jóvenes y niños nada tienen que ver con el bienestar, ni la salud, ni los derechos. Por el contrario, hay cada vez más evidencias de las devastadoras consecuencias que esta clase de prácticas pueden tener sobre la mente, el cuerpo y la familia de los niños.
Tanto es así que hay un número creciente de países europeos que empiezan a adoptar un enfoque más cauteloso en relación con la atención a menores para “afirmar su género”.
En marzo de este año, por ejemplo, el Consejo Noruego de Investigación Sanitaria anunció que revisaría sus actuales recomendaciones clínicas sobre la “atención de afirmación del género” en menores. Las directrices actualizadas restringirían el uso de bloqueadores de la pubertad, hormonas transgénero y cirugía relacionada con la transición a entornos de investigación clínica.
Noruega se unió así a otros países europeos, como Finlandia, Suecia y el Reino Unido, que introdujeron límites a la prestación de esta clase de servicios de reafirmación de género a menores.
Al restringir estos “tratamientos” en niños y adolescentes hace un año atrás, Suecia alegó la preocupación por sus efectos secundarios a largo plazo. En diciembre del año pasado, también limitó a un ámbito de investigación las mastectomías para adolescentes que querían hacer la transición, enfatizando la necesidad de “precaución”.
Según explicó la Junta Nacional de Salud y Bienestar de Suecia, los motivos de la marcha atrás son que se sabe poco sobre los efectos de estas prácticas a largo plazo y que “los riesgos superan actualmente a los beneficios”.
En tanto, en Estados Unidos 19 de sus 50 estados promulgaron prohibiciones o restricciones a la atención transgénero y muchos de ellos penalizan a los médicos que administran bloqueadores de la pubertad, terapia hormonal y cirugía a niños, con incluso 10 años de cárcel -como es el caso de Idaho- y multas de hasta 25.000 dólares y la pérdida de la matrícula médica, según confirma la revista BMJ en una reciente publicación.
En 10 estados las restricciones ya están en vigor. En los demás estados, las restricciones entrarán en vigor el 1 de julio próximo, en octubre o en enero de 2024.
Los 19 estados que se oponen a la reafirmación de género se encuentran bajo control republicano, excepto Nebraska, que es un estado apartidista. Los legisladores republicanos afirman que estas medidas pretenden proteger a los niños y han calificado los procedimientos de reafirmación de género de “abuso infantil”.
Una mirada interesante sobre los horrores y desgracias que envuelven esta propuesta de mutilar cuerpos y suministrar tratamientos hormonales a niños y jóvenes con el trastorno denominado “disforia de género”, la ofrece el libro “Inventando niños y jóvenes transgénero” (Cambridge Scholars, 2019) que fue editado por la filósofa y teórica social Heather Brunskell-Evans y la directora del Centro para la Justicia Social y la Responsabilidad Global de la London South Bank University, Michele Moore, quien es además profesora honoraria de la Escuela de Salud y Asistencia Social de la Universidad de Essex y editora de la revista ‘Disability & Society’.
El texto reúne ensayos escritos por clínicos, psicólogos, sociólogos, educadores, padres y personas que ‘detransicionaron’ (es decir, que asumieron su sexo biológico luego de haberse sometido a procedimientos médicos para asemejarse al sexo opuesto). A lo largo de los distintos capítulos, los autores demuestran cómo se “inventan” los niños y jóvenes transexuales en diferentes contextos médicos, sociales y políticos: a través de una fuerte presión ideológica presente en los servicios especializados en el desarrollo de la identidad de género, en los grupos lobbistas y sus recursos escolares (guías de género y cuadernos de ejercicios); desde el mundo de los youtubers hasta en las consultas de los psiquiatras; desde la industria farmacéutica hasta los documentales de televisión; y desde los modelos de desarrollo de los psicólogos hasta las complejidades de la medicina intersexual.
Lejos de limitarse a investigar cómo se inventan, los autores demuestran los considerables daños psicológicos y físicos que la ideología transgénero perpetra en niños y jóvenes, y ofrecen ejemplos tangibles de dónde y cómo deben intervenir los adultos para protegerlos.
Brunskell-Evans y Moore hacen hincapié en que las consecuencias de promover la “identidad de género” como una “verdad” y en un entorno clínico son potencialmente devastadoras y de por vida. Basadas en los testimonios de especialistas e investigaciones científicas, enfatizan que los tratamientos de reafirmación de género no son apropiados para ayudar a niños y jóvenes a resolver la disforia de género.
El libro “Inventando niños y jóvenes transgénero” es la continuación de un primer libro editado por las mismas autoras, al que titularon “Niños Transgénero: nacido en tu propio cuerpo” (2018). En aquella primera publicación, Brunskell-Evans y Moore llamaban al debate público sobre la controvertida práctica médica de tratar con hormonas los cuerpos sanos de niños y adolescentes, uno de cuyos efectos puede ser la esterilización, basándose en la autoafirmación de la “identidad transgénero” de los niños.
Las autoras cuentan cómo aquel primer libro expuso el fundamentalismo que trae aparejada la afirmación de la “identidad transgénero”, ya que ambas recibieron todo tipo de descalificaciones. “Hubo un intento feroz de silenciar las ideas expresadas en el libro, que incluyó un ataque sostenido contra nosotras, las editoras, contra nuestras carreras, medios de vida y reputaciones, como nunca antes habíamos experimentado en nuestras largas carreras académicas”, relatan.
“Durante la redacción de ‘Niños transgénero: Nacido en tu propio cuerpo’, habíamos asumido que los clínicos debían sentirse cómodos con la práctica de la transición de género infantil y que debían estar éticamente comprometidos con ese trabajo. Sin embargo, varios médicos especialistas en cuestiones de género se pusieron en contacto con nosotras en privado para expresarnos su gratitud por la perspectiva crítica de género del libro y su rechazo a la idea de que los niños puedan ‘nacer en el cuerpo equivocado’, ya que abría un espacio muy necesario para debatir ideas que se estaban convirtiendo en una realidad herética en el entorno clínico y les dio esperanzas de cambio”, cuentan Brunskell-Evans y Moore en la introducción de ‘Inventando niños y jóvenes transgénero’.
Las autoras relatan que descubrieron un nivel de inquietud dentro de la “medicina de género”, incluso en el corazón de los Servicios de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS), la principal clínica especializada en el desarrollo de la identidad de género del Reino Unido, con sede en el Tavistock and Portman Hospital NHS Trust.
“También tuvimos conocimiento de denunciantes de otros importantes servicios internacionales de identidad de género que se pusieron en contacto con nosotras para denunciar malestar. A través de estos intercambios quedó claro que los profesionales del Reino Unido y de otros países están realizando importantes intentos de transmitir sus preocupaciones, con distintos grados de éxito y fracaso”, advierten.
En concreto, Brunskell-Evans y Moore detallan que los clínicos que hablaron con ellas no encuentran pruebas de una “identidad de género” innata, refutando los argumentos cuasi biológicos promovidos por los ideólogos transgénero como que “en las primeras horas de vida o antes del nacimiento, hay un aumento de testosterona o algo que ha hecho que una niña sea más masculina”. “Expresaron su preocupación por tener que trabajar sin un modelo de intervención convincente basado en la evidencia. Ellos describieron el trabajo en una atmósfera en la que ‘el pensamiento está vedado, no se permite hacer preguntas y nunca se investiga’”, añaden las autoras, quienes puntualizan que los médicos que hablaron con ellas identificaron problemas graves en la medicina de género, que giran en torno a la invención clínica y cultural del “niño transgénero”.
Según estas investigadoras, estos problemas son: una actitud excesivamente afirmativa hacia el niño que se autoidentifica transgénero; una incapacidad para enfrentarse a los grupos lobistas trans externos; el debilitamiento de un modelo clínico coherente del desarrollo del niño y el adolescente, y graves cuestiones éticas y de protección. “Los médicos reconocen que deben resistirse a la narrativa dominante y a la aparentemente insoluble ‘verdad’ del ‘niño transgénero’”, escriben.
Brunskell-Evans y Moore aseguran que los médicos señalan que los niños y jóvenes están expuestos a una serie de daños físicos, psicológicos y sociales a largo plazo debido a la incapacidad de los servicios de desarrollo de la identidad de género para hacer frente a la presión de los grupos de lobby trans, muy politizados, que no admiten otro argumento que el de que el niño “ha nacido en el cuerpo equivocado” y exigen una transición afirmativa transgénero por la vía rápida.
“Además, otras dificultades surgen cuando los médicos clínicos y otros están comprometidos con los valores y la misión de las organizaciones de lobby transgénero, lo que demuestra que no todos los médicos que trabajan en los servicios de identidad de género comparten un modelo homogéneo de identidad de género y tienen compromisos diferentes con los distintos resultados que se derivan del tratamiento”, advierten.
Uno de los ensayos incluidos en “Inventando niños y jóvenes transgénero” es el psicoanalista y psiquiatra consultor del Tavistock and Portman NHS Foundation Trust, David Bell, quien apunta al súbito crecimiento exponencial de niños y jóvenes que declaran estar en el cuerpo equivocado y la presión para que se acepte esta afirmación, sin investigar suficientemente de su fundamento.
“Como muchos, soy muy consciente de cómo se ha cerrado el debate crítico, dejando casi en hegemonía un tipo peculiar de pensamiento, o debería decir de no-pensamiento, que ha llegado a dominar este discurso. Cuando un movimiento puede avanzar a través de las instituciones sociales, políticas y jurídicas con tal combinación de velocidad y falta de escrutinio adecuado, es sin duda correcto querer pisar el freno para crear un espacio para la reflexión crítica”, argumenta Bell, quien hace notar que los que se niegan a aceptar la posición ideológica dominante y desean mantener un espacio para el pensamiento y la duda son tachados de “transfóbicos”, lo que sirve para silenciar el debate.
Según explica Bell, existen múltiples vías para llegar a la disforia de género, que incluyen la presencia de varios trastornos psicológicos como la depresión y el trastorno del espectro autista. “También hay niños que, por múltiples y complejas razones llevan una vida solitaria y aislada, sintiendo que no tienen lugar en el mundo, y que están psíquicamente perdidos y desamparados”, evalúa el psicoanalista, para luego añadir otras causas subyacentes: “Los trastornos familiares graves, a menudo con transmisión intergeneracional de traumas importantes, como el maltrato infantil en la línea materna (a veces originado en que la madre no quiera tener una niña). Algunas familias han sufrido otros traumas importantes, por ejemplo, familias en las que la muerte de un de un hijo hace que un hermano del sexo opuesto busque la transición para identificación con el hermano fallecido”.
En esa línea Bell pone de manifiesto que la disforia de género nos enfrenta a un problema muy complejo con muchas vías causales y, en cualquier caso, ningún factor causal único. “Sin embargo, los servicios de género tienden a una simplificación perjudicial. El enorme aumento de la carga de casos y las largas listas de espera para ‘transicionar’ provocan presiones para la tramitación de los niños usando modelos procedimentales en lugar de comprender en profundidad el caso individual. Por supuesto, la alineación con los lobbies afirmativos (es decir, los grupos de presión que pretenden “afirmar” el deseo de cambio) actúa como un soporte ideológico de esta simplificación”, reflexiona.
“Muchos servicios han defendido el uso de la intervención médica y quirúrgica sin prestar suficiente atención a los daños graves e irreversibles que puede causar y con actitudes muy preocupantemente superficiales respecto a la cuestión del consentimiento en niños pequeños”, lamenta Bell.
UN PAPÁ CRÍTICO
El libro ‘Inventando niños y jóvenes transgénero’ también incluye un capítulo de un “papá crítico con el género” (un padre que intenta mantener a salvo a su hija, hace campaña y escribía en su blog gendercriticaldad.blogspot.co.uk). Este hombre enfatiza que la gente se está dando cuenta de los perjuicios de la transexualidad para niños y jóvenes, pero advierte que “la ideología transgénero sigue entrando en las escuelas disfrazada de aceptación LGBT”.
“Los niños con malestar perfectamente normal o confusión sobre su cuerpo y el género se ven arrastrados a la cinta transportadora de la afirmación transgénero, los bloqueadores, las hormonas cruzadas y la cirugía. Los niños LGB están pasados de moda. El transactivismo es una forma de acoso: si no eres heterosexual de la cultura del porno, un auténtico “chico de chicos” o “chica de chicas”, debes ser una persona defectuosa, que hay que arreglar, reclasificándola, con fármacos o con un bisturí”, remarca.
Como insisten Brunskell-Evans y Moore, “el mero hecho de preguntarse si un niño o una niña pueden nacer en el cuerpo equivocado despierta pasiones inmensas en algunas personas, sobre todo en quienes ven la práctica de la transición de género de un niño como emblema de una sociedad más tolerante y abierta”.
No obstante, los colaboradores de ‘Inventando niños y jóvenes transgénero’ demuestran que “el niño transgénero” no es una figura natural ajena a los discursos y prácticas actuales, sino que surge de la medicina de género y el transactivismo. Los autores de los ensayos incluidos en el libro cuestionan colectivamente que la aceptación incondicional del “niño transgénero” es involuntariamente cómplice de la derogación de los derechos humanos de los niños a la supervisión adulta, a la integridad corporal y a que se atienda su interés superior.
Brunskell-Evans insiste en que la práctica de la transexualización de los niños no es progresista ni humana, sino que, por el contrario, “ata a los niños a los estereotipos de género tradicionales, les perjudica médicamente mediante procedimientos irreversibles que les cambian la vida y hace que los médicos sean incapaces de actuar dentro de la ética médica a la que aspiran, a saber, ‘primero no hacer daño’”.
Además, apunta que las investigaciones en la materia suprimen las evidencias negativas sobre los efectos nocivos de los bloqueadores de la pubertad (una práctica, que como hemos visto en los últimos tiempos es moneda corriente en el ámbito de la investigación científica de productos capaces de hacerle ganar millonarias sumas a la industria farmacéutica).
UN DOLOROSO PROCESO
Otro excelente material que recaba los duros testimonios de personas que se han sometido a esta clase de procedimientos de “reafirmación de género” con consecuencias devastadoras, es el documental “Misión Trans: ¿Por qué tanta prisa por reasignar el género?”, presentado el año pasado por The Center for Bioethics and Culture Network.
Se trata de una denuncia del modelo sanitario de “afirmación de género” y la destrucción de la mente, el cuerpo y la familia de los niños, contada por personas que han abandonado la transición.
El documental revela la existencia de pediatras que presionan a los padres para que hagan la transición de sus hijos antes de la pubertad, si bien la transición dista mucho de ser segura o buena.
Como explica en la película el doctor Andre Van Mol, médico de familia, los pediatras dedicados a la reafirmación de género plantean la transición en términos de vida o muerte: “¿Quieres un hijo vivo o una hija muerta?”, suelen interpelar estos profesionales a los padres.
Por supuesto, el planteo del problema no se ajusta a la ciencia. Al respecto Van Mol resalta que no hay pruebas a largo plazo de que la transición disminuya el suicidio y advierte que, de hecho, tiene consecuencias permanentes, que van desde la infertilidad a los coágulos sanguíneos.
También explica que las empresas farmacéuticas obtienen grandes beneficios de los pacientes transgénero, que aumentan sus ganancias. “Con tanto potencial de beneficio, no es de extrañar que se supriman o ignoren los datos científicos”, expresa Van Mol, quien anima a padres e hijos a seguir una “espera vigilante” en los casos de disforia de género.
Una madre que ofrece su testimonio en el documental considera que tal vez sea necesario que un número suficiente de niños sufran daños para que la gente vea la necesidad de un cambio, mientras que el doctor Quentin Van Meter, endocrinólogo pediátrico, especula que el cambio se producirá cuando las familias y las personas presenten demandas importantes que acaben con los médicos, las compañías farmacéuticas, los sistemas de atención sanitaria y las empresas de seguros médicos que permitieron este daño a los niños.