Rebelión cívica y 18 de julio
En 2002 Aznar, el gran conseguidor de los separatismos, condenó el alzamiento de 1936 contra la disgregación y sovietización de España. Con ello dio impulso a PSOE y separatistas para rehacer las causas de la guerra civil. Impulso llegado hoy a una situación crítica. Ahora Aznar llama a la rebelión cívica contra esa situación. Pretende, además, que sea su nefasto partido el que encabece la rebelión. Pero el PP comparte con el PSOE y los separatistas el 80 o 90% de su ideología, desde la 2030 a la antifranquista que intenta revertir el referéndum de 1976. Si el PP logra gobernar, solo se podrá ganar tiempo, porque su orientación general será inevitablemente la misma que la del PSOE.
Recuérdese cómo la rebelión cívica ante el rescate de la ETA por Zapatero fue reducida a la nada cuando Rajoy logró ponerse al frente de ella.
Al condenar el 18 de julio, Aznar –el PP en general– exhibió su completa inanidad intelectual y ausencia de cultura o de preocupación por el pasado. Creyó que sacrificar la realidad histórica a conveniencias oportunistas del momento carecía de importancia, había que “mirar al futuro”.
Al fondo de todo ello yace la sustitución de la idea de España por la de “Europa”, una Europa antifranquista porque tuvo que soportar el desafío de un régimen español mucho más independiente que ella. Una Europa sobre la que el PP, como el resto de los partidos, solo tiene cuatro ideas vagas, unas tópicas y otras falsas. Pero España es una densa realidad histórica, mientras que esa Europa es solo un proyecto incierto que, además, marcha en sentido contrario a su herencia cultural. Proyecto en el que España se disolvería en la falsificación generalizada de su historia. Proyecto en el que las necias oligarquías españolas no tienen ni tendrían nada que decir. Paralelo con el Vaticano II: en él tampoco la Iglesia española contó para nada relevante.