¿Somos ya una sucursal de la Venezuela bolivariana?
Sergio Alonso.- Javier Moro es uno de los autores españoles más sobresalientes y sus obras, posiblemente encuadradas en la llamada «non fiction novel», invitan siempre a la reflexión. En Senderos de libertad narra la lucha titánica en defensa de la selva amazónica de Chico Mendes, un humilde cauchero que terminó convirtiéndose en baluarte mundial de la protección del medio ambiente. En El pie de Jaipur describe con gran emotividad el combate contra la desesperanza de un joven que quedó parapléjico tras sufrir un accidente al zambullirse en el mar, una muestra más de la sorprendente capacidad del ser humano para hacer frente a la adversidad extrema. En otra de sus joyas literarias, Era medianoche en Bhopal, recrea junto con Dominique Lapierre el accidente en 1984 de la planta química de la compañía americana Union Carbide en la ciudad india que da nombre el título, y que causó entre 15.000 y 30.000 muertes, amén de toda suerte de secuelas físicas entre los supervivientes. Moro vuelve ahora a la carga con Nos quieren muertos, libro en el que recrea el hostigamiento contra el líder opositor venezolano Leopoldo López por parte del régimen totalitario de Nicolás Maduro, ese al que tanto admira Yolanda Díaz. De hecho, no sólo lo admira, sino que considera a la autodenominada República Bolivariana como un referente.
Es cierto que en España las aguas todavía no han llegado al Orinoco y que entre el sistema totalitario consolidado por el tiránico presidente sudamericano que describe Moro y la realidad política española media aún una distancia grande, pero numerosos indicios muestran una peligrosa tendencia al estrechamiento que, como el de las arterias presionadas por el colesterol malo, conviene detener para evitar males mayores. En este sentido, el papel de la adormecida Unión Europea se antoja fundamental.
En la Venezuela chavista y de su sucesor Maduro, el aparato judicial siempre fue un objetivo a batir, dentro de una estrategia general de eliminar la separación de poderes para subordinarlos todos al Ejecutivo. Es lo que sucederá pronto en nuestro país con la ley de amnistía, una norma que dejará a los jueces a los pies de una comisión parlamentaria convenientemente configurada para meter en vereda a todos los que sean díscolos. Los paralelismos entre la Venezuela de Maduro y la España que están dibujando Sánchez y sus socios no se detienen ahí. Al igual que al otro lado del charco, la mentira está instalada ya por estos lares sin ningún pudor. Recuerden que en julio dicha amnistía no iba a existir, como tampoco iban a producirse quita alguna de deuda, traspasos de cercanías o un pacto con Bildu. «Si quiere se lo digo 20 veces, con Bildu no vamos a pactar», repetía Sánchez.
Otro elemento común es el ataque a los empresarios para convertirles en chivos expiatorios de las nefastas políticas económicas emprendidas. Esperemos que, a diferencia de lo que ocurrió en Venezuela, las compañías no terminen yéndose de aquí ni trasladen sus inversiones al extranjero, como ya han amenazado hacer, hartas de impuestazos, las grandes eléctricas. Otro elemento común es el de azuzar a los adictos al régimen contra los que le plantan cara. Entran aquí, por ejemplo, las diatribas que lanzan reiteradamente los artistas de la subvención contra PP, Vox y, sobre todo, Díaz Ayuso, la gran pieza a batir. En la lógica dictatorial, el subvencionado no sólo es dócil con el que le subvenciona, sino que además actúa como ariete siempre que hace falta.