La soberanía enajenada
El estado moderno se sustenta en la nación y, a partir de la revolución americana, en la soberanía del pueblo como aglutinante de esa nación y, por tanto, como única legitimidad del estado que, necesariamente, debe ser democrático y fundamentado en la igualdad de la ley y el respeto a los derechos fundamentales.
Los frutos de esta conquista política se han plasmado en el mayor bienestar material, personal y social que ha conocido la Humanidad. Y, ahora, ese inmenso logro ha comenzado a revertirse para llevarnos a todos de regreso a la desesperanza del más oscuro y cruel pasado. El totalitarismo de la miseria y la servidumbre, cuando no la misma esclavitud.
Desde la más alta instancia de la nación o, al menos, así lo creíamos hasta comprobar que no supera la simple utilidad del ornato, el Rey, hasta el más humilde servidor del bien público, por supuesto sostenido mediante nuestro trabajo y patrimonio, nadie está dispuesto a defender la soberanía del pueblo español, sobre la que recae la legitimidad de la legalidad, excepto mediante las ampulosas, huecas e inútiles declaraciones que suelen acompañar a todo aquél que no piensa sino en engañar, salir del paso y seguir en su poltrona chica o grande y, además, cobrar por no hacer excepto lo que todo trilero, cantamañanas y jarramantas hace, que es vivir de los demás, de su esfuerzo, talento y fortuna.
Tal es la situación en la que el devenir de la Historia, prostituida por viejos y casi olvidados habitantes de la ciénaga totalitaria, nos ha atrapado que la amnistía de unos delincuentes que atentaron contra esa soberanía sin la cual nada es legítimo ni, por tanto, legal, ensalzados así por encima del resto de mortales, esa amnistía no es ya más que una anécdota, un día cualquiera de esta nueva normalidad en la que finalmente hemos caído perdiendo en esa caída nuestro bien más preciado, la soberanía sobre nuestras vidas en común y, ahí está el objetivo último, sobre nuestras propias vidas como individuos libres.
Una UE encumbrada como la nueva Roma imperial de antaño vuelve a conquistar a los pueblos despojándolos de su libertad y robando su destino para que sea conformado desde esas Bruselas, Vaticano de la nueva religión impuesta a sangre y frío, está, paso a paso de cáliga legionaria, convirtiéndonos en siervos de una nobleza innoble, de una aristocracia de los peores, robándonos la soberanía de nuestras vidas y, con ella, la esperanza, sin que la niebla de silencio que se le opone sirva siquiera para denunciar ante esa Historia raptada y ciega, la miseria humana de quienes están obrando y permitiendo este crimen.
Estos, todos, que se llaman a sí mismo líderes de las naciones antes libres y soberanas, están permitiendo, cuando no colaborando entusiasmados con los que, a su vez, se autoproclaman Élite, nuevos profetas de un viejo infierno en la Tierra que arrastran desde la oscuridad de su poder a las masas convertidas en mudos rebaños que sueñan, solo sueñan, con un salvador, enajenados de su propia soberanía, de su dignidad, de su responsabilidad, de la confianza en sí mismos que, como verdaderos humanos, debería haber conservado para que en un momento como este, se transformaran en salvadores.
Estos, todos, los que desde infames púlpitos mediáticos, sillas gestatorias sostenidas sobre nuestros hombros o, simplemente, armados con el poder que el gran arma para el bien y para el mal, el dinero, les otorga, demolerán la soberanía nacional mediante el sutil y sanguinario instrumento de la NUEVO ORDEN MUNDIAL, ese tratado de pandemias por el que, cuando tenga a bien declarar esa sórdida cruzada contra la humanidad a la que llaman pandemia, dará un golpe de estado contra todos los estados de las antiguas naciones libres y de las que nunca llegaron a serlo. Y ahí estará el NUEVO ORDEN MUNDIAL. Instituido sin algarabías, sin que nada ni nadie se resista, anestesiados todos en esa nueva normalidad que anunciaron, proclamaron e implantaron mediante… una pandemia.
No, la amnistía de unos delincuentes que atentaron contra la soberanía del pueblo español, único y verdadero garante de sí mismo, no es sino una anécdota, una nimiedad comparada con los grandes sucesos que nos llevan, desapercibidos o indiferentes ante ese tenebroso destino, a todos hasta el peor pasado que podemos recordar porque la Historia, raptada y silenciada, aún tiene letras… para quienes quieran leerlas y, con ello, escuchar el grito de nuestros mejores ancestros, esos que nos sacaron de la miseria y nos regalaron la libertad.
Dónde estáis, patriotas. Dónde, hijos de la libertad. Dónde, hombres y mujeres dignos de ese título.
*Presidente de Nosotros / Partido de la Regeneración Social