«Sánchez locuta, causa finita»
La metamorfosis sanchista no tiene límites, y en su deconstrucción de España están inmersos en un desdoblamiento de personalidad que les hace ver las cosas no como son, sino como las aprecia su venerado líder, para quien la realidad –que para él es «su verdad»– resulta ser la que le conviene en cada momento, y nada más. En la actualidad parecen vivir en una realidad diferente a la que existía antes del 23-J, y lo que antes era una cosa ahora es lo contrario. Antes había una España con un Estado democrático y de derecho, y ahora existe otra España en la que ya no se contemplan ciertos delitos, y los responsables de cometerlos, algunos de ellos huidos de la Justicia, son personas que «se vieron forzadas a salir de España».
Ahora la nueva portavoz del Partido Sanchista, Esther Peña, debuta afirmando que «la democracia debe incorporar a quienes tuvieron que salir en 2017». Es decir, Puigdemont y su corte no son prófugos de la Justicia sino víctimas de un Estado represor que les obligó a salir de España y que ahora tiene el deber de hacer que vuelvan para «enriquecer la democracia». Resulta excesivo para cualquier persona con algo de inteligencia –no artificial, sino propia– aceptar este desdoblamiento de personalidad que nos hace vivir en un país en el que Otegi y Puigdemont son los referentes de la ética política y personal.
En su fugaz pero densa estancia en Davos, Sánchez cumplimentó a Soros y a Bill Gates con su permanente insignia de la Agenda 2030, que acredita su sumisión acrítica e incondicional a esa élite que necesita de muchos como él para alborear ese Nuevo Orden Mundial, donde los Estados diluyen sus fronteras para facilitar ese gobierno mundial que conseguirá que «no tengas nada y seas feliz». Parece una realidad muy sanchista que esas siglas que habían acogido y representado a millones de españoles socialdemócratas, ahora cobijen a millones de personas que viven por y para lo que su venerado e idolatrado líder opina. Si él «cambia de opinión», ellos también, y si dice que Otegi es un hombre de paz y Puigdemont debe reincorporarse a la actividad política para mejorar nuestra convivencia democrática, como dice su nueva portavoz, pues «Sánchez locuta, causa finita».
Ahora la transparencia prometida consiste en pactar en el extranjero el programa gubernamental y darle a Puigdemont lo que quiera sin saber los españoles lo que le dan, reuniéndose sin luz ni taquígrafos, pero con auditores internacionales en lugares desconocidos. La transparencia sanchista consiste en pasar del secretismo a la clandestinidad. Y los palmeros aplaudiendo.
Cuidado, que igual va y se lo cree…