El aborto, un genocidio oculto y censurado
Anteayer fue la jornada del 8M de infausto recuerdo en su versión de 2020 por ser la detonante de la pandemia, cumpliendo ampliamente la profecía de Carmen Calvo de que las mujeres debían manifestarse «por irles la vida en ello». Aunque es sabido que por desgracia no les fue la vida solo a ellas.
Ahora, en sintonía con una sociedad dominada por la «cultura de la muerte» como la denominó San Juan Pablo II, lo «progresista» para el feminismo oficial y el gobierno Frankenstein, es el derecho a abortar por considerar que la mujer es la «única dueña de su cuerpo», tratando al embrión y el ser humano en gestación en el seno materno, como si fuera un mero apéndice del mismo. La mujer es una clara víctima del drama del aborto como lo acredita el dolor de tantas de ellas arrepentidas de provocarlo y sufriendo las dolorosas consecuencias de su comisión.
El principal responsable de este genocidio silencioso es un mundo alejado de Dios y que en lugar de defender la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, promueve como «derechos» el aborto y la eutanasia. Es preciso recordar a esas mentes «tibias o progresistas», tan entusiastas del aborto, que ese presunto derecho que ahora abandera Macron con su joven Primer Ministro Attal –que quieren generalizar a toda la UE–, fue establecido por vez primera en 1920 por la progresista Revolución bolchevique de Lenin y Stalin seguido por Hitler en los países ocupados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. También por cierto de las prácticas eugenésicas tan queridas por esos progresistas partidarios de la eutanasia y de las que los nazis eran consumados expertos. Es una estrategia de ingeniería social la llevada a cabo para considerar la libertad de elección de la mujer como el único bien a defender, ignorando la vida en desarrollo que es exterminada.
Esta generación pasará a la Historia como la responsable de ese genocidio oculto y censurado, y elevado a la categoría jurídica de derecho, incluso fundamental. Mientras esto sucede, la tasa de natalidad en Occidente se desploma como desean las elites globalistas que apuestan por la drástica reducción de la población que pone en peligro la sostenibilidad del planeta. Y en especial la de sus negocios, que para protegerlos, promueven mano de obra barata procedente de la inmigración de países menos desarrollados. Se necesitan sólidas políticas de ayuda a la mujer madre, frente a los depredadores de la vida humana, y un rearme ético y moral.
Iniciativas como «40 días por la vida», por ejemplo, mantienen encendida la llama de la esperanza. Y hoy a la manifestación a favor de la vida en Madrid.