El precio del acceso del hombre al Cielo
Hoy es Viernes Santo, que en el calendario litúrgico prevalece como conmemoración a cualquier otra. El Viernes Santo es el día en que Jesucristo ofreció libremente su vida a Su Padre Dios, muriendo «como hombre» en la Cruz, para redimir los pecados de la Humanidad y abrirnos las puertas del Cielo. Cerrado hasta ese momento por el pecado original de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y transmitido a la naturaleza humana, desde entonces, naturaleza caída y mortal.
Es preciso comprender el profundo significado de lo ocurrido en el monte Calvario a las afueras de Jerusalén el Viernes de Pasión, para asumir conciencia plena de la trascendencia de lo sucedido aquel día. En los inescrutables designios de Su Providencia, –que los teólogos también denominan como «la economía de la salvación»– Adán y Eva habitaban el Paraíso Terrenal, también denominado el Jardín del Edén en el libro del Génesis de la Biblia donde se narra la Creación. Dios, tras crear a nuestros primeros padres los llevó allí, con el expreso mandato de «no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque si no, morirían».
Ese fruto, en la exégesis bíblica representa la potestad exclusiva por parte de Dios de establecer lo que es bueno y lo que es malo para el hombre. Sucumbieron y desobedecieron ante la tentación del diablo en la figura de la serpiente –a Eva, y de Eva a Adán–, de que comieran del fruto prohibido, porque la prohibición, les dijo, «era para impedir que fueran otros dioses». Por su desobediencia fueron castigados con la expulsión del Jardín del Edén, y cambiada su naturaleza pasando a ser naturaleza caída por el pecado, siendo mortal. A partir de aquel momento el hombre tuvo vedado el acceso al Cielo y participar eternamente de la compañía de Su Creador, debiendo esperar en el «seno de Abraham» hasta que pagara la culpa debida por su desobediencia. Querían ser «otros dioses» y decidir por sí mismos lo que es el bien y el mal, al margen de lo establecido por la Voluntad Divina. Ese precio –impagable por el hombre– lo pagará el Hijo Unigénito del Padre –verdadero Dios y verdadero Hombre– encarnándose en el seno virginal de María, manteniendo su doble naturaleza, (humana y divina), en la «unidad hipostática» de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. El Viernes Santo, consumada Su Pasión y muerte en la Cruz y retribuido así ese inmenso precio, la humanidad fue redimida. Y el hombre justo y resucitado, puede desde entonces acceder al Cielo.