El diablo, el «príncipe de la mentira»
Mañana se sabrá quién es el ganador en las elecciones del País Vasco y, suceda lo que suceda, el sanchismo ya ha demostrado en la campaña, y una vez más, el descriptible valor que tiene la palabra del jefe supremo cual su amo y señor. El blanqueamiento político de Bildu –con quienes Sánchez se había incluso comprometido hasta el punto de afirmar, «repitiéndolo veinte veces si era preciso, que con ellos no había nada que hablar»– al parecer les ha supuesto un gran rédito electoral y sumido en una preocupación evidente. Viendo estos días finales de la campaña electoral que precisamente los de Otegi amenazan la victoria del PNV, sustrayéndole también votos al partido socialista, ha llevado a éstos a atreverse, farisaica e hipócritamente, a «escandalizarse» por las declaraciones del candidato Otxandiano respecto a ETA.
Pero la reacción general ha sido la que se esperaba, no haciendo ni caso de sus descalificaciones hacia quienes son cooperadores necesarios de su estancia en el gobierno. Evidentemente, por cuanto ya es conocidísima la imposible convivencia de su jefe con la verdad. Y ahí radica una de las más graves consecuencias para una correcta convivencia en una sociedad basada cuando menos en unos mínimos principios y valores éticos. Es muy difícil resignarse a coexistir con un gobierno cuyo máximo dirigente no tiene ninguna credibilidad por cuanto su palabra dada está sometida siempre a su variable opinión, orientada cual veleta hacia el viento que más le conviene en cada momento. Resulta demoledor el ejemplo que se traslada desde quien ejerce la «potestas» sin la más mínima «auctoritas» para ejercerla ante sus conciudadanos.
Esta situación no es ajena a la peculiar idiosincrasia del que parece ser un aventajado discípulo de quien se le denominó como el «príncipe de la mentira», por estar opuesto visceral y radicalmente a quien por antonomasia es reconocido como la Verdad. Ya hemos tenido ocasión de comentar que el hecho de que una nación como España, con una Historia que la ha dotado de una identidad nacional e histórica estrechamente asociada al cristianismo, esté sumida en una crisis ética y moral como la actual es una realidad que sólo se puede explicar con el adecuado rigor desde un análisis teológico de la Historia. El diablo, conocido como Satanás, no es un mero «espíritu del mal» evanescente, o un recurso literario para explicar la evidencia de la existencia del mal en el mundo, como algunos modernistas pretenden hacer creer. Es un ser espiritual e individual, ángel caído que odia el bien, la verdad y la virtud. Y que odia a España y la quiere destruir. Y no lo conseguirá.