El tonto del circo
Este artículo relativo al culebrón que el señor Sánchez, presidente del gobierno español, ha montado en torno a su persona, fue escrito el mismo día en que anunció su retirada para meditar; por lo tanto, solo podía anticipar, a modo de pronóstico, el resultado final. Y saliendo a la luz, con brevísimos retoques, unos cuantos días después, ha resultado tener un total acierto en el pronóstico que hice, no yo solo, sino, prácticamente, todas las personas de mi entorno.
Creo que no ha engañado a nadie: algunos, la inmensa mayoría, entre los que me incluyo, porque conociendo al personaje, no nos era tan difícil anticipar este final esperpéntico y hemos sentido vergüenza ajena; en otros casos, adivinando también el final bochornoso, lo han aceptado con, incluso, calificativos elogiosos.
Parece ser que, para estos últimos, la mayor o menor valoración de cualquier persona, en el ejercicio de su actividad, es directamente proporcional, al mayor o menor grado de ridículo que haga y trapacería que utilice en el ejercicio de esa su actividad. Es decir, mientras más trápala sea, mayor valoración. He aquí la manifestación palmaria de lo que representa una perversión de la conciencia humana.
Al final, la actuación del señor Sánchez ha resultado ser una burda estratagema, consistente en provocar el miedo a una posible dimisión suya y, con ello, incitar a sus fieles secuaces a manifestarle su adhesión incondicional y así conjurar el peligro a que tal catástrofe se pudiera llevar a cabo y, al ser reclamado de forma multitudinaria a continuar, volver en olor de multitudes, como si de un caudillo se tratara.
Es normal que cualquier gobernante después de haber pasado por la política, e incluso durante el ejercicio de su actividad, sea calificado, según su hacer, como: sincero, integro, estadista, gestor, corrupto, desleal, felón, etc.
El señor Sánchez, sin perjuicio de que alguno de estos calificativos le pueda ser de aplicación o no, con esta su última jugada política, ha puesto en acción una nueva forma, inédita hasta ahora, de comportamiento político, aumentando con ello el repertorio de calificativos conocidos. Y siendo tan burdo y ridículo el proceso que ha montado, para lo sucesivo, al número de los calificativos hasta ahora existentes, habría que añadir uno más: el de patético.
Cuando, de siempre, lo último que ha deseado un político es caer en el victimismo, el señor Sánchez lo provoca. Y para ello, no ha apelado a la sensibilidad, sino, que, ha caído en la sensiblería. Ha caído en lo más bajo: buscar la adhesión inquebrantable, provocando la lástima y la compasión de los ciudadanos. Ha tocado a rebato, metiendo el miedo a los ciudadanos, para provocar la adhesión a su persona, y así evitar que la vil derecha pueda, si procedente fuera, alternarse en el gobierno.
Si no fuera porque está de por medio el prestigio del Estado, habría que tomarse a broma a este personaje; mejor, personajillo.
En efecto, si se obvia esa visión de representante del Estado español, y desde otra perspectiva, se contempla la actuación del Presidente, mueve a risa. ¡Qué ridículo! Yo creo que hasta infantil. Difícilmente se pueden encontrar situaciones parejas a las que ha provocado. Verdaderamente es un tanto difícil encuadrar y calificar esta situación. A no ser en la tragicomedia; o bien, siguiendo el juego victimista, de patética actuación habría que calificar al señor Sánchez. Habría que compararlo con aquellas películas cómicas de Charlot, pero que, en el fondo, encerraban un drama, en este caso patético: el drama del señor presidente del gobierno y su burda estrategia puesta en marcha, para contrarrestarlo.
También se podría encuadrar entre aquellos dramas mejicanos protagonizados por María Félix, de los años 60, donde, a modo de broma, se solía decir que “hasta las piedras lloraban”. Por supuesto, el señor Sánchez, protagonista, muy en su papel de primer actor del folletín, representó momentos, en que hasta la voz parecía quebrársele y solo le faltó soltar un sollozo. Y como el lector habrá podido comprobar, las piedras, (entiéndase Almodóvar y algunos más pertenecientes a ese mundo de los premios Goya y que parece ser quieren hacernos ver que son la clase intelectual española) han llorado también. !La intelectualidad española, ha llorado! ¿A este grupo ha quedado reducida la clase intelectual española? ¡Qué diferencia con aquellos auténticos intelectuales de los años 70: Laín Entralgo, Torrente Ballester, Miguel Delibes, Santiago Grisolía, Julián Marías, López Ibor, Gregorio Marañón, Xavier Zubiri…
Quizás lo que mejor define lo protagonizado por el señor Sánchez, está dentro de lo que se suele llamar una payasada circense (con el debido respeto y admiración por los payasos). Y cabe preguntarse, llegado a este extremo, ¿es posible que el señor Sánchez, para evitar tener que dar una explicación respecto a la actuación de su esposa, haya tenido que montar un circo?
Con este esperpento vivido, la praxis política ha caído en lo más bajo. Convertida la política en circo, los payasos no podían faltar. Si en esta payasada circense que el señor Sánchez ha montado, él se ha asignado el papel de payaso listo, es más que evidente, que al pueblo español solo le quedaba un solo papel que asignar: el de tonto del circo. Se ve que se ha obnubilado por esas ganas tan enormes de ser el protagonista y no ha caído en la cuenta de que, con ese lapsus, el papel del pueblo español quedaba relegado a escaso relevancia. ¿Cómo va a pretender querer rebajar el protagonismo de ese pueblo al que tanto adora y defiende? Pero lo cierto es que, aunque sin quererlo y, por lo tanto, algo perdonable, ha ofendido a los españoles. De ahí ese dicho popular que dice que “hay cariños que matan”.
Cuesta trabajo creer que haya sido votado por tantos millones de españoles. ¿Es que, de verdad, sus votantes, sus defensores, no han captado de qué personaje se trata? ¿De verdad, les da igual y ven natural esa forma de mentir tan descarada, incluso diría yo, tan despiadada, desde la presidencia del gobierno? Despiadada, porque a los simpatizantes sensatos del PSOE que quieran defenderlo les está obligando a renunciar a ello ya que los ha dejado sin argumento válido alguno. Difícilmente, ante tanta falacia, ¿habrá alguien que encuentre argumentos para la defensa?
Téngase en cuenta que a este último esperpento protagonizado por él y otros más, hay que añadir, nada más y nada menos, la serie de mentiras que nos ha largado. Y no han sido mentiras menores. Han sido, nada más y nada menos, sobre asuntos de un gran contenido político, relacionados con los temas más importantes y que afectan a la estructura e integridad del Estado. Y el listillo los justifica con el eufemismo “no he mentido, he cambiado de opinión” ¿Se puede llegar a un mayor encanallamiento?
Entra en el sueldo de un Presidente el tener que estar expuesto a las críticas, y aceptarlas como algo propio del ejercicio de un cargo al que él libremente se ha presentado. Nadie puede saber hasta dónde llegará el desenlace judicial del caso de la esposa del presidente. Pero una cosa está clara: tenía que haber dado una explicación, como es lo correcto y no utilizar las tretas propias de un trilero para evadirse ¿Qué problema tiene? Pero, ¡si así se las ponían a Fernando VII! Solo cabe esperar a que la justicia se pronuncie y punto. Pero no, ha tenido que sobreactuar. Hacerse la victima; dar lástima. ¡Patético!
En programa radiofónico dirigido por Carlos Herrera, este, acusó a Pedro Sánchez, por haberse retirado a meditar y reflexionar, durante 5 días, la toma de decisión de su posible dimisión. Un periodista de los contertulios habituales intentó rebajar la culpabilidad de Sánchez, argumentando que, de los cinco días, dos de ellos, corresponden al fin de semana de descanso y que, por lo tanto, el problema quedaba rebajado en ese sentido. Yo me pregunto ¿si ese periodista cuando esté a solas y reflexione sobre los argumentos tan infantiles y ridículos que ha tenido que utilizar para defender al presidente, no sentirá un cierto rubor? ¿Es que no ha caído en la cuenta de que el problema de un día más o menos, siendo extravagante, es nimio comparado con el auténtico problema que es de dignidad política? Traigo a colación este detalle, porque es significativo, en el sentido de que representa solo una pequeña y ridícula muestra de ese gran esperpento que Sánchez ha protagonizado.
Es como si el destino se hubiera encargado de, mediante todas las tretas posibles, lo hiciera llegar a la presidencia del gobierno, como fiel representante de un pueblo, el español, que debería menospreciar su actuación, pero que, corre el riesgo de si no lo hace abiertamente y de forma inequívoca, hacerse cómplice y coparticipe con él de esa actuación bochornosa.