Real Madrid, un equipo inmortal
Si juegas contra el Real Madrid y crees que no esta pasando nada en el partido, es que estás perdiendo. Si juegas contra el equipo que gana Copas de Europa como quien respira y estás dominando, ¿sabes una cosa?, estás perdiendo. Y si has tenido un par de ocasiones y no has marcado, es que, sí, eso es, estás perdiendo. Y si las marcas, no te equivoques, también estás perdiendo.
Y, más, si piensas que en un saque de esquina tienes que cubrir a los jugadores altos, que lo tienes todo controlado y no te preocupas de ese lateral bajito e interminable, no es que estés perdiendo, amigo, es que ya has perdido.
Te lo han contado quince veces, pero no atiendes.
Perdió el Borussia Dortmund y ganó el Real Madrid, porque fue la final de la Champions y este Madrid de leyenda se planta en una final y juegue bien, mal o regular, haga frío o calor, sea en Londres o Lisboa, su rival sea valiente y rebelde, tenga un muro como afición, tenga ocasiones, palos, lo que sea. Pase lo que pase, gana el Real Madrid.
Aunque se pase toda la primera parte sin tirar a puerta y sin entender muy bien de qué va el partido, como fuera de lugar. Pero corren los minutos y no le marcas y Kroos empieza a mover la pelota y Vini la pide y lo intenta una vez y luego otra y luego hace un regate que aún no lo puede explicar la física y fuerza un saque de esquina y luego otro y.
Ahí va Kroos, tocándose el tupé, colocando la pelota, mientras, su cerebro hace cuentas y mide la velocidad de la pelota, el viento, dónde están los jugadores y con qué parte del pie tiene que dar al balón. Pero lo hace como tú caminas y respiras y sientes que el mundo está bien hecho y ese rato, tan inesperado, de felicidad.
Puso el saque de esquina, remató, ya lo hemos dicho, Carvajal. Y ganó, en fin. Quién va a ganar.
Luego Kroos se despidió de verdad, con los puños cerrados, porque en uno de ellos escondía el corazón, rabioso, feliz, nostálgico, en un abrazo con Modric que se lo dio a todos los madridistas y luego con Ancelotti.
Se marchó como si estuviera viviendo un sueño. Porque antes el Dortmund, en shock por el gol en contra, consciente de que ya la suerte estaba echada y el destino escrito en el viento y en las leyes que no conocemos, tuvo un error absurdo, dio un balón a Bellingham en su área y éste le dijo a Vini que marcase, su segundo gol en su segunda final de la Champions. Una llave para el Balón de Oro.
Murió y se enterró el Borussia Dortmund y Ancelotti fue haciendo honores: a Joselu, por sus dos goles; a Modric, por existir; a Lucas Vázquez, por ser competitivo todos los minutos de todas las horas de todos los días y a Militao, porque se rompió un cruzado y el Madrid demostró que sin él, Courtois y luego Alaba, tiene madera de héroe.
El Borussia Dortmund fue un equipo entero y grande hasta entonces. No se impresionó en la salida. Ni la tensión del partido o la fanfarria de Lenny Kravitz, no se despistó cuando hasta tres aficionados saltaron al campo uno de tras de otro, ante la dejadez de los miembros de seguridad. El partido empezó, se paró, se puso de nuevo en marcha y el Borussia no había perdido ni una pizca de su concentración y de su plan. El Madrid, en cambio, estaba como perdido, sin saber muy bien dónde estaba, extraña situación para el equipo que domina todos los resortes de esta competición. Era inoperante en ataque y torpe atrás, un equipo al que el Dortmund le cogía la espalda y que le golpeó varias veces. Aunque no llegó a tirarle.
En parte porque estaba Courtois. Más que parar, ocupó sitió y cuando el portero belga se estira apenas quedan espacios por los que encontrar la portería. Lo vivió Adeyemi, que se vio a toda velocidad contra Courtois y cuando quiso regatearle, se tuvo que escorar demasiado y después se quedó sin sitio. Y le sucedió a Füllkrug, el delantero de moda del Dortmund, que la tuvo muy cerca, cerquísima, pero tuvo que apurar tanto en su tiro cruzado para superar al portero madridista que la pelota dio en el palo y rebotó hacia fuera.
No le funcionó nada a Ancelotti en esa primera mitad. El equipo era el esperado, sin sorpresas porque no es de tocar nada en las finales ni falta que hacía. Los jugadores eran los mismos, pero no lo parecían. El muro era, además, era la afición del Borussia, incallable, mientras el fondo del Real Madrid callaba y esperaba minutos mejores. Sabía que llegarían. Sólo Valverde ofrecía resistencia e ímpetu. Que en esa primer parate hasta Vinicius no podía . Si superaba a su marcador, aparecía Hummels para acabar con el único futbolista que podía romper el guión del partido. Pero cuánto tiempo podía durar eso.
Ya lo sabes, si crees que estás siendo superior al Madrid, es que no te has enterado de nada.
La Razón