Caudillismo y liberticidio
La monserga de la máquina del fango, inventada por Pablo Iglesias y recogida por Sánchez de los escombros de Podemos, no es otra cosa que intentar amordazarnos y otorgarse bula para despojarnos de nuestros derechos y libertades. Amén de que toda la inmensa parva de acólitos puedan seguir trincando de nuestros impuestos.
Que el campeón del mundo de la mentira, a quien sería milagroso pillar en una sola verdad a lo largo de su vida política y quien la ha convertido en forma y enseña de gobierno, acuse a alguien de sembrar bulos resulta tan obsceno como su último melodrama de hacer el muerto para televisarse luego resucitando.
Lo que ahora se descubre es el objetivo de la tramoya que montó la anterior semana: yugular a la judicatura y someterla y acogotar a la prensa. O sea, tiranía y censura. Vamos, y casi sin hacer memoria, desenterrar a Franco e investirse de sus poderes y métodos. Tribunales, fiscales y jueces adictos y a sus órdenes y censura contra la libertad de expresión, opinión y de prensa. Y como coartada y adorno, bautizándola para engaño de bobos y mantra de sectarios, «regeneración democrática». Su realidad y nombre real es otro: caudillismo y liberticidio.
Para ello, y por supuesto, ya salen, por doquier y de todos los agujeros, y no le faltarán, como nunca le faltaron al dictador, voluntarios para «mancharse las togas» o convertirse en delatores e inquisidores que condenen y arrojen a las hogueras tras cosernos la boca a todo quien ose levantar voz y palabra contra ellos.
Algunos sin embargo, nunca ninguno de estos que presumen ahora de luchas y antifranquismos que ni olieron de lejos ni por los que sufrieron ni siquiera un arañazo, si sabemos al respecto de lo que hablamos y lo que nos quieren echar encima. Porque lo padecimos. Represión y censura, delación y exclusión. Y da igual de qué ideología presuma el que pretende imponerla, levante el brazo o el puño, en eso y en tanto y casi en todo, los totalitarios se tocan y comparten lo que en verdad les importa. Mantener el poder a toda costa y pisotearnos mientras vociferan que solo por nuestro bien lo hacen.
Pero lo peor de todo son quienes lo jalean, lo idolatran y santifican. Mejor ejemplo ni más reciente podemos tener que esta última bellaquería. Pues lo ha sido y no hay mejor definición para la pantomima y el sainete a que se nos ha obligado a asistir estos pasados días. El montaje no ha podido ser más grotesco, ni tan obvio, ni tan falso. Desde la carta al griterío y los alaridos de las plañideras encabezadas por su Montero hasta el victimismo y autobombo del héroe volviendo de entre los difuntos para anunciar que el trance lo había convertido en inmortal como se encargaba de anunciar al instante quien no podía faltar, su palanganero demoscópico, Tezanos, con el incensario para perfumarlo y su encuesta, que como todas las que cocina apesta a pescado podrido.
¿A cuántos ha engañado? Pues desde luego y por lo visto a todos los que no hacer falta ni engañar porque son ellos mismos parte del tinglado, a quienes por más que lo sepan no les importa y lo jalean y adoran y a quienes sabedores de su pelaje e impostura lo quieren mantener en Moncloa porque a través consiguen cuanto quieren y nos sacan a los demás los hígados. Los demás, muchos, sabían que era puro teatro. Pero otra cosa es que se rebelen contra la farsa.
Eso es lo que ha pasado. Y lo que amenaza con pasar es ya el pisoteo de la última línea roja de la democracia. La que nos separa de la tiranía.
Algunos, que no callamos ante la anterior, no vamos a callar ahora ante ello. Aquí ya nos vamos a retratar, y más pronto que tarde, todos.