Quiten sus sucias manos sobre Lamine Yamal
Pedro Narváez.- El jugador de la selección española brinca mientras muestra sus brackets de adolescente. La risa es abierta, de cuando el dentista dice «grande», la orden por la cual se ha de abrir la boca hasta donde duela. Yamal se ríe y uno siente esa felicidad ajena que tiene tanto de regocijo como de envidia. Volver a los diecisiete siendo un héroe.
Los hombres de otros tiempos lo hacían todo antes. Alejandro Magno se convirtió en rey con veinte años, a la edad en la que Rimbaud ya era el príncipe maldito de los poetas. Ahora dicen que los sesenta son los nuevos cuarenta. Hay que ser imbécil. No hay ningún eslogan que pueda con la electricidad avasalladora de la juventud. Podría decir algo parecido de Alcaraz, el otro protagonista del día, solo que este último es murciano y no sé si tiene ocho apellidos murcianos, pero el caso es que es murciano, mientras que Yamal tiene apellidos marroquíes y guineanos aunque los dos son igual de españoles.
Hay una cierta rivalidad entre los que solo celebran un gol si el marcador es racializado, como Irene Montero, para la que un gol negro vale lo que diez blancos, aparte de que para la exministra todo lo que no es blanco es negro, no los hay tostados o morenos, y los que explican que Yamal es un genio, pero que no piensen ustedes que todos los «menas» (Yamal no lo es, para empezar) marcan goles sino que más bien roban. Y es verdad que algunos lo hacen. No, a mí tampoco me gustaría tener un centro de acogida junto a mi portal, pero si me toca, como el contenedor de vidrios, pues me aguanto. (Sí, he comparado un centro de acogida con un punto de reciclaje porque los dos hacen ruido).
En qué mal momento Santiago y cierra España, ese aprendiz de Orban, con cara de listo que toma decisiones tontas, ha roto sus pactos con el PP a causa del reparto migratorio. A esta hora España ve a los niños inmigrantes como una bendición, otra cosa será mañana. Lo jodido es que se use al ídolo futbolero como diana donde acertar en el discurso extremo y baboso. Yamal es un niño feliz al que quieren hacer desgraciado antes de tiempo. Ya tendrá edad.
Ni la izquierda radical ni la radical derecha aportan ninguna solución decente ante uno de esos «problemas capitales» de Occidente sino que se tiran a Yamal a la cabeza. Entonces es cuando digo que no pongan sus sucios manos sobre Lamine Yamal, el joven dios, jueguen sus liguillas en otros campos. La política está fuera de juego. Y aunque soy más de toros, boxeo y folclóricas, cosas fachas, dejen que España tenga la noche en paz.
El Debate