Los perros siguen ladrando
La próxima visita del Papa a Madrid ha levantado entusiasmos y polémica. Nunca llueve a gusto de todos dice y con razón nuestro refranero. Para los que sentimos el Catolicismo y moriremos cuando Dios lo disponga en nuestra fe, su visita es un acontecimiento muy especial y entrañable, que nos debe llenar de alegría al tenerlo en nuestras calles y plazas por unos días. Llámese Benedicto XVI, Enrique el Bueno o Juan Pablo III. El nombre elegido o su vida anterior a la elección no deben tener la menor trascendencia e importancia. Sólo debemos considerar que se trata del Vicario de Cristo en la Tierra y cabeza visible de su Iglesia.
Creo que sobra y basta para honrarle, amarle y respetarle, ya que no hay figura en el mundo para los católicos que pueda superar en importancia y supremacía a este sencillo hombre de blanco que exalta a las multitudes de todo el mundo y no deja indiferente a nadie. La elección como Pontífice de nuestra Iglesia transforma al elegido y le hace distinto en su personalidad, carácter y hasta en su forma de pensar. No creo mucho en los milagros actuales, pero sí que hay algo sobrenatural y extraordinario en esta designación que le hace diferente desde ese instante.
Yo que no soy partidario de aglomeraciones y multitudes callejeras, aún recuerdo emocionado la visita a Madrid de su antecesor, el inolvidable Juan Pablo II, donde anduvimos como locos mi mujer y yo, para acercarnos lo máximo que nos permitieron a ese venerable Pastor de almas, que sólo con su mirada cargada de amor y serenidad, de dulzura y comprensión, nos traspasaba el alma y nos sacudía los sentidos, emocionándonos hasta el lagrimeo. Lloré su muerte y recé en la intimidad la pérdida sufrida y la orfandad en la que quedaba la Iglesia tan necesitada de esta clase de santos vivientes.
Nunca olvidaré la inmensa suerte que tuve cuando pasé una Semana Santa, en Italia y me acerqué al Vaticano coincidiendo con la celebración de los ejercicios del Jueves Santo, oficiados por el Papa. Evoco su paso lento por el centro de la nave al terminar y sus bendiciones a los que ocupábamos los bancos laterales. Pasó a menos de un metro de donde nos hallábamos y aproveché la oportunidad para exponerle unas medallas y rosarios que había adquirido. Él lo advirtió y mirándome los bendijo ex profeso. Aún conservo esa dulce mirada llena de paz y amor como uno de los episodios más dulces y sobresalientes de mi vida. No soy un meapilas, ya lo he advertido en varias ocasiones, pero siento un enorme respeto y admiración hacia la figura del Santo Padre, independientemente de su nombre, figura física y biografía anterior.
A este respecto, recuerdo una anécdota que me contó un viejo amigo seminarista y posteriormente párroco en Conil, el pueblo gaditano. Se refería a un Papa del siglo XV, llamado Eneas Silvio Piccolomini, que al ser elegido Papa y no haber llevado una vida comedida y ejemplar en sus años jóvenes, antes de ser sacerdote, indicaba a sus antiguos amigos cuando le visitaron y comentaron sus viejas aventuras: “ No me recordéis como Eneas Silvio Piccolomini, quiero que me veáis ya como Julio II”, que fue el nombre que tomó al ser elegido. Es la misma opinión que tengo sobre la figura de cualquier Pontífice, ajena totalmente a su vida anterior. Hablan mal del actual tachándole de nazi, como si se tratara de un antiguo criminal o exaltado, porque de joven y bajo el dominio hitleriano, tuvo que hacer el servicio militar vistiendo ese uniforme, como toda la juventud alemana de entonces e igual que los jóvenes españoles de la posguerra con el uniforme falangista, aunque no todos sintieran ese ideal. Era casi obligatorio para optar a puestos y oposiciones el juramento de adhesión a los famosos Principios Fundamentales del Movimiento, hasta el actual Rey para ser designado Príncipe de España y sucesor hubo de hacerlo, aunque luego se olvidara. No todos lo hicimos obligatoriamente, algunos sentíamos los ideales de la Vieja Falange, que nada tenía que ver con los posteriores falangistas surgidos del oportunismo y el enchufismo. Estimo que los errores de nuestra juventud, no deben ser una pesada losa que nos atosigue y conturbe el resto de nuestra vida. Nadie podría vivir tranquilo si así lo fuera.
Hablan de los cuantiosos gastos que la visita papal ocasionará a los españoles. Nada más lejos de la realidad. La visita de millones de jóvenes y no tan jóvenes a Madrid en esta memorable ocasión superará con creces los gastos que se produzcan. Algunos comentan que el beneficio sólo será para los comerciantes y hoteleros, pero no para el ciudadano en particular.
Hay que ser retrógrado para no querer reconocer que si gana el comerciante, el hotelero, el restaurador, barman, así como taxis, autobuses, tiendas de “souvenirs”, museos, espectáculos y demás, redundará en beneficio de todos y conseguirá el mantenimiento de puestos de trabajo, tan tocados y perjudicados con esas protestas masivas y agresivas de esos “indignados”, que son los que más protestan contra esta visita y sus gastos y no se dan cuenta o no tienen la valentía de reconocer el tremendo perjuicio económico que ellos están causando al resto de los ciudadanos. Incluso pretenden torpedear la visita papal con “via-crucis” laicos y manifestaciones coincidentes con los actos religiosos, aunque se empeñen en hacernos creer que no es nada contra el Papa y los católicos. ¿Contra quién si no? Hasta en esto demuestran su manipulación y engaño. Aparte que estos gastos, que tanto airean, han sido subvencionados en su mayoría por empresas, instituciones y particulares, lo que no ocurre con los enormes dispendios, que se hacen cuando nos visitan jefes de Estados y celebramos eventos oficiales que sólo sirven para el lucimiento personal de nuestros dirigentes de cara al exterior e interior, como esos Congresos internacionales donde ya sólo atender, acoger, y hospedar a los que asisten suponen una auténtica millonada sin que nadie los critique, aunque el mayor número de ellos no nos reporte beneficio, ni sirvan para nada. Sólo el hospedaje en el Pardo o el Hotel Ritz, de nuestros ilustres visitantes, con los extras que conllevan en servidumbre, escoltas y acondicionamientos, supone un gasto desmesurado sin beneficio posterior alguno, pues en su mayoría, se suelen ir con más de lo que nos dejan.
El Papa cuando nos visita se hospeda en la Nunciatura, que es como decir en su casa. Hablan del Papamóvil, pero silencian los “mercedes blindados” y coches de grandes cilindradas que utilizan los demás visitantes y dignatarios y hasta nuestros ministros y altos cargos para asuntos personales. Es ganas de rizar el rizo, para atacar una vez más a todo cuanto representa a la religión católica, por parte de su principal enemigo, este laicismo imperante tan alentado desde los organismos oficiales.
No me gustaría que el Papa viviera en la pobreza y pasando calamidades. Se trata de la figura humana más importante de nuestra Iglesia y debe vivir de acuerdo a su elevado rango y consideración. Es obligación de todo buen católico mantenerlo en esa situación de privilegio y preeminencia, aunque su forma de vida en la intimidad de sus habitaciones sea austera, sencilla y frugal, como ocurre en la realidad. No hay rey, ni presidente de gobierno que merezca mayores honores y sin embargo, no nos parece nada mal que vivan en palacios y con todo tipo de lujos. ¿Por qué el Papa, que para los católicos, está por encima de todos ellos, no debe gozar de idéntica y hasta superior consideración?. Una Iglesia pobre y desprotegida sería lamentable en todos los aspectos y hasta posible causa de su desaparición. ¿Podrían vivir los sacerdotes con las limosnas de los cepillos dominicales?. Por una vez, seamos sinceros y consecuentes. Jesús entró en burro en Jerusalén, el domingo de Ramos,- es el argumento que más emplean los detractores-, pero no debemos olvidar que también alabó el gesto de la pecadora que le agradecía su decisiva defensa lavando sus pies con ese valioso perfume y así se lo hizo saber a los discípulos y acompañantes que la criticaban.
Si hiciéramos un cálculo meticuloso sobre las obras de caridad de nuestra Iglesia en todos los tiempos y Continentes a favor de los desamparados, desahuciados, leprosos, enfermos del sida y escuelas, orfanatos, granjas, industrias y todo lo que pueda repercutir en la mejora de condición y vida del que nada tiene y nada espera, sería imposible darle cabida en su simple artículo. Y todo por puro altruismo, sin ánimos de lucro, exclusivamente por amor. Mucho más, sin comparación, a la que hace cualquiera de los gobiernos. Pero de esto no se habla, porque debe pertenecer al secreto del sumario, ese que nos hace sordos, mudos y ciegos, cuando se trata de alabar y reconocer la labor de nuestra Iglesia.
UGT, el sindicato del partido en el gobierno, quiere hacer una huelga de Metro coincidiendo con esta visita. La cuestión es intentar entorpecer tan excepcional evento y ofender a los que nos sentimos católicos, dejando asimismo en mal lugar la reconocida hospitalidad madrileña de cara a los millones de visitantes que tendremos en esos días. Dicen que lo hacen por perjudicar a la empresa por incumplimiento de no sé qué convenio. ¿Es que lo tienen que hacer, precisamente, cuando nos visita el Papa?. Deben de creer que somos memos. ¿Para esto es para lo que sirven los tan subvencionados e inactivos sindicatos?. ¿Qué dirán de nosotros los visitantes?. Los “indignados”, que ya no saben lo que inventar para que sigan hablando de ellos, quieren unirse a las “feministas”, que no son precisamente las femeninas y otros grupos más o menos controvertidos, para torpedear también esta visita. Pero no son nada agresivos, según ellos… ¿Buscan nuevos enfrentamientos, desórdenes y dar una imagen desastrosa de nuestra ciudad ante el mundo? Para que luego se quejen de la policía. Si ellos no provocan con sus desmanes y continuos abusos, nuestras fuerzas de seguridad no intervienen. Así de claro. Lo contrario es querer manipular la verdad y enmascarar la realidad.