La estrofa 618 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- La estrofa que vamos a comentar forma parte de un episodio titulado por algún copista «De cómo el Amor se partió del Arçipreste e de cómo Doña Venus lo castigó», en el que el poeta, después de un largo diálogo ficticio con un dios pagano al que llama Don Amor -que le ha dado muchos consejos para que triunfe en el arte amatorio- medita sobre las enseñanzas recibidas y decide ponerlas en práctica. Por lo pronto, será perseverante: si no obtiene éxito un determinado día, lo obtendrá al siguiente o al otro, con tal de no darse por vencido, pues «más vale rato acuçioso que día perezoso» (v. 580b). Y con esa disposición de ánimo se fija en una hermosa viuda, Dª Endrina, que además de rica reúne cuántas virtudes puede un hombre desear. Pero aún no se siente capacitado por sí mismo para conseguir ese objetivo -tal es la calidad de la pieza que pretende cazar- y, siguiendo el ofrecimiento que le había hecho Don Amor antes de despedirse apresuradamente por urgencias de su trabajo, decide seguir pidiendo asesoramiento a su supuesta esposa Doña Venus y a su criado Pánfilo, que no es sino una referencia a la anónima comedia latina del S. XII Pamphilus o Liber Pamphili, falsamente atribuida durante mucho tiempo a Ovidio, que adaptará en gran parte al relatar sus ficticios amores con esta noble dama.
Doña Venus, que en aquella comedia era simplemente la diosa Venus y no tenía esposo, aconsejaba al joven Pánfilo para que lograra seducir a su amada Galatea. Ahora, en su nueva versión, acude al llamamiento del Arcipreste (o a su alter ego D. Melón de la Huerta) y le da nuevas enseñanzas (‘castigos’ en terminología medieval): no debe ser vergonzoso, debe ser cortés, servicial y comprensivo ante una mala respuesta. Y es que para tener éxito en un terreno tan delicado como el amor hay que actuar como un artista. Al fin y al cabo, el Ars Amatoria o «Arte de mar» era la famosa obra de Ovidio que Don Amor había leído en la escuela para llegar a convertirse en el dios que era, según le cuenta al Arcipreste Doña Venus. Con arte, es decir, con astucia y maña, se triunfa en todas las facetas de la vida e incluso en la guerra, donde a veces puede más una buena estrategia que la fuerza bruta, tal cual demostró David cuando venció al gigante Goliat. Siguiendo esta idea, le dice Dª Venus al poeta, según la edición de Blecua:
«Con arte se quebrantan los coraçones duros, (618)
tómanse las çibdades, derríbanse los muros,
caen las torres altas, álçanse los haduros;
por arte juran muchos; por arte son perjuros».
El lector habrá entendido bien esta estrofa a excepción de la palabra que remata el verso tercero: «haduros». Y a resolver esta duda nos dedicaremos, ya que hasta ahora los distintos editores del Libro solo han sabido entender su significado por el contexto, pues la palabra no aparece documentada en la literatura medieval. Haduro, pues, debe ser cualquier cosa que pese mucho, de tal manera que con algún artilugio ingenioso (alguna especie de grúa o palanca) pueda levantarse con poco esfuerzo.
Pero antes de revelar su preciso significado tenemos que explicar que esta estrofa aparece recogida en dos manuscritos, los llamados S y G, cuya diferencia principal es -como tantas veces he repetido en otros trabajos- la poca fiabilidad del primero frente a la del segundo. Haremos un estudio comparativo entre ambos para escoger de cada uno lo que nos pueda ser más útil para recomponer el arquetipo perdido de la estrofa.
Análisis del primer verso
Coincide el texto en ambos manuscritos y su sentido es diáfano. Contiene la enseñanza principal que Doña Venus quiere comunicar al Arcipreste, y que en realidad debería figurar como colofón de los tres versos que le siguen: de la misma manera que con arte (entiéndase: ingenio, astucia, destreza, etc) se puede ganar un juicio o una guerra, así puede el amante seducir a la mujer que más se le resista. En este verso adapta el mensaje que en la diosa Venus ya le había dado a Pánfilo en los tres primeros pies del hexámetro numerado como verso 83 de la citada comedia: «Ars animos frangit» (‘el arte rompe corazones’).
Análisis del segundo verso
Este verso desarrolla en sus dos hemistiquios los tres siguientes pies del citado hexámetro: «et firmas diruit urbes» (‘y destruye fuertes ciudades’). Pero el texto del primer hemistiquio difiere en los dos manuscritos. En el ms. S leemos«tómanse las cibdades», frente a«tórnanse las cibdades» del ms. G. La similar grafía entre una forma verbal y otra explica la confusión del amanuense de este último, y así lo han entendidotodos los editores consultados, que optaron por la lectura del ms. S, a excepción de Chiarini (1964), que prefiere la del ms. Gsin comentarla,y que más tarde apoyará con argumentos nada convincentes su compatriota M. Morreale (1968); pero debemos rechazarlos porque tornar solo tiene el sentido de ‘volver’, nunca ‘destruir’, ni mucho menos ‘conquistar’, que es exactamente la idea que se quiere transmitir con el verbo tomar. Corominas -esta vez acertado- lo expresa con meridiana claridad: «es infundada la idea de Chiarini de que tórnanse corresponda al sentido del latín diruit, y extravagante su idea de introducir en el texto tan evidente error de copia».
El segundo hemistiquio («derribanse los muros») coincide sustancialmente en ambos manuscritos, aunque la conjunción e añadida por el ms. G convierte al suyo en hipermétrico, por lo que lo que preferimos la versión del ms. S.
Análisis del tercer verso
Este verso es una adaptación del hexámetro 84 del Pamphilus: «arte cadunt turres; arte levatur onus» (‘con arte caen las torres, con arte se levantan cargas’).
Pero el primer hemistiquio difiere en los manuscritos. Mientras el ms. S califica a las torres como altas, el ms. G les aplica el adjetivo fuertes. Ciertamente, una torre alta y estrecha es muy fácil de derribar por un ataque artillero sin necesidad de emplear una especial destreza. Es para abatir una torre fuerte y gruesa, o para tomar una fortaleza que parezca inexpugnable cuando se necesitará una buena dosis de astucia: ahí está el caballo de Troya para demostrarlo. Por lo tanto, aceptaremos como original el texto del ms. G.
Entramos ya de lleno en el hemistiquio que incluye la misteriosa palabra haduros, y que, como vemos por comparación con el verso del Pamphilus, debería de significar ‘carga’. El problema es que tal palabra no está documentada, razón por la cual el copista del ms. S, que evidentemente no la reconocía, optó por la vía fácil – que tantas veces había empleado en la elaboración de su mixtificador texto- de sustituir «álçanse los haduros» por «alçan pesos duros» , cometiendo con ello dos irregularidades: por un lado hizo al hemistiquio hipométrico y por otro -el verdaderamente grave- repitió la palabra duros que remataba el primer verso, error imperdonable para un poeta de la categoría del Arcipreste, por lo que podemos estar seguros de que para reconstruir el arquetipo perdido debemos partir de la lectura del ms. G, obra de un copista que prefería reproducir fielmente el texto ininteligible que tenía ante sus ojos antes que falsificarlo. Pero antes de explicar el significado de esta palabra veremos lo que los principales editores del Libro han transcrito y anotado al respecto a lo largo de la historia.
Y aquí nos llevamos una sorpresa, porque casi todos los editores del Libro (T. Sánchez 1790, Janer 1864, Ducamin 1901, Cejador 1913, Chiarini 1964, Corominas 1967, Joset 1974 y Gybbon-Monnypeny 1987, entre otros) eligen la lectura del ms. S limitándose a corregir su hipometría al añadirle el pronombre enclítico se al verbo: «álzanse pesos duros». Corominas, incluso, se atreve a comentar que haduro es haplología de hadeduro, que significa ‘desgraciado’; es decir, supone que el copista abrevió esta palabra eliminando su segunda sílaba. Y al ser absurda la idea de que con arte se levanta el peso de un desgraciado, considera que la lectura del ms. S, -con el pronombre añadido- es la correcta. Pero una cosa es que la palabra que debe reintegrar el texto signifique directa o indirectamente carga/peso y otra muy distinta dar por buena la lectura reiterativa del ms. S. Blecua (1998), con más vista, opta por transcribir el hemistiquio según el ms. G, anotando a pie de página a propósito de haduros: «Se desconoce la acepción exacta de la voz que, sin duda, es una especie de objetos muy pesados».
Nuestra investigación parte de considerar que la palabra con la que debemos reintegrar el arquetipo no es exactamente la que podemos leer sino que se trata de una muy parecida, desfigurada por el uso de una abreviatura y por otro cambio de grafía. Si consideramos que la palabra en cuestión debe de pertenecer a la familia de ‘fardo’, que encajaría plenamente en el contexto si no fuera por su terminación, debemos admitir que la letra hache inicial de haduros fue una evolución natural de la letra efe, de la misma manera que las palabras hermosa y hembra derivaron de fermosa y fembra respectivamente. Y, lo más importante, que algún copista omitió la virgulilla sobre la letra a que abreviaba una subsiguiente erre. Así, consideramos que hãduros es una variante gráfica de farduros, y que esta es la palabra que debemos documentar en algún texto medieval con el sentido de ‘carga’. Pero se trata de una labor ardua, pues no aparece en ningún diccionario: no se encuentra recogida en el Diccionario de latín-romance de Alonso de Palencia (1490), ni en el Vocabulario español-latino de Nebrija (1494), ni en el Lexicon ecclesiasticum latinohispanicum de Ximénez Arias (1569), ni tampoco en el Tesoro de Covarrubias (1611).
Sin embargo, al introducir farduro en el traductor automático de Google nos encontramos con una sorpresa: detecta que se trata de rumano y traduce la palabra precisamente como ‘carga’. ¿Hemos llegado al final del recorrido…? Desgraciadamente no. Farduro no aparece en ningún diccionario rumano, y el término más parecido gráficamente, farduri, significa ‘maquillaje’. Ante la duda consultamos la cuestión con el Instituto Cultural Rumano en Madrid y nos confirma la inexistencia de esta palabra en su idioma. Por otra parte… ¿por qué iba a recurrir el Arcipreste a la lengua rumana para cumplimentar una estrofa escrita en castellano?.
Veamos una captura de pantalla del Google Translate:
Estamos perdidos. ¿Acaso el traductor de Google confunde el rumano con el rumantsch (romanche)?… Aclararemos que en el norte de Italia y no lejos de Bolonia, donde el Arcipreste pudo haber estudiado, se hablaban diversas lenguas derivadas del latín conocidas como lenguas retorromances o retorrománicas (originadas en la provincia romana conocida como Recia o Rætia), con alguna de las cuales el poeta podía estar familiarizado. Estas lenguas se suelen clasificar en tres grupos, uno de los cuales es el romanche, que a su vez se divide en cinco dialectos: suprasilvano, subsilvano, supramirano, alto engadino (puter) y bajo engadino (vallader). Curiosamente, si introducimos la palabra farduro en el buscador de Google nos aparece un único texto en romanche que la reproduce, el verso 132 de la Historgia dalg arik hum et da Lazarus (ms. Ge), publicado en el tomo V de la monumental Ratöromanische Chrestomathie (Crestomatía retorrománica) de Decurtins (1919). Se trata de un drama anónimo en verso del S. XVI del que no existe traducción al castellano, por lo que consultamos al Dr. Ursin Lutz, del Institut dal Dicziunari Rumantsch Grischun, que nos contesta gentilmente que tal texto está escrito en un dialecto retorromanche de la Alta Engadina (una región sudoriental de Suiza integrada en el cantón de los Grisones), pero que farduro es una mala transcripción de sarduro, participio pasado de sardurer, que significa ‘dorado’. Era una pista que prometía, pues un poeta tan aficionado a cruzar paisajes montañosos, podría haber viajado a los Alpes suizos y haber recurrido a los servicios de alguna serrana del lugar para que lo transportara a sus espaldas como ‘carga’ o farduro. ¿Escuchó esta palabra viajando por el norte de Italia?… En cualquier caso, la palabra no se encuentra recogida en el diccionario de romanche-alemán de Matthias Conradi (1823), uno de los primeros en traducir esta lengua, ni en ninguno otro posterior que hayamos podido consultar, como el diccionario de la lengua retorrománica de Graubünden (cantón de los Grisones) de Otto Carisch (1848) o el de las lenguas romanches de la Alta y Baja Engadina, Val Müstair, Bergün y Filisur, de Zaccaria y Emil Pallioppi (1895). El mismo resultado infructuoso se obtiene si consultamos el diccionario on line de la Lia Rumantscha, institución suiza fundada en 1919 que representa a todas las organizaciones que promueven la lengua romanche en alguna de sus variedades o dialectos.
Descartadas las lenguas romanches, tenemos que buscar en otro grupo de lenguas retorromances: el ladin hablado en los Dolomitas (Alpes orientales italianos), que comprende las regiones de Trentino-Alto Adigio y Véneto, y que se extendió, con variantes, a la vecina península de Istria (hoy Croacia y Eslovenia), al otro lado del Adriático. Se suele clasificar en seis dialectos: agordino, atesino, cadorino, trentino, nonés y solandro, aunque estos a su vez se componen de subdialectos. Pero tampoco aparece farduro en el Vocabolario del ladino letterario publicado por la Universidad Libre de Bozen-Bolzano (ed. 2020), ubicada en el Tirol italiano.
No debemos confundir estos dialectos ladinos con el ladino o judeo-español. En cualquier caso, esta palabra no se encuentra en ningún diccionario sefardí, como el Diksionaryo de Ladino a Espanyol de Güler, Portal y Tinoco, que puede consultarse on line; cita que aprovecho para agradecer a Itzjak Benabraham, del Centro de Documentación y Estudios Moisés de León, su amabilidad al facilitarme la información que le solicité.
Tampoco encontramos farduro en el diccionario etimológico de lenguas románicas de Friedrich Diez (1887), ni en el más conocido y fundamental Romanisches Etymologisches Wörterbuch (REW) de Meyer-Lübke (1911), en el que, según su prefacio, se tienen en cuenta todas las lenguas romances, incluido el dálmata, y se enumeran las variantes del rumano, vegliótico, italiano, sardo, engadiniano, friulano, francés, provenzal, catalán, español y portugués. Por lo tanto, ¿de dónde obtuvo la palabra el omnisapiente traductor de Google?… El misterio solo pueden resolverlo los ingenieros que programaron esta aplicación.
Así, tenemos que concluir este estudio, que no puede ser todo lo completo que desearía, pero que me deja la satisfacción de haber llegado hasta el final de mis posibilidades para resolver este misterio. Como el cuarto verso de esta estrofa no ofrece ninguna duda interpretativa y es perfecto desde el punto de vista métrico, obviaré un análisis del mismo y pasaré a recoger mi versión del arquetipo perdido de esta estrofa, como suelo hacer en todos mis trabajos, acompañada de la reproducción de su imagen en los dos manuscritos que la recogen para que el lector pueda formarse su propia opinión al respecto y, si es lo suficiente sagaz y obstinado, pueda encontrar una respuesta para este enigma, que ha pasado de ser filológico para serlo tecnológico. Recuperemos primero la estrofa, con grafía modernizada:
«Con arte se quebrantan los corazones duros, (618)
tómanse las çiudades, derríbanse los muros,
caen las torres fuertes, álzanse los farduros;