La estrofa 187 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Dentro del episodio titulado por un copista «De cómo el Amor vino al Arçipreste e de la pelea que con él ovo el dicho Arçipreste» se encuentra esta estrofa, tan defectuosa desde el punto de vista formal que podemos estar seguros de que nos ha llegado corrompida por una mala transcripción del texto original efectuada por un copista. Solo el ms. S, uno de los tres manuscritos principales que recogen parcialmente la obra del Arcipreste, recoge este episodio y la estrofa en cuestión, lo que nos impedirá reconstruir el arquetipo mediante su cotejo con los demás y nos obligará a guiarnos por el sentido común y las reglas de la creación poética en cuaderna vía.
Reproducimos la estrofa según la edición de Blecua:
«Eres tan enconado que, do fieres de golpe, (187)
non lo sana mengía, enplasto nin xarope;
non sé fuerte nin reçio, que se contigo tope,
que no-l debatas luego, por mucho que se †enforçe†».
Antes de entrar en su análisis formal pondremos al lector en antecedentes. El Arcipreste (o su alter ego D. Melón de la Huerta) está dialogando ficticiamente con un dios pagano del amor -a quien llama Don Amor como podía llamarle Eros o Cupido- reprochándole sus malas artes al someter a su voluntad y a sus caprichos a todos los hombres. No obstante, su diatriba contra este dios no es todo lo inocente que se podría esperar: el Arcipreste espera de él que se apiade de su persona y le asesore para tener éxito en el amor y poder seducir a las dueñas que aún se le resisten, ya que se trata de un amante empedernido. Don Amor le acabará contestando en otro episodio, defendiéndose de tales acusaciones y dándole varios consejos para que no cometa errores y consiga alcanzar sus objetivos en materia amorosa. En esta estrofa -tal cual puede leerse en la actualidad- el Arcipreste le acusa de ser tan enconado -tan furioso- que cuando hiere al corazón del hombre, no hay mengía (medicina), enplasto (emplasto, parche) ni xarope (jarabe) que pueda sanarlo, y que no hay nadie, por fuerte o recio que sea, que al recibir la flecha de la pasión amorosa no caiga abatido y rendido a sus pies, por mucho que se resista (¿enforce?).
Sin embargo, a pesar de que una estrofa en cuaderna vía requiere que sus cuatro versos rimen consonantemente entre sí, nos encontramos que en ésta solo los versos segundo y tercero, que terminan en -ope, cumplen este requisito formal. Por otra parte, la palabra que remata el cuarto verso -que Blecua transcribe con ce cedillada y entre dos óbelos que denotan su duda sobre dicha lectura- no solo rima burdamente con el resto, sino que no está documentada, como advierte el editor a pie de página, admitiendo que tal vez se trate de un error de transcripción. Pero lo más importante es que en sus notas finales amplía sus comentarios diciendo: «En S se lee enforce o enforte. Probablemente se trata de un error por otra voz terminada en -ope, pues es muy extraño que un autor tan sutil versificador busque una rima difícil y no la mantenga en los cuatro versos».
Efectivamente, Blecua tiene razón al dudar de que el Arcipreste haya cometido un error tan burdo; pero no encuentra la clave para resolver ese misterio. Nosotros trataremos de hacerlo con una cierta dosis de audacia. Pero antes es preciso hacer un repaso histórico de las principales ediciones del Libro para estudiar, siquiera brevemente, el tratamiento que han dado a esta estrofa:
La edición de T. Sánchez (1790) y la de Janer (1864) recogen la estrofa sin comentarla, aunque en el primer verso transcriben entonado en vez de enconado. Debemos considerar, a pesar de que la grafía de esa palabra en el ms. S es confusa, que la lectura correcta es enconado, como han hecho los demás editores desde Ducamin (1901) en adelante. A pesar de que el DRAE define hoy día este adjetivo como «encarnizado, violento y muy porfiado», que es exactamente el sentido que el poeta le da en este verso, quizás el Arcipreste lo empleara en sentido figurado, pues el Tesoro de Covarrubias (1611), que no contiene una entrada para el sustantivo encono, se limita a definir el verbo -con el pronombre enclítico se- en relación directa con las heridas y, por analogía, con hechos o situaciones de la vida, pero no estrictamente con las personas. Actualizando la grafía, dice literalmente:
«ENCONARSE es propio de la herida, cuando se encrudelece, y por translación decimos enconarse un negocio cuando se vuelve a empeorar y hacer más dificultoso y peligroso. Formose este verbo de la palabra griega […], enchos, que vale asta o lanza, porque lo que está enconado nos da punzadas y lanzadas, que parece entrarnos por allí una lanza. O se dijo de en y conus, extremidad aguda, y tendrá el mismo sentido».
Cejador (1913) se detiene en la definición de los términos más inaccesibles para el lector actual de la estrofa, dándoles el significado que ya hemos dejado apuntado; pero no hace observación alguna sobre el defecto formal que estamos comentando. Chiarini (1964) se limita a recoger la estrofa sin comentarla. Corominas (1967) define mengía y xarope, y anota respecto de enforce: «Que se enforce ‘que se esfuerce, que resista’, derivado de fuerza, con vocalismo analógico o dialectal». Una manera elegante de reconocer que la palabra no está documentada. Joset (1974) recoge las mismas definiciones de mengía y xarope, añadiendo su particular aclaración del verso cuarto: «‘que no le derribes en seguida, por mucho que resista’». Por último, Gybbon-Monnypeny (1988) recoge la estrofa sin anotación alguna. Vemos, por lo tanto, que Blecua (1998) es el único que advierte del grave defecto formal de esta estrofa y sospecha que el texto original se encuentra deturpado por la acción de un copista.
Para desentrañar este enigma filológico debemos partir de una observación: el segundo verso es a primera vista perfecto, pero hay en él algo realmente extraño. La palabra xarope tiene una rima muy difícil. Resulta muy complicado, por no decir imposible, conformar una estrofa de cuatro versos que tenga esa misma terminación en todos ellos. ¿Por qué iba el poeta a hacer tan mala elección que le iba a conducir a un callejón sin salida que implicaba deslucir gravemente su trabajo?… Le habría sido muy fácil, si es que quería mencionar esa palabra concreta, situarla en otro lugar del verso, colocando mengía, de rima facilísima, al final. Pero hay más: un jarabe es de por sí una medicina, por lo que resultaba absolutamente innecesario mencionar ese concepto entre los remedios curativos. La reiteración de un concepto en el remate de un verso puede tener algún sentido como licencia poética si se hace para acomodar la palabra elegida a una rima exigida por los demás de su estrofa; pero carece totalmente de él si lo que hace es impedir precisamente ese trabajo, llevando al poeta a realizar una auténtica chapuza. Por lo tanto, debemos considerar que xarope fue añadido por un copista que buscaba una palabra que encajara plenamente en el campo semántico de la medicina para sustituir a otra que no entendía en absoluto -ya por su grafía o por desconocerla-, lo que le llevó a deformar conscientemente los demás remates de verso de la estrofa, con tal de que su significado general pudiera entenderse, actividad muy propia del amanuense del ms. S , un auténtico falsificador, como ya he evidenciado en otros trabajos.
Para reconstruir el arquetipo tenemos que buscar otra terminación que pudiera encajar en los cuatro versos como anillo al dedo. Y para ello debemos partir del verso tercero buscando un sinónimo del verbo topar, que ha de ser bisílabo para respetar el canon métrico. El verbo más indicado sería chocar. De esta manera, «que se contigo tope» sería una deformación de «que se contigo choque». En tal caso tendríamos que encajar la terminación -oque en el resto de los versos. Veamos si es posible:
En el primer verso lo tenemos muy fácil: «do fieres de golpe» sería una corrupción de «do fieres de estoque». El verso, así conformado, tendría, gracias a la sinalefa, su perfecta medida. Además, considerando la imagen tradicional del amor pasional como una flecha lanzada por un arquero divino, es muy fácil para un poeta extender la idea, por analogía, a cualquier otro objeto largo y puntiagudo como un estoque, muy indicado para clavarse directamente en el corazón del amante como se haría en el de un toro. Según el Diccionario histórico de la lengua española estoque se documenta por primera vez en la literatura castellana en la Estoria de Espanna de Alfonso X (c. 1270). En la edición que de esta magna obra llevó a cabo Ramón Ménendez Pidal en 1906 lo encontramos citado en el Capítulo 120, como arma que Casio y Bruto utilizaron para asesinar a Julio César en el Capitolio.
En el cuarto verso es también fácil encontrar un sustituto a enforce/enforte. Si la idea que se quiere transmitir en la estrofa es que no hay hombre tan fuerte que al encontrarse de frente con una pasión amorosa no caiga rendido ante ésta por mucho que trate de evitarlo (ya sea por razones morales, sociales o de otro tipo), el verbo que necesitamos es enrocarse, es decir, encastillarse en su negativa, tratar a toda costa de no dejarse arrastrar por esa pasión. Así, el amante será debatido (confrontado o, quizás, abatido) por Don Amor «por mucho que se enroque».
El problema lo tenemos para encontrar un sustituto a xarope. Solo sabemos que la palabra debe terminar en -oque. Pero puesto que no existe en el campo semántico de los remedios curativos ningún vocablo que se ajuste a esa terminación tenemos que considerar que la palabra que buscamos debe encajar en el verso en un sentido figurado. Como el mensaje de estos dos primeros versos es que no hay remedio que cure una herida causada por un estoque -aunque sea virtual- nada mejor que referirse a algún objeto material que tenga la posibilidad de obturar dicha herida evitando la pérdida de sangre que el objeto punzante produce en el corazón del amante. Ya se menciona en este segundo hemistiquio, precediendo a xarope, un enplasto como remedio inútil para contener esa hemorragia. Pero hay otro objeto que tiene precisamente la función de evitar el derrame de un líquido y pertenece al campo semántico de la hostelería: el bitoque, que el Diccionario histórico de la lengua española (1933-1936) define como: “Tarugo de madera con que se cierra el agujero o piquera de los toneles”. Y nos indica un ejemplo de su uso en la obra San Antonio de Padua, de Mateo Alemán (1604) suficientemente ilustrativo de su significado como retenedor del derrame de líquidos que pugnan por escapar de su recipiente:
«Dejóse mal puesto el vitoque de la cañilla de manera que la violencia del vino le rempujó a fuera.» (lib. 2, cap. 29).
En definitiva, cuando el amor clava su estoque en el corazón del amante, no hay medicina, ni parche ni bitoque capaz de retener la sangre que fluirá de aquel a borbotones, de tal manera que el infortunado morirá de amor…
Ya podemos, por tanto, reconstruir el arquetipo perdido de esta estrofa:
«Eres tan enconado que, do fieres de estoque,
non lo sana mengía, enplasto nin bitoque;
non sé fuerte nin reçio, que se contigo choque,
que no’l debatas luego, por mucho que se enroque».
Los lectores valorarán libremente si mis conclusiones son acertadas o no, y sea cual sea su opinión será respetable. Pero a aquellos que las rechacen por juzgarlas excesivamente atrevidas quiero contestarles con aquel proverbio latino que Virgilio recoge en la Eneida: