AD.- «París será quemado y Marsella engullida… Se creerá que todo está perdido». (Melanie, revelación de la Virgen en La Salette)

Otro ataque más de la izquierda woke europea y de las locas de siempre contra uno de los símbolos cenitales del Cristianismo. Otra vez el silencio de los medios informativos y de las organizaciones defensoras de las libertades y de los derechos humanos a condición de que esas libertades y esos derechos humanos estén etiquetadas dentro de un determinado perfil racial o ideológico.

Mucho se rumoreó estos días sobre si la inauguración de estos Juegos Olímpicos en Francia iban a pasar a la historia por su atrevimiento y originalidad y vaya si lo han cumplido.

La realidad es que la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de 2024 en París ha provocado indignación internacional con imágenes de figuras religiosas e históricas con temática drag queen. Niños bailando con homosexuales, drag queen y mujeres barbudas se han visto en los actos inaugurales de los Juegos Olímpicos de París.

Si el mundo tenía dudas sobre en qué se ha convertido Occidente en general y Europa en particular, el viernes se despejaron todas.

Francia ofreció al mundo depravación, aborto, pedofilia (niños semidesnudos bailando) y desprecio absoluto y blasfemo hacia el cristianismo.

Lo cierto es que las autoridades francesas encargaron la ceremonia a un sujeto , Thomas Jolly, que se autodenomina queer y que ha dicho sobre su obra: «Proyectamos valores comunes»

Hubo varias actuaciones que giraron en torno a la historia y la cultura de Francia, como una María Antonieta sin cabeza (clara advertencia a los monarcas europeos que no sigan la hoja de ruta globalistas), la última reina antes de ser ejecutada en plena Revolución Francesa, cantando con su cabeza cortada en las manos y luciendo un maquillaje de drag. Esta fue parte de las numerosas drag queens que parecieron ser un tema recurrente a lo largo de las ceremonias.

También hubo una actuación parodia incluyendo drag queens y una gran mujer con una corona de aureola, parodiando «La Última Cena», una pintura universalmente reconocible del artista renacentista Leonardo da Vinci de Cristo y sus apóstoles.

Durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París también se pudieron ver proclamas a favor del «derecho al aborto» e incluso una imagen de un becerro de oro, símbolo por antonomasia de la masonería.

Con el islam no se atreven

La grotesca ceremonia olímpica pone también de manifiesto la radical hipocresía de la izquierda woke. Dicen que la citada ceremonia fue una apuesta por la libertad, la diversidad y la inclusividad. En el fondo no pueden simular cuánto les pone cualquier ataque frontal a las raíces cristianas de Occidente. La actitud complaciente de estos cabrones habría sido bien distinta si la ceremonia parisina hubiese caricaturizado a Mahoma o aludido, por ejemplo, a las restricciones que sufren miles de mujeres en Francia a manos del islamismo radical. Entonces no estarían hablando de inclusividad y tolerancia, sino de racismo e islamofobia. Lo bueno de estos canallas es que son muy previsibles. Ellos saben que a estas horas estaría ardiendo literalmente París y media Europa si se hubiera hecho mofa y befa de algún símbolo sagrado para el islam.

Solo Rusia puede salvarnos

Todo lo anterior debería empujarnos a un alineamiento incondicional con Rusia. De no ser por el gigante eslavo, los enemigos de nuestra fe tendrían expedito el camino para la criminalización y derogación del Cristianismo. Estar hoy del lado de Rusia es oponerse pacíficamente al cambio demográfico de nuestra patria, no rendirse al dogma del multiculturalismo, denunciar pacíficamente el vacío moral de Europa, el abandono y la negación de lo que nos es propio, sostener contra viento y marea que la integración de Europa en este marasmo mundialista conlleva la negación de sus raíces y será a la postre, más que una mentira y un error, el suicidio de este continente, punta de lanza de la humanidad.

La mafia woke odia a Putin porque no acepta que la Madre Rusia acabe como la depravada Europa. Que al menos este momento histórico sirva para que meditemos acerca de la “cultura de la nada”, de la libertad sin límite y sin contenido, del escepticismo ensalzado como conquista intelectual. Esta cultura de la nada no está en condiciones de resistir el asalto de un ejército como el ruso, con cientos de miles de soldados henchidos de fe y temerosos de Dios. Solo el redescubrimiento del acontecimiento cristiano, como única salvación para Occidente y, por consiguiente solo una decisiva resurrección del alma antigua de Europa, podrá ofrecer una solución diversa a esta confrontación inevitable entre el Cristianismo y los que quieren reducirlo a escombros. Es decir, la lucha tantas veces guionizada por la historia entre el Bien y el Mal.

De la Grande Armée a la Grand Débâcle

Quisiéramos suplir ese vacío con el tributo de todos los hombres buenos que en Europa sobreviven al cúmulo de aberraciones que nos están siendo impuestas como dogmas de fe. Felicitamos a los pocos franceses con conciencia que, pese a todo, han elegido vivir mostrando su corazón de acero en esa Francia tan lejos, tan endiabladamente lejos, del sonido envolvente de su glorioso pasado. Esos franceses saben bien que la trágica y agónica muerte de su nación comenzó a prologarse en una remota playa de Normandía, hace 79 años, con el “runrún” de las monedas de la familia Rothschild agitando las aguas, mientras Roosvelt y sus acólitos se entregaban a la orgía de la fe en Stalin y el marxismo cultural. De la Grande Armée a la Grand Débâcle.

El espectáculo avergonzó a los franceses que tienen un mínimo de respeto por las raíces cristianas de su país.

Algunos políticos franceses como Marion Marechal ha pedido que no se mezcle al pueblo francés con los despropósitos vistos ayer a orillas del Sena: «A todos los cristianos de todo el mundo que ven la ceremonia inaugural y se sienten insultados por esta parodia drag queen de la Última Cena, sepan que no es Francia la que habla, sino una minoría de izquierda dispuesta a cualquier provocación», dijo la sobrina de Le Pen.

Entre tanto, entre franceses como ella, depositarios de la gloria de Austerlitz, herederos de la firmeza derramada en Jena, fedatarios de la victoria en Marengo, orgullosos compatriotas de los héroes de Borodinó, pervive la riqueza cultural, espiritual y antropológica de un pueblo con alma, que acata con esmero y orgullo racial la mejor tradición de Francia. Lástima que ya sea demasiado tarde para revertir la agonía del enfermo.

Al menos, que la muerte de Francia no resulte en vano para una España mayoritariamente resignada a seguir sus mismos pasos.