La estrofa 379 del Libro de buen amor: Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Dentro del episodio titulado por un copista «Aquí fabla de la pelea que’l Arçipreste ovo con Don Amor» y dentro de un conjunto que me he permitido bautizar en un trabajo anterior -respecto de la estrofa 384- con el nombre de «parodia de la liturgia amorosa de un dios pagano» por contraposición al que le ha dado tradicionalmente la crítica -«parodia de las horas canónicas»-, se encuentra este auténtico galimatías que vamos a estudiar. Se trata de la estrofa 379, que nos ha llegado en tres manuscritos medievales (G, S y T), aunque el último de ellos omite los versos tercero y cuarto. Reproducimos su texto según la edición de Blecua:
»e si es dueña tu amiga que d’esto non se conpone (379)
tu católica allá cata manera que la trastorne:
“Os, ling[u]a, mens” la envade, seso con ardor pospone:
va la dueña a terçia, en caridat “legem pone”.
En esta estrofa, como en las demás de su episodio, el Arcipreste (o su alter ego Don Melón de la Huerta) dialoga ficticiamente con un dios pagano del amor humano al que castellaniza llamándole Don Amor, como podía llamarle Cupido o Eros si quisiera remitirse a la mitología romana o griega respectivamente. Y en esta conversación (ya que más adelante este dios le responderá) el poeta le reprocha sus malas artes y su ventajismo frente al amor divino -el que transmite la Iglesia católica en sus púlpitos- para seducir a los seres humanos y someterlos a sus caprichos. Con tal propósito, en este episodio va mencionando estrofa por estrofa diversos fragmentos de los Salmos que se recitan en cada una de las diversas horas canónicas en que la liturgia católica tiene dividido el día: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. El mensaje general que transmite con ello es, según entiendo, que este dios pagano construye su propia liturgia parodiando los rezos cristianos al utilizarlos a su conveniencia. Se trata en definitiva de una diatriba un tanto cínica, ya que lo que el Arcipreste pretende es que, siendo este dios tan sabio y poderoso, le ayude con sus consejos a seducir a las mujeres que se le resisten.
Hecha esta primera aclaración es necesario añadir que dos estrofas antes el Arcipreste comienza a relacionar a Don Amor con el personaje de la alcahueta o intermediaria, de la que se servirá habitualmente -tal como era la costumbre de la época- para facilitar las relaciones amorosas en una sociedad regida por unas normas morales muy estrictas que las dificultaban. Las alcahuetas, como vendedoras ambulantes de baratijas, cosméticos, hilaturas y pócimas pseudomedicinales, tenían acceso a todas las moradas y podían contactar con cualquier mujer, por resguardada que estuviera, para transmitirle los mensajes amorosos de sus pretendientes. El poeta, conocedor de mil y una formas de llamar a estas mensajeras, emplea en la estrofa 377 el apelativo saquima para referirse a la que sirve a Don Amor, y le acusa -tal como parece leerse- de que desde primera hora de la mañana la emplea para que busque a la mujer pretendida (con la que la alcahueta ha debido de hacer alguna amistad previamente) y le pida que le acompañe a repartir agua por las viviendas -tal debía de ser una de sus actividades profesionales- seguramente con la intención de que en una de ellas pueda conocer al cliente que demandó sus servicios. No obstante, es difícil entender completamente esta estrofa, que probablemente se encuentra deformada por la acción de uno o varios copistas sucesivos que no entendían bien el texto que tenían que reproducir. La estrofa 378 parece menos corrompida y su lectura se entiende mejor, a pesar de que su interpretación exacta no es unánime, ya que se basa en el sentido figurado que se quiera dar tanto a sus versos en general como específicamente a los dos fragmentos de Salmos que incorpora en su cuarto verso. En ella el poeta explica que si a la mujer pretendida no le gusta andar por las callejas para acompañar a la alcahueta en su función de aguadora, le queda a ésta otro recurso: llevarla de paseo por huertos de hermosas flores (por las rosas bermejas), de tal manera que si la ingenua mujer cae en sus redes (si cree sus dichos e consejas), traerá a su vuelta redruejas (redrojos, restos de racimos que quedan en el suelo tras la vendimia). Es decir; tras dejarse convencer estas mujeres por las artimañas de una alcahueta se quedarán como una viña recién vendimiada. No hace falta ser más explícito.
Con esta introducción podemos entrar de lleno en el estudio de la estrofa 379, en la que el Arcipreste se refiere a un tercer caso de mujer pretendida: aquella a la que no le atrae pasear por floridos jardines o, acaso, -según el significado que hubiera querido dar el poeta a la estrofa anterior- aquella a la que no se la puede seducir regalándole flores u otras cosas por el estilo; en definitiva, la mujer más difícil de todas, aquella con la que la alcahueta deberá desplegar toda su astucia. El problema es que la estrofa se encuentra demasiado corrompida por el trabajo poco escrupuloso de los copistas que la transcribieron, por lo que el sentido general que de ella se capta y que hemos comentado no bastapara su completo entendimiento. Descifrar el enigma que oculta supone todo un reto, y soy consciente de que los resultados que aquí propondré no serán de unánime aceptación por la crítica. Pero creo haber demostrado en otros trabajos que solo con sentido común, intuición y audacia se pueden resolver los grandes misterios que atesoran los viejos manuscritos en que nos ha llegado fragmentariamente la literatura medieval. Con el convencimiento de que este es el camino que debemos tomar en este viaje por el misterio, comenzaremos aquí el estudio detallado de la estrofa 379, haciendo escala en alguna otra, y el lector verá a qué destino insospechado y exótico vamos a llegar.
1. Análisis del primer verso (e si es dueña tu amiga que d’esto non se conpone)
La lectura de los tres manuscritos es muy similar. Combinándolos para construir un texto (con grafía actualizada) que cumpla al máximo posible con los cánones de la cuaderna vía nos quedaremos con un verso alejandrino que no puede estar dividido en dos hemistiquios heptasílabos, ya que el primero tendrá seis sílabas métricas (empleando la sinalefa) y el segundo ocho:
«Si es dueña tu amiga / que de esto no se compone» (Si la mujer a la que se pretende seducir no se acicala con flores…)
2. Análisis del segundo verso (tu católica allá cata manera que la trastorne:)
Si la oración subordinada condicional que ocupaba el primer verso ofrecía pocas dudas acerca de su exacta interpretación, es en esta oración principal que completa su significado donde nos encontramos la mayor dificultad, a pesar de que no lo crea así la crítica tradicional, que se ha venido conformando con la idea que se trasluce de una lectura superficial de su texto: que la alcahueta hallará una manera astuta de convencer a su víctima. Tal cual podemos leerlo nos encontramos varios defectos que nos hacen pensar que el Arcipreste no pudo cometerlos:
1º) El verso tiene dieciséis sílabas métricas, no catorce como debería ser.
2º) El apelativo “católica” con que el poeta se refiere a la alcahueta carece de sentido.
3º) Todo el verso es en sí mismo malsonante: se trata de una construcción extravagante para expresar un mensaje que podía decirse de un modo más sencillo y sin recurrir a la hipermetría.
4º) La terminación -orne del verbo que remata el verso no rima consonantemente con los demás versos.
Si a ello le sumamos que en el verso tercero parece deducirse que la actividad que se espera de la alcahueta para convencer a su víctima debe parecerse al efecto hipnotizador que emplea un mago para someter a su voluntad a un espectador durante su función, podemos reforzar nuestra idea de que el texto actual se encuentra deturpado. Veamos:
La palabra católica para referirse a una alcahueta me parece claramente improcedente por más que se quiera disfrazar de broma o sarcasmo del poeta. Se puede leer claramente en el ms. S y, con peor grafía, en el G; el ms. T contiene un confuso garabato en el que podría leerse catlyca.
Con la excepción de Cejador (1913) que transcribe «cántica» y Chiarini (1964) que prefiere «retólica» como variante de retórica, los demás editores se inclinan por la lectura de Blecua «católica»: en este sentido, Janer (1864), Ducamin (1901), Corominas (1967), Criado de Val-Naylor (1972),Joset (1974) y Gybbon-Monnypeny (1988), entre otros.
Pero los rebuscados argumentos de Corominas para adscribirse a esa lectura no tienen desperdicio: «Parece haber ahí uno de tantos nombres (o apodos) de la alcahueta, sea por una de las muchas drogas farmacéuticas que llevan el nombre de catholicon (entre las cuales figurarían afrodisíacos); sea por una especie de anagrama o retrúecano deformador de la voz alcahueta (port. alcaiota, cat. alcavota: ¡esta alca…tólica!; o sea (si hiciéramos caso de la variante de T, siempre poco aconsejable) como un nombre paralelo al de picaça del 924b: cf. catalnica y catita [corrijo catica suponiéndolo errata] ‘cotorra’. En definitiva, el chiste alcahueta = católica parece en principio lo más probable, y precisamente porque la… cat-ólica sirve para catar o ‘buscar’, como lo dice textualmente el verso precedente».
Increíble me parece tanta retórica para aceptar la lectura del burdo y mistificador ms S, rechazando la que, intuida del ms. T, explicaría a la perfección el error de copia cometido. El Arcipreste llama a su alcahueta, entre otros nombres, picaça y urraca (este último como nombre propio). Y en la estrofa 881, que he reconstruido y comentado en otro trabajo, expongo cómo la alcahueta que habla con Doña Endrina se compara a sí misma con una picaza cuando, después de aconsejarla que no sea parlanchina como una de esas aves contando la deshonra que ha sufrido, le pide que aprenda de su discreción, que ella es también una picaza (otra tal) pero «con nariz». Por lo tanto, la palabra que encajaría en el verso es un sinónimo de picaza/picaça, como podría sería catalnica, catita o cotorra. Pero de estas tres palabras la única que se parece a católica lo suficiente como para justificar la confusión de un copista es la primera. Por otra parte, el Tesoro de Covarrubias (1611), no menciona cotorra ni catita/catica sino, por una parte, pega, picaça y urraca/hurraca como sinónimos y, por otra, papagayo y catalnica. Esta última palabra no tiene entrada propia, sino que se menciona a propósito de la entrada “Catalina”, equivalente a Caterina/Catherina, nombre que significa “pura” y con el que fueron llamadas tres santas a las que venera la Iglesia católica. Así, como si catalnica fuera una forma sincopada del diminutivo catalinica, añade al final de esta definición: «A los papagaítos pequeños hembras, llaman catalnicas comúnmente». No obstante, al no existir relación alguna entre el comportamiento de estas aves y el significado dado por Covarrubias al nombre Catalina o a la figura de alguna santa de las así llamadas, quizás catalnica pudiera ser corrupción de catainica, palabra derivada de Catay, el nombre dado por Marco Polo al norte de China, pues probablemente fueron él y los comerciantes de su época los que trajeron estas aves exóticas por Europa con profusión y quizás el pueblo llegara a considerar que todas procedían de allí.
Por lo tanto, considerando que el Arcipreste menciona esta palabra y no otra en el verso que comentamos, haremos una pequeña digresión sobre el conocimiento que podía tenerse de estas aves en España desde los albores de la Era Cristiana hasta la Edad Media, teniendo en cuenta la escasez de fuentes con la que contamos.
Parece que fue Alejandro Magno, rey de Macedonia desde el año 336 a. C. hasta su muerte en el 323 a. C., quien en sus victoriosas campañas militares por el continente asiático que le llevaron hasta la India, trajo los primeros ejemplares a Europa. Quinto Curcio Rufo, en su Historia de Alejandro Magno, habla de estas aves sin darles nombre alguno, limitándose a decir que pueden aprender a imitar la voz humana. Plinio el Viejo, en su Historia Natural (Libro X, cap. 42) las llama psittaci, dice que provienen de la India y describe una especie de cuerpo verde con una franja colorada a modo de collar en su cerviz (se considera que describía a la especie que hoy llamamos psittacula eupatria o cotorra alejandrina). San Isidoro de Sevilla (S. VII), en sus Etimologías (Libro XII, cap. 7, 46) habla de las picazas (picae) pero no menciona a los papagayos. Habrá que esperar al S. XIII y a la labor traductora auspiciada por Alfonso X el Sabio para encontrar la palabra papagayo en la literatura medieval. En la General Estoria (4ª parte, Cap. XVI, Del departimiento de tierra de yndia) leemos escuetamente: «En India son otrossí las aves a que en el latin dizen psitacos y son las aves a que en el castellano dizen papagayos». Por su parte, su hermano don Fadrique ordena traducir el libro de cuentos árabes Sendebar o Libro de los Engaños e los asayamientos de las mujeres, en el que se incluye la fábula «Enxenplo del omne e de la muger e del papagayo e de su moça», en la que una de estas aves, que conversa como un ser humano con su amo, le revela la infidelidad de su esposa y más tarde, de acuerdo con ella, la salva de su cólera desmintiendo astutamente todo lo que antes le había contado.
Volviendo ya al tema principal que nos ocupa. El sintagma «tu catalnica» de este verso, por desconocimiento del copista de turno, podría haber derivado a «tu catalnilla» y de aquí haberse desmembrado por sucesivos amanuenses en «tu católica allá» (lectura de los mss. G y T) y en «tu católica a ella» (lectura del ms. S). Y como un hemistiquio perfecto debe contener siete sílabas métricas, si su última palabra es cata, podemos estar seguros de que «allá» o «a ella» sobran. Nos queda, pues, analizar «cata».
Hasta ahora nadie ningún editor ha puesto en duda que cata sea la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo catar, que, según una de las tres acepciones que proporciona Covarrubias, significa ‘considerar o pensar una cosa’. Pero entiendo que en este contexto esa palabra no encaja. además de parecerme malsonante. ¿Qué necesidad tenía el poeta de utilizar ese verbo en vez de otro más común como pensar?. El Arcipreste está llamando a la alcahueta con el nombre de un ave y debe aprovechar la ocasión para expresar la actividad propia de uno de estos animales, que es cantar. Por lo tanto, cata sería una corrupción de canta, producida por haber omitido la virgulilla de abreviatura con la que el poeta escribió la palabra: «cãta». Y si la catalnica lo que hace es cantar, su canto debe tener algún efecto hipnótico que lleve a la mujer pretendida a entrar en una especie de trance que le haga caer rendida a la voluntad de la alcahueta, que no es otra que provocar en ella un deseo amoroso ardiente a favor de su cliente. Entramos por lo tanto a descifrar el segundo hemistiquio: «manera que la trastorne».
La palabra manera (que se lee íntegramente en los mss. S y T, pero abreviada en el ms. G) convierte al hemistiquio en hipermétrico. ¿Qué otra palabra bisílaba podría sustituirla, de tan parecida grafía como para inducir a confusión a los tres copistas, y que encaje a la perfección en la idea de un canto con efectos hechizantes?… El Arcipreste es un poeta muy culto, que ha viajado por toda Italia (por los indicios que tenemos) y que presumiblemente estudió en Bolonia. Resulta difícil creer que no estuviera interesado en adquirir conocimientos, siquiera básicos, acerca de las principales religiones y mitologías de esos países orientales a los que viajaban los mercaderes europeos, en su mayoría judíos, recorriendo la que hoy se conoce como la Ruta de la Seda u otras vías alternativas, para traer a Europa sus preciadas mercaderías (seda, piedras preciosas, perlas, porcelana, marfil, té, especias, aves exóticas…). En tal caso, y aunque no quede constancia de ello -pues apenas nos ha llegado una pequeña parte de lo que se escribió antes de la invención de la imprenta a mediados del S. XIV- bien pudo el Arcipreste haber tenido conocimiento, siquiera parcial y fragmentario, de las dos grandes epopeyas míticas de la India: el Ramayana y el Mahabharata. De hecho, un libro de fábulas orientales, el Calila e Dimna, ya había sido traducido al castellano un siglo antes y había influido en la obra del Arcipreste. Pero ahora tenemos que detenernos en el Ramayana, libro de historias míticas de la India que narra la fabulosa historia de Rama, un avatar o encarnación del dios Visnú, hijo del rey Dasharatha de Aiodhiá y de su esposa Kausalya, el cual, víctima de una intriga de su madrastra Kaikeyi, que desea colocar en el trono a su hijo Bhárata, es desterrado a un bosque durante catorce años, hasta que, tras numerosas aventuras, regresa a su reino para ser coronado y llevar una vida feliz. No es este el lugar adecuado para entrar en los detalles de esta narración. Pero sí diremos que en esta obra se menciona unas cien veces la palabra mantra (más de quinientas en el Mahabharata), que es un recitado de determinadas sílabas o sonidos muy repetitivo y monótono de origen sagrado y al que se atribuyen poderes milagrosos. Así que podríamos considerar que lo que la catalnica canta es un mantra que conseguirá el efecto mágico de alterar la mente de la mujer difícil hasta el punto de quedar sometida, como por hipnosis, a la voluntad de la alcahueta. Recordemos de paso que la madre de Doña Endrina, una de las mujeres amadas apasionadamente por el Arcipreste, se llama Doña Rama. Y que el nombre de otra de ellas, Doña Garoza, se parece mucho al del ave Garuda, que en el Ramayana juega un importante papel, pues se le describe como conocedor de todos los mantras y vahana o vehículo de la personalidad del dios Visnú. ¿Será mera casualidad?…
Nos queda recomponer el final de este verso: «mantra… ¿que la trastorne?». A pesar de que esta terminación no rima consonantemente con los demás versos no podemos descartarla categóricamente. El poeta podría considerar que la rima consonante podía ser no solo fonológica sino también cuasigráfica, cuando podía elidir, mediante el uso de una virgulilla de abreviación, la consonante final de la penúltima sílaba de la palabra llana con la que remataba un verso. Así, escribiendo «trastõne» podía solventar de alguna manera el defecto de rima consonante que la lectura en voz alta de su texto revelaría. Hay algunas estrofas en su obra en las que este defecto de rima no puede achacarse fácilmente a errores de copistas. La definición que Covarrubias proporciona de trastornarse encaja bien en el contexto: «es lo mismo que emborracharse, porque al borracho se le trastorna el juicio:[…]. Trastornar a uno es hacerle mudar de parecer y voto». No obstante, para salvar la perfección formal de la estrofa, voy a plantear que trastorne sea corrupción de traspone. De hecho, la forma del verbo en presente de indicativo, en vez de subjuntivo, parece sintácticamente más correcta en esta oración. Para Covarrubias trasponerse «vale algunas veces desmayarse, y otras ausentarse […]». Así que, con las debidas reservas, voy a suponer que el canto mágico de la catalnica traspone, o sea, desmaya y deja como ausente, a la dueña víctima de la alcahueta. El desenlace de la estrofa que encontramos en los dos últimos versos quizás ofrezca a los lectores argumentos a favor de una u otra palabra. Pero no debemos precipitarnos para llegar al final de nuestro viaje.
Habíamos mencionado anteriormente a Marco Polo (1254-1324), el comerciante veneciano y contemporáneo del Arcipreste que pudo traer entre sus muchas mercaderías aves exóticas del lejano Oriente. Su libro de viajes (Il Milione) tuvo un inmenso éxito en su época y no pudo pasar desapercibido para un autor tan culto como nuestro poeta, que vivió durante algún tiempo en Italia, por lo que podemos deducir de su obra. ¿Influyó el libro de Marco Polo en él, haciendo que se interesara por conocer las culturas orientales?.. Alguna pista tenemos de ello. Es muy probable que en recuerdo suyo y en su propia condición de gran viajero se hiciera llamar Marco Polo por sus amigos, o Don Polo por boca de la alcahueta a la que el poeta -al menos en la ficción literaria- había recurrido para que le buscara una nueva amante, en la estrofa 1331, que reproducimos según la edición de Blecua:
Desque me vi señero e sin fulana, solo,
envié por mi vieja: ella dixo: «¿Adólo?»
Vino a mí reyendo, diz: «Omíllome, Don Polo:
fe aquí Buen Amor, qual buen amiga buscólo.»
Tenemos, por ello que contradecir a cuantos editores y críticos dieron otro significado a este nombre que el Arcipreste se aplica en este único verso. Cejador (1913) anota a pie de página en su edición: «Don Polo llama la vieja al clérigo enamoradizo, en torno del cual ella anda sirviendo, y al cual mira como los navegantes a la estrella polar». J. M. Aguado (1929) recoge en su Glosario sobre Juan Ruiz la entrada Polo y lo hace equivalente a Pablo (derivado de Paulo) y con el sentido de ‘fulano’. Leo Spitzer (1946) ahonda en ese significado y desdice expresamente a Cejador afirmando que Polo es «simplemente una variante de Pablo, el nombre español más común (?), en el sentido de ‘fulano’». Corominas, con una extensa argumentación, se une a esta hipótesis, «gracias a la gran frecuencia del nombre de persona Pablo, que en cast. arcaico fue primero Polo». Pero añade: «No hay que descartar, por lo demás, la posibilidad de que se trate de una especie de nombre de guerra empleado más o menos por Juan Ruiz en su vida real […]». Dorothy C. Clarke (1972) rechaza las tesis anteriores y supone que Polo es el resultado de una aféresis de Apolo, el dios griego de la belleza masculina: la alcahueta estaría llamando así con sarcasmo al Arcipreste, abusando de su confianza. Joset (1974) rechaza la tesis anterior al no estar documentada la forma Apolo con aféresis y no parecerle que este dios encaje en «el panteón de Juan Ruiz», quien debía de saber muy poco de mitología. L.Beltrán (1977) -no podía faltar- encuentra un sentido fálico a ese apelativo. Gibbon-Monnypeny (1988), rechaza con buen criterio todas las tesis anteriores y se inclina porque se trate de «un apodo irónico que la vieja aplica al protagonista, amante fracasado y frustrado». Pero reconoce que «hasta la fecha nadie lo ha explicado bien». Por último, Blecua (1998) considera que Don Polo «probablemente era un sintagma de uso normal con matiz cómico para aludir a un galán».
Otro indicio que reforzaría mi tesis se encuentra en la estrofa 1516, que podría contener un juego de palabras, una dilogía tan del gusto del escritor. El Arcipreste comienza unas estrofas más atrás contando sus habilidades para componer cantigas y cantares de muy diversas clases para ser interpretados con instrumentos musicales «de comunales maneras». Y en la estrofa precedente indica que algunos de estos son más adecuados que otros para acompañar sus composiciones: «de los que he probado, aquí son señalados / en cuáles instrumentos vienen más asonados» (vss. 1515cd). Pues bien; en el verso 1516a dice que «arávigo [todo cantar compuesto al modo arábigo] non quiere la vihuela de arco», y en 1516b continúa: «çinfonia e guitarra no son de aqueste marco». Podría referirse literalmente a que dichos instrumentos, al igual que la citada vihuela, no encajan en el marco de la música arábiga, y también a que no son del gusto del propio compositor, «de aqueste viajero empedernido al que sus amigos llaman Marco Polo».
Tras esta necesaria escala, debemos retomar nuestro viaje.
-Análisis del tercer verso ( “Os, ling[u]a, mens” la envade, seso con ardor pospone:)
Decíamos que la alcahueta, convertida metafóricamente en un papagayo con facultades hipnóticas, entonaba un mantra que trastornaba o desmayaba a la dueña. Y ahora llega el momento para el poeta de utilizar un salmo para acusar de alguna manera a Don Amor -que es el dios que se oculta tras la catalnica-alcahueta como el dios Visnú lo hace respecto del ave Garuda de la epopeya védica- de que es un dios blasfemo: parodia con su actuar la liturgia católica, pues se presenta -a similitud del descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles narrado en el Nuevo Testamento (Hechos 2:15)- como si de una llama de fuego espiritual se tratara, infunde en la mujer un ardor amoroso que nubla su cerebro. Y en esa operación Don Amor recita ficticiamente las tres primeras palabras de la segunda estrofa del himno atribuido a San Ambrosio Nunc Sancte, nobis, Spiritus, que se canta en el oficio de tercia (hacia las nueve de la mañana), y por la cual se invoca al Espíritu Santo para que encienda con su llama el corazón humano (la traducción al castellano es mía):
Os, lingua, mens, sensus, vigor
confessionem personent,
flammescat igne caritas,
accendat ardor proximos]
(Haz que mi boca, lengua, mente, sentido y fuerza / den testimonio de mi confesión de fe; / enciende con tu fuego mi caridad, / para que infunda ese ardor al prójimo)
Pero debemos terminar el hemistiquio, y aquí tenemos un problema. “Os, lingua, mens ¿la envade?…Esa es la palabra que parece leerse abreviada con virgulilla (ẽvade) en el ms. S. Pero el verbo invadir no se escribe con e inicial. Si nos fijamos en el ms. G (ya que en el T faltan los dos últimos versos) la palabra que parece transcribir es “entiende”. Podría querer decir que la boca, la lengua y la mente de la mujer pretendida entienden ese canto mágico de la catalnica. Pero la construcción sintáctica de la oración y el paralelismo con el contenido del salmo referido parecen indicar que la palabra que buscamos es enciende. El verso querría decir: «el canto de la catalnica enciende (con su llama divina) la boca, la lengua y la mente de la mujer».
La consecuencia de ese fuego que la ha encendido de amor se encuentra en un segundo hemistiquio que resulta hipermétrico. Y aquí debemos hacer un cotejo entre los manuscritos S y G para deducir lo que ocurrió, pues suelo mantener que un poeta como el Arcipreste solo recurre a cometer un error formal como la hipermetría cuando no tiene más remedio, porque no puede comunicar su mensaje con menos sílabas. En el ms S leemos un hemistiquio octosílabo: «seso con ardor pospone», y en el G otro heptasílabo y técnicamente correcto: «con cordura proposne [sic]». Pero el problema es que en este último manuscrito el copista construye artificialmente el segundo hemistiquio escribiendo una raya oblicua que designa la cesura del verso tras la palaba seso, con la consecuencia de hacer eneasílabo el primero: «os, lingua, mens la entiende seso».
Considerando que ninguno de los copistas entendía bien lo que estaba tratando de reproducir vamos a construir un híbrido que se ajuste al canon métrico sin merma alguna del sentido que parece deducirse de su comparación con el anterior Salmo. Así, ardor del ms. S debe sustituir a cordura del ms. G; y propone del ms. G debe prevalecer sobre pospone del ms S, quedando integrado seso como sujeto de la oración comprendida en el segundo hemistiquio, que ahora sería heptasílabo y quedaría: «seso ardor propone». Es decir: como la boca, la lengua y la mente de la mujer se encuentran encendidas por esa llama de fuego pagana su seso le propone que arda de pasión amorosa. Si el texto original era ese, al transformar un primer copista la palabra propone por pospone el hemistiquio quedaba sintácticamente incorrecto: faltaba la preposición con para darle sentido, ya que el seso no pospone al amor (prevalecería entonces el seso, la razón) sino que el seso se pospone con respecto al amor (prevalece el amor frente al seso). Y al añadirla quedaba el hemistiquio hipermétrico.
Por lo tanto, el verso tercero sería, en mi opinión: «os, lingua, mens la enciende; seso ardor propone».
-Análisis del cuarto verso (va la dueña a terçia, en caridat “legem pone”).
Es necesario advertir previamente que esta lectura de Blecua es un híbrido de los dos textos de los mss. S y G. En el primero de ellos se lee: «va la dueña a terçia, caridat alonge pone» y en el segundo: «va la dueña a la iglesia, en caridat legem pone». Teniendo en cuenta que en esta estrofa el poeta se remite al himno cantado en la hora canónica de tercia y que en ninguna otra estrofa se refiere a ella, el sentido común impone considerar que la lectura correcta es tercia y que el copista de G escribió involuntariamente iglesia por confusión con el inicio del primer verso de la siguiente estrofa: «Tú vas luego a la iglesia…».
En cuanto al segundo hemistiquio Ducamin, Cejador y Gibbon-Monnypeny optan por la lectura del ms. S, a longe /alonge pone, entendiendo que la dueña «pone distancia, se aleja» de la caridad (del amor cristiano); el resto de los editores consultados optan por la lectura de G, legem pone -tomada del Salmo 118:33 de la Vulgata- lo que significaría que la dueña impone su propia ley sobre la caridad (la adapta a su conveniencia). Por otra parte, si elegimos como lectura buena «en caridat legem pone», hemistiquio octosílabo, compensaríamos la hipometría del primero («va la dueña a terçia»), que es hexasílabo al pronunciarse con sinalefa, consiguiendo de esta manera un verso alejandrino. La polémica suscitada entre los editores debería quedar zanjada a favor de esta segunda lectura de acuerdo con el razonamiento de Félix Lecoy (Recherches…,1938), que tiene en cuenta la liturgia de la Horas previa a la reforma del breviario por Pio X. Traducimos del francés su explicación por ser de gran interés para aclarar este asunto:
«…la mayoría de las horas de tercia, sexta y nona estaba ocupada por la recitación del salmo 118 que es muy largo (176 versículos). Esta recitación incluso comenzó durante el oficio principal que incluía los primeros 32 versos de dicho salmo; Ahora bien, el fragmento que ocupa la hora tercia comienza precisamente con estas palabras: legem pone [mihi, Domine]. Tendríamos aquí un hermoso paralelo con el caso de las estrofas 381-382 y 383 que utilizan extractos del mismo salmo respectivamente para el oficio de sexta y el oficio de nona, y que cada vez mencionan el primer verso del salmo cantado en cada uno de estos oficios […]».
Y con estas palabras del sabio francés damos por concluido nuestro itinerario. Llegamos al fin de este apasionante viaje y reconstruimos el arquetipo perdido de la estrofa, con todas las reservas posibles y actualizando su grafía para una mejor lectura. Tras él, aportamos, como es habitual, su imagen en los tres manuscritos citados. Al lector le queda la última palabra.
«Si es dueña tu amiga que de esto no se compone
tu catalnica canta mantra que la traspone:
“Os, lingua, mens” la enciende, seso ardor propone;