La estrofa 901 del Libro del Buen Amor. Reconstrucción del arquetipo
Alberto González Fernández de Valderrama.- En el episodio titulado por un copista «Del castigo que el Arçipreste da a las dueñas e de los nonbres del alcayueta» se encuentra la estrofa 901, que nos ha llegado en los tres manuscritos medievales que recogen principalmente su obra (G, S y T), y que estudiaremos para tratar de descifrar el enigma que encierra su primer verso: ¿tiene el lobo sus uñas parejas?… El significado de este sintagma ha desconcertado a los distintos editores y críticos del Libro a lo largo de la historia, como vamos a comprobar. De hecho, la lectura parejas solo aparece en los mss. S y G, leyéndose derechas en el ms T. Pero esta segunda palabra, aparte de no ofrecer más sentido que la primera, ni siquiera rima con las que rematan los tres versos restantes de la estrofa, razón por la cual todos los editores consultados a excepción de Cejador (1913) la desecharon considerándola corrupción de copista.
Reproducimos la estrofa según la edición de Blecua (1998):
Mandó el león al lobo con sus uñas parejas (901)
que lo guardase todo, mejor que las ovejas;
quanto el león traspuso una o dos callejas,
el coraçón el lobo comió e las orejas.
Previamente aclararemos el título del episodio, y es que en la época del Arcipreste castigo es sinónimo de enseñanza y carece de connotaciones peyorativas. Y ahora pondremos al lector en antecedentes:
El episodio contiene una fábula que comienza en la estrofa 892 con una presentación en la que el Arcipreste se dirige a las mujeres (dueñas) y, a modo de promitio, les aconseja que sean recelosas respecto de los hombres (guardatvos del varón), para lo que les conviene oír y entender bien la lección que se deriva de la fábula que va a relatar en las siguientes estrofas sobre un león y un asno sin corazón y orejas. El tema está tomado directamente de una de las fábulas relatadas en el Calila e Dimna (cap. VII), libro de apólogos orientales que había sido traducido al castellano en tiempos de Fernando III el Santo (padre de Alfonso X el Sabio), que el Arcipreste adapta en este episodio, con su particular ingenio y sentido del humor. No obstante, la trama ya figuraba, con importantes variantes, en compilaciones medievales de fábulas esópicas, algunas de ellas versificadas por el poeta latino Valerio Babrio (Ss. I-II), como ésta que nos ocupa.
La historia es la siguiente: El león, repuesto de un gran dolor de cabeza, recibe la visita de un grupo numeroso de animales que quieren adularlo haciendo una fiesta en su honor (estr. 893). Y todos le piden al burro que haga de juglar para que sirva de solaz al rey de la selva, lo que se relata en la estrofa siguiente, que vamos a reseñar según la edición de Blecua, siendo mía la aclaración entre corchetes respecto del adverbio de lugar:
Estaba ý [allí] el burro, fezieron d’el joglar; (894)
como estava bien gordo, començó a retoçar,
su atanbor taniendo, bien alto a rebuznar:
al león e a los otros queríalos atronar.
En el segundo verso de esta estrofa, tal como podemos leerlo, se dice que debido a que el burro estaba muy gordo comenzó a retozar. Pero esto carece de sentido, pues se esperaría lo contrario de su falta de ligereza. De hecho, esta es la lectura del nada fiable ms. S. Sin embargo, en el ms. G (el único otro en el que nos ha llegado esta estrofa, mucho más fidedigno) la palabra comienza por rreço- (rezo-) y aunque no contiene una voz que nos resulte inteligible, nos da pie a presuponer que el copista estaba tratando de reproducir un término que no entendía, reçongar (rezongar), que habría visto abreviado con virgulilla (reçõgar) y que habría querido transcribir lo más fielmente posible en vez de sustituirlo por otra palabra conocida. Así, el Tesoro de Covarrubias define retoçar (actualizando su grafía) como «moverse descompuestamente con alegría y contento, por hacer fiesta, y lisonjear a otra persona, como lo hace el perrico cuando viene de fuera su señora o su dueño»; y rezongar como «gruñir el mozo cuando le mandan hacer alguna cosa, y a éste le llaman rezongón, porque hace con la boca y narices cierto sonido, de donde se le puso el nombre por la figura onomatopeya».
A la vista de ello, creo que debe quedar muy claro que el obeso burro de la fábula lo que hace no es retozar sino ponerse a gruñir, haciendo un ruido con la boca y la nariz (rebuznos) que semejan el sonido monótono y grave del redoble de un tambor, lo que atronaba a los demás animales que le rodeaban, incluyendo al león, que, lleno de cólera (sañudo) por entender que el burro se estaba burlando de él, intenta sin éxito atraparlo con intención de abrirlo en canal. El león quiere a toda costa vengarse del burro, ya que cree que ha osado escarnecerlo, y para ello le encarga a la astuta zorra que se lo traiga de nuevo a la fiesta a base de halagos y falsas promesas. Ésta se llega al burro y le suplica que vuelva a la fiesta porque su atanbor sonante le place mucho al león. Y aquí debemos hacer también una corrección en el primer verso de la estrofa 899, pues dice, según el mixtificador ms. S (lectura que aceptan todos los editores sin objeción alguna):
Creó falsos halagos, él escapó peor;
Obviamente carece de sentido el segundo hemistiquio (él escapó peor), pues en el siguiente verso ya se indica que el asno volvió a la fiesta tranquilo y feliz. Y si se refiere a la raposa el absurdo sería aún mayor. Si nos fijamos en el texto que figura en el ms. G, que dio origen a la lectura posterior del ms. S, para tratar de reconstruir su imperfecta grafía y encontrarle un sentido, no deberíamos hacerlo por la vía fácil para acabar obteniendo un resultado que es un auténtico despropósito. Una reintegración inteligente de este texto debe partir de analizar sus trazos, garabatos y grafemas visibles para tratar de encajarlos intuitivamente, con la mínima variación posible, dentro de una oración que dé pleno sentido al verso. El sentido común -como vengo manifestando en mis trabajos- debe prevalecer siempre sobre la literalidad, aparente o presunta, de un texto de difícil lectura. Con estas premisas, partiendo de las letras que creo que se pueden distinguir bien e incorporando entre corchetes las letras que faltan o son confusas en el ms. G, me atrevo a reconstruir el arquetipo de la siguiente forma:
“Cre[y]ó falsos halagos el asn[o] ro[znad]or;”
Se trataba de un asno que rebuznaba, es decir, roznador, que al creer los falsos halagos de la raposa decide regresar a la fiesta para contentar al león. Pero en esta versión de la fábula no queda muy clara la estratagema usada por la raposa para convencer al asno de las buenas intenciones del león, una vez que ya le había visto abalanzarse sobre él con actitud violenta. Podría deducirse de la extraña redacción de la estrofa 897 que, si bien la primera reacción del león fue colérica, cambió de parecer al ver actuar a los demás invitados, que no consiguieron alegrarlo, y que ahora, sin los rebuznos del burro, el solaz del león “no vale una hava” (vs. 897d). Veamos cómo solucionan esta cuestión las dos fábulas, oriental y occidental, que precedieron a la del Arcipreste.
En la versión del Calila e Dimna el papel de raposa lo representa un lobo cerval al servicio del león. Éste, encontrándose muy débil y enfermo de sarna, le pide a su servidor que le traiga a un asno porque los médicos le habían dicho que solo podía curarse comiéndose su corazón y sus orejas. El lobo va a buscar a uno que conoce, y al encontrárselo en muy mal estado y sorprenderse el asno le cuenta que ello se debe al rudo trabajo al que su amo le somete y al poco alimento que de él recibe, así que el lobo, astutamente, le pide que lo siga bajo la promesa de conducirle a un fértil prado donde se solazará con hermosas asnas. El asno se lo cree y le acompaña al lugar donde está el león; pero el lobo se adelanta para avisarle de su llegada, y aquél, imprudente, acomete al asno por detrás con tan pocas fuerzas que la víctima, asustada, huye a toda velocidad, ignorando quién le atacó. Ante ese fracaso, el león le pide al lobo que vuelva a traérselo, y éste le obedece de mala gana temiendo no poder volverlo a engañar. Pero como el asno no había visto quién le había agredido, el lobo consigue su objetivo convenciéndole de que se trataba de una asna que quería jugar con él. De este modo lo lleva hasta el león, que esta vez lo apresa y lo mata.
En la versión esópica (fábula nº 199 de la edición de Chambry, 1927), también nos hallamos ante un león enfermo que anhela comerse todas las entrañas de un ciervo, incluyendo el corazón, con la esperanza de que eso le curará, aunque parece que ese remedio nace más de su puro capricho que de una recomendación médica. Y para ello encarga a su zorro de confianza que le traiga un venado allá donde lo encuentre haciendo uso de su natural astucia. Por fin encuentra uno y lo consigue atraer hacia el león halagando su vanidad, diciéndole que éste está a punto de morir y quiere nombrarlo sucesor como rey de la selva, al estar él más capacitado que cualquier otro animal. El ciervo se lo cree y acude a la cita. Pero el león, al tenerlo delante, impulsivamente le da un zarpazo en la oreja y se la desgarra, por lo que el ciervo escapa a toda velocidad sin que el león, debilitado como se encuentra, pueda atraparlo. Así que le pide al zorro que se lo traiga de nuevo, y la excusa que su sirviente empleará para salirse con la suya frente a un escarmentado ciervo es que el león solo quería tomar su oreja para darle consejos útiles como futuro sucesor al trono y que en su impaciencia se la desgarró sin querer.
Volviendo a nuestra fábula, por fin llega el burro a los dominios del león y éste, como se relata en la estrofa 900, ayudado por sus monteros bien armados, lo prende y lo abre con firmeza por sus costados, asombrando con esta seguridad a todos los presentes. Y es en la siguiente estrofa, al principio reseñada, donde se encuentra el sintagma uñas parejas/derechas que vamos a analizar.
Recordemos los dos primeros versos: «Mandó el león al lobo, con sus uñas […] / que lo guardase todo [el cadáver del asno], mejor que las ovejas». Cejador, habitualmente desaforado con sus comentarios poco intuitivos, al escoger la lectura uñas derechas -y sin extrañarle en absoluto que no rime con los demás versos de la estrofa- anota a pie de página en su edición: «guardadoras del derecho y justicia, como buen corchete de justicia». Corominas (1967), que elige uñas parejas, no tiene claro su significado preciso, pues después de dar uno por sentado parece desdecirse por otro: «Parejas es propiamente ‘emparejadas, igualadas’. Podría decirse del que se las ha hecho arreglar, lo cual solía consistir en igualarlas dejándolas al mismo tiempo afiladas. Si no iguales, las garras del lobo son afiladas. Sería uso enfático e irónico. Sin embargo, la comparación con [los versos] 604a y 839a sugiere que más que la idea de ‘emparejado’ se partiera aquí de la de ‘constante’, ‘inmutable’ y luego ‘implacable’». Estos comentarios de Corominas merecen un análisis detallado:
En cuanto al primer significado que apunta como ‘emparejadas, igualadas’ debemos desecharlo porque se trataría, o bien de una banalidad que no aportaría nada al verso, o bien de la presuposición de que el lobo acudía regularmente a que su manicura le igualara las uñas y se las afilara, que es lo que parece que Corominas insinúa, lo cual es un despropósito. Y en cuanto a la alternativa que propone, hay que señalar que se basa en la literalidad de dos versos del Libro cuyo texto o significado no está claro, pues el adjetivo parejo/pareja no está documentado con ninguno de los sentidos apuntados por este editor. Veamos:
-En el verso 604a el Arcipreste, quejándose ante la diosa Doña Venus de su mal de amores le dice: «Ya vós vedes nuestros males e nuestras penas parejas». Aunque Blecua anota en su edición que parejas significa ‘muy grandes’ deduciéndolo del contexto, debemos rechazar esa opinión, ya que en este verso el poeta menciona dos conceptos, males y penas, y parece que quiere expresar que sus penas van parejas, unidas indisolublemente, a sus males; o, tal vez, que sus males y sus penas están a la par en cuanto a intensidad.
-En el verso 839a, por el contrario, nos encontramos con un error de lectura producido por una corrupción del texto original. Doña Endrina, a ruegos de la alcahueta Trotaconventos, que le pregunta cuáles son sus verdaderos sentimientos hacia el Arcipreste (o su alter ego Don Melón de la Huerta), responde: «El grand amor me mata; el su fuego parejo, / pero quanto me fuerça, aprémiame sobejo [demasiado]». No entraremos en detalle a comentar estos dos versos, que tantas dudas han suscitado entre editores y críticos; nos basta con asegurar que parejo no es un adjetivo calificativo aplicado a fuego, y por lo tanto no significa ‘grande’, ni ‘constante’, ‘inmutable’ o ‘implacable’. Se trata de una aféresis, por deturpación de copista, de aparejo, que es la primera persona del singular del presente de indicativo del verbo aparejar, que según el Tesoro de Covarrubias es sinónimo de apercebir (apercibir). Y como la definición de este segundo verbo es más apropiada para este contexto que la que ofrece del primero, la recogemos aquí, actualizando su grafía:
«APERCEBIR, prevenir. Apercebido, el prevenido, para lo que puede suceder: y así dice el refrán. Hombre apercebido medio combatido, que puede hacer cuenta [de que] ha pasado y sobrepujado la mitad del combate. […]».
Por lo tanto, lo que quiere decir Doña Endrina (limitándonos a la exégesis del primer verso) es que el gran amor le mata; y que para tratar de evitarlo se previene de su fuego, trata de alejarse de él, aunque a veces no lo consiga.
M. Morreale (1968), partiendo de la misma lectura errónea del verso 839a cree que parejas del 901a debe de significar ‘pares’, ‘iguales’ o acaso ‘tales’.
Gybbon Monnypeny (1988), tras mencionar la interpretación de Corominas y la de Morreale se plantea: «¿No podría tratarse de un detalle zoológico? El lobo tendrá las uñas dispuestas de una manera que haría distintas sus huellas de las del león, detalle que les sería bastante familiar a los que andaban por el campo entonces».
Y ya solo nos queda mencionar a Blecua, que expresa el desconcierto de todos los editores y críticos anteriores resumiendo todas sus interpretaciones: «Aquí parejas es de significación dudosa: ‘grandes, tales, emparejadas, iguales, implacables’».
Llega, por tanto, el momento de aportar nuestra reconstrucción del arquetipo perdido. En el ms. T no se encuentra la respuesta a este misterio filológico, pero sí la clave para resolverlo. ¿Por qué iba a escribir este copista una palabra -derechas- que no rimaba con las demás (ovejas, callejas, orejas)?…Porque el texto que quería copiar empezaba por der-. Y si tenía que terminar en -ejas, el resultado le llevaba a un callejón sin salida. Pero no se dio cuenta de que la palabra que leía, ‘derejas’, era la agrupación errónea de dos palabras -de rejas/rrejas- en una sola. El Arcipreste estaba recurriendo a una dilogía o juego de palabras basado en la polisemia del término reja, que tiene dos significados: uno de ellos es la pieza de hierro en forma de uña que forma parte del arado, que sirve para partir y remover la tierra; el otro es el conjunto de barrotes entrelazados (enrejado) que se pone en las ventanas o puertas para reforzar su seguridad. Por ello, tiene pleno sentido decir en esta estrofa que el león, con sus uñas de rejas (similares a hierros de un arado) guardase el cadáver del asno “entre rejas”, ya que con este poderoso arma lo haría mucho mejor que si se lo encargara a las ovejas, que carecen de tales uñas.
El caso es que cuando el león se da la vuelta y pierde de vista al asno, el lobo aprovecha y se come su corazón y sus orejas. Al volver el león (estr. 902) le pide al lobo que le muestre el cadáver que le había encomendado y al encontrárselo desfigurado y sin estos órganos entra en cólera contra el guardián. Pero antes de entrar en la ingeniosa respuesta del lobo para salir airoso de una situación tan comprometedora haremos una corrección en el primer verso de esta estrofa. En los tres manuscritos podemos leer:
Quando el león vino por comer saborado / [pidió al lobo el asno…]
La palabra saborado no está documentada y ha dado lugar a interpretaciones varias, fáciles soluciones propuestas por el contexto o por la similitud con otras palabras conocidas. Blecua lo resume bien en su nota a pie de página: «…‘con el apetito abierto’ según Corominas, o ‘dispuesto a saborear’, según Morreale, o ‘sabrosamente’, según Joset». Pero anteponiendo el sentido común y la intuición a la mera literalidad de unos textos llenos de errores de copistas, me atrevo a afirmar con pleno convencimiento que saborado es una deturpación de su bocado.
Y ahora es cuando el lobo pone fin a la historia contestando al león que el asno había nacido sin corazón ni orejas, pues de haberlos tenido no habría caído en semejante trampa por segunda vez:
que si él coraçón e orejas tuviera,
entendiera sus mañas e sus nuevas oyera,
mas que lo non tenía e por ende veniera.
La moraleja o epimitio de la fábula viene a continuación, desarrollada en tres estrofas principalmente, que vamos a resumir: las mujeres deben guardarse del amor loco (pasiones, lujuria), para lo que deben tener bien abiertas las orejas, y el corazón dispuesto solo para el amor de Dios limpio. Por ello, la que ya ha sido engañada una vez debe estar prevenida para no volver a caer otra vez en el error, y nada mejor para ello que aprender en ajena cabeça (vs. 905d), o sea, en la figura del asno que encontró su perdición por carecer de corazón y orejas.
Pero no podemos terminar sin referirnos a lo que ocurre paralelamente en las otras dos fábulas mencionadas:
En el Calila e Dimna el león se ausenta para tomarse un baño pidiendo al lobo cerval que mientras tanto le cuide el cadáver del asno para después poderse comer el corazón y las orejas como tenía previsto en un principio. Pero, para desconcierto del lobo cerval, que esperaba poder participar como solía de los residuos del banquete de su amo, el león le dice que del resto del cadáver hará un sacrificio siguiendo la recomendación de sus médicos, que más bien serían brujos o chamanes. Se supone por tanto que ofrecería a sus dioses el resto del cadáver calcinándolo. Así que al lobo cerval se le ocurre una ingeniosa idea para impedir que el león lleve a cabo sus planes sin provocar su cólera: se come directamente las orejas y el corazón del asno para contarle después que él no se los ha comido sino que el asno carecía de esos órganos en su anatomía, pensando, además, que eso sería considerando por el león como un signo de mal agüero y se negaría a hacer un holocausto con un animal tan defectuoso. Efectivamente, cuando el león regresa del baño y protesta por lo que se encuentra, el lobo cerval le cuenta esa patraña y la justifica diciéndole que si el asno hubiera tenido corazón y orejas no habría sido tan incauto como para caer por segunda vez en la trampa que le habían tendido, después de haber escapado de un primer ataque, cosa que el león acepta maravillado. Esta fábula se la cuenta un simio a un galápago (es un cuento dentro de otro cuento) para justificar la estratagema que usó para escapar de la trampa que éste le tenía preparada para ahogarlo en el mar, abusando de la amistad que previamente habían hecho. El simio, montado en el caparazón del galápago para acudir a la casa de éste en calidad de invitado, conoce, ya alejado de la costa, que la intención del galápago no es otra que ahogarlo y llevar su corazón a su esposa enferma para que le sirva de medicina, la única que le puede curar. Entonces se le ocurre decirle que está de acuerdo con ello pero que él no tiene corazón porque se lo dejó en su posada, como es habitual en el mundo de los simios cuando salen de su poblado. El galápago se lo cree y lo devuelve a la ribera ante la promesa del simio de que volverá a buscarlo cuando recupere su corazón. Pero una vez a salvo, y ante un galápago ingenuo que espera impaciente su regreso, le revela su truco, diciéndole que él no es como el asno que no tenía corazón, dando pie a contarle la historia que ya conocemos. La moraleja, pues, estaría implícita en esa respuesta: si uno no tiene sus sentidos bien abiertos se expone a caer en las peores trampas.
En la versión esópica, cuando el ciervo regresa a su destino fatal engañado nuevamente por el zorro, el león se abalanza sobre aquél y comienza a devorarle todos sus huesos y entrañas; pero en el barullo que forma se le cae el corazón y el zorro lo coge sigilosamente y se lo come. Al no encontrar el león esta pieza, el zorro le dice que no busque más porque… ¿qué corazón podría tener un animal que entró dos veces en el foso del león del león cayendo de nuevo en sus garras? Y una concisa moraleja pone fin a esta fábula: la vanagloria perturba la razón y cierra los ojos ante la inminencia del peligro.
Vemos, pues, que cada autor aporta una moraleja distinta según el respectivo destinatario de su fábula y siempre con una finalidad didáctica o moral. Pero en el caso del Arcipreste hay serios motivos para sospechar que bajo la apariencia de las buenas intenciones de que hacía gala, como clérigo que era, se escondían otras menos confesables. Es esa personalidad sumamente jocosa y cínica de nuestro poeta y su extraordinario ingenio versificador lo que le convierten en un personaje único en la historia de la literatura medieval, del cual falta aún falta mucho por descubrir.
Y ahora, con la reproducción de las imágenes de los versos comentados en sus respectivos manuscritos, dejo al lector que obtenga sus propias conclusiones.