La prostitución del espíritu olímpico
Manuel I. Cabezas.- El pasado 13 de agosto de 2024, fueron clausurados, en París, los Juegos de la XXXIII Olimpiada de la era moderna. Participaron los 204 países reconocidos e invitados por el COI, excepto Rusia, Bielorrusia y Guatemala. Sólo un número simbólico de atletas rusos (unos 13, de los más de 335 posibles) participaron como “Atletas Neutrales Independientes” (sin bandera ni himno rusos).
JJ.OO. en la antigua Grecia
Los primeros juegos olímpicos tuvieron lugar en el 776 a. de C. Se celebraron —cada 4 años, en Olimpia— hasta el 393 d. de C., i.e. durante casi 12 siglos. Fueron, ante todo, una celebración religiosa, con rituales, sacrificios y ceremonias en honor a Zeus. Sin embrago, tuvieron también implicaciones culturales y deportivas; comerciales y económicas (favorecieron las actividades comerciales y el flujo de turistas, que impulsaron las economías locales); políticas (contribuyeron a la unificación de las ciudades-estado de toda Grecia); y sociales (por la gran movilización de espectadores y participantes). Fueron, además, un símbolo de paz y de cooperación entre las distintas ciudades-estado griegas.
La rivalidad de los atletas durante las pruebas deportivas era un reflejo de la rivalidad y la búsqueda de prestigio que existía entre las ciudades-estado. Por eso, ganar una prueba era un motivo de orgullo tanto para el atleta como para la ciudad-estado, ya que los logros deportivos eran un trasunto del poder y de la grandeza de la ciudad-estado, cuna de los ganadores.
Los atletas ganadores recibían una corona de olivo. Al regresar a sus patrias chicas (ciudad-estado) eran recibidos con todos los honores y vitoreados como auténticos héroes. Por otro lado, ingresaban en la “lista de la gloria” (como los actores de hoy en el Boulevard de la Fama de Hollywood), con lo que se producía un reconocimiento oficial, y pasaban a la historia. A los más famosos se les ponía, además, una estatua en sus ciudades-estado. Ante estas recompensas, se podría afirmar que el deseo de triunfar, y no el dinero, era el principal incentivo de los atletas.
Un tiempo antes del inicio de los Juegos, durante la celebración de los mismos y un cierto tiempo después, se declaraba la “tregua o paz olímpica” en todo el territorio griego. Ésta permitía a atletas y espectadores viajar en paz y seguridad hacia y desde Olimpia, y participar en los Juegos sin temor a conflictos ni guerras. La tregua era, por otro lado, dar a las ciudades-estado en conflicto una oportunidad para el diálogo, la negociación, el acuerdo y la paz. Si alguna ciudad-estado la contravenía, era excluida de la participación en los Juegos. Y si, una vez iniciados, alguna ciudad-estado violaba la tregua, debía afrontar importantes multas, al tiempo que sus representantes eran expulsados de los mismos.
JJ.OO. de la era moderna
Los juegos de la antigua Grecia fueron recuperados —después de haber sido prohibidos por el emperador Teodosio I en el 392— por iniciativa del barón Pierre de Coubertin en 1896. En esta fecha tuvo lugar, en Atenas, la primera edición de los Juegos de la era moderna. Unos y otros tienen puntos comunes, como no podía ser de otra forma. Basta con consultar, en la Carta Olímpica (CO), los “Principios fundamentales del olimpismo” (cf. p. 8-9), donde se explicitan los valores, los objetivos así como el espíritu que los anima.
La teoría está muy bien, pero los buenos propósitos distan mucho de la realidad. Por eso, podría afirmarse que algunos aspectos del espíritu olímpico prístino han hecho mutis por el foro, desde el inicio de los Juegos de la era moderna. En efecto, para ilustrar este abandono o prostitución del espíritu olímpico, basta con recordar cómo dos principios básicos, por dar sólo dos ejemplos, han sido violados alegremente: la “neutralidad política” y la “tregua olímpica”.
Por lo que respecta a la “neutralidad política”, debemos constatar que los JJ.OO. de la era moderna siempre han convivido con las tensiones y pretensiones geopolíticas globales y han sido un reflejo de las mismas; han sido el instrumento simbólico para continuar la confrontación y la rivalidad entre países, para medir sus fuerzas por medios no violentos ni cruentos. La “neutralidad política”, una de las condiciones básicas de los Juegos, ha sido reiteradamente una quimera. Así, por ejemplo, los de Berlín de 1936 fueron un escaparate de la Alemania nazi y un blanqueo del régimen de Hitler; o, durante la Guerra Fría, EE.UU. y la URSS compitieron por llevarse el gato al agua. En los últimos tiempos, se han unido a ellos China y otros países emergentes (los BRICS).
Hoy, todos los países quieren participar en ellos, por ser el mayor evento deportivo del mundo y por la enorme visibilidad que dan tanto a los deportistas como a los países participantes u organizadores, que los utilizan para reforzar la proyección, el prestigio y la imagen internacionales. Así, en París 2024, más de 4.000 millones de personas los siguieron por televisión. Y, una vez más, durante dos semanas largas, los Juegos han seguido siendo el “Panem et circenses”, que ha entretenido a la comunidad humana universal, al tiempo que la han distraído de otras ocupaciones o preocupaciones más importantes y vitales.
En relación con la “tregua olímpica”, que exige pausar las guerras y los conflictos, podemos y debemos preguntarnos: ¿Por qué Israel y Palestina sí han podido participar en los Juegos de París; y por qué Rusia y Bielorrusia, no? Israel, Palestina, Rusia, Bielorrusia y Ucrania estaban en guerra durante los Juegos de París, guerra que se ha mantenido después: Rusia y Bielorrusia (agresores), contra Ucrania (agredido); e Israel (agredido), contra Palestina (agresor). Según el COI, Rusia y Bielorrusia habían roto la “tregua olímpica” y, en consecuencia, fueron excluidas de los Juegos de París. Ahora bien, éste no fue el caso de Palestina e Israel, países que se hallan también en guerra de legítima defensa por parte de Israel contra Palestina, desde el sangriento e indiscriminado ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre de 2023. Esta masacre de Hamas está en el origen, por parte de Israel (agredido), de la respuesta exterminadora, genocida y preventiva contra los terroristas de Hamas (agresor) y no contra el pueblo de Palestina. Además y a pesar de haber provocado la guerra israelo-palestina, Palestina no ha sido objeto de censura ni de exclusión de los Juegos de París. Sin embargo, la “tregua o paz olímpica”, en estos casos, hubiera permitido dar otra oportunidad al diálogo y a la paz.
Estos no son los únicos casos de enfrentamiento violento, provocados por el poder de la razón de la fuerza y no por el de la fuerza de la razón. Hoy, son numerosas las guerras locales o los enfrentamientos civiles, olvidados por los medios; hoy son numerosos los países en los que reina el terror de dictaduras o tiranías, fuente de represión, injusticia, cleptocracia, arbitrariedades, etc.
Las dos varas de medir
En los casos reseñados, se produce una violación de dos valores fundamentales de la Carta Olímpica (CO): la “neutralidad política” y la “tregua olímpica”. Por este motivo, podemos afirmar y afirmamos que, en los Juegos de Paris 2024, el COI ha empleado dos varas de medir, provocando una prostitución del espíritu prístino de los Juegos y una discriminación. Además, podemos preguntarnos si los Juegos, alguna vez, fueron apolíticos y un freno contra las guerras. Y, por eso, ante esta falta de coherencia del COI, podemos también preguntarnos: ¿Para cuándo unos JJ.OO. en uno de los países del Golfo, como sucedió en el Mundial de Fútbol en Qatar en 2022? El poder de los petrodólares y la necesidad que tienen ciertos países de blanquear sus regímenes antidemocráticos y dictatoriales hacen que la FIFA o el COI se vendan al mejor postor o, mejor dicho, corruptor.