La invasión vertical de los bárbaros
Cualquier lector que este mínimamente familiarizado con el pensamiento y la obra del filosofo español Ortega y Gasset, habrá, inmediatamente, identificado el título de este artículo con la expresión, para mi, cumbre, utilizada por citado filósofo, en su ensayo “La Rebelión de las Masas”.
En esta sola expresión queda sintetizado de forma más que elocuente, el drama en el que se encuentra inmersa Europa en el momento presente; que no es otro que el hecho patente a toda mente mínimamente inquieta, de que nuestra sociedad y cultura, invadida por el bárbaro moderno, está a punto de extinción.
Efectivamente, ese drama que las mentes más inquietas de la actualidad perciben y denuncian sin cesar, no es otro que este: la entrada en declive, como paso previo a su muerte, de la civilización occidental.
Pero, atención, y esto es definitivo, la mayoría de estas mentes perciben el problema, saben de su gravedad, pero, muchísimas de ellas, no saben o no quieren saber, cual es la verdadera raíz del mismo. Perciben los síntomas de la enfermedad, pero no su etiología. Con lo cual, al ignorar cual es el verdadero origen de la enfermedad, difícilmente, podrán encontrar un remedio para curarla (si es que aún pudiera ser curable).
El problema suscitado por la migración masiva en los países europeos, es, para casi todos, el motivo que llevara a Europa a su perdida de identidad y, en definitiva, a la desaparición de la cultura y la civilización europea. Pero este hecho de la inmigración, por si mismo, no es malo; sino, un síntoma, y solo un síntoma ínfimo, de un problema de mayor envergadura, de mayor alcance y al que el hombre europeo, bien por no saberlo percibir o porque sabiéndolo percibir, prefiere no reconocerlo, y ha buscado un subterfugio, para evitar tener que autoinculparse de tan tremenda irresponsabilidad histórica.
Cualquier persona honrada intelectualmente y con un mínimo de objetividad, sabrá distinguir donde se encuentra el verdadero mal de nuestra sociedad, que no es en la llegada de personas de otras culturas, de otros continentes que, evidente es, vienen a ganarse la vida, y, en muchos casos a realizar las labores que nosotros realizábamos anteriormente; y a los que solo debemos respeto, consideración y agradecimiento. Quizás, algún día, producto de la merma de la población autóctona europea, producida porque las mujeres, no paren, se encuentren, sin ni siquiera haberlo pretendido, teniendo que regir los destinos de sus comunidades; pero, repito, mas que a una intención premeditada y activa, será la consecuencia lógica, de esa pasividad, de esa comodidad, en la que ha caído el hombre europeo, y cuyo responsable, es, exclusivamente, él.
En estas sociedades lo que predomina es lo que Ortega denominó el hombre-masa, que no es persona que pertenezca a una clase social, económica, política, religiosa determinada, sino que es una clase de hombre y como tal, es transversal a toda la sociedad. Y ese hombre-masa, vulgar, ciego y sordo a las instancias superiores, es el que, en su inmensísima mayoría, constituye hoy la población europea.
Y ¿quién es ese hombre-masa que en abrumadora mayoría impera hoy en Europa, con respecto al de generaciones anteriores? Un privilegiado que, gracias al talento y al esfuerzo de hombres señeros, que le han precedido, que basados en los principios y valores que imperaban en aquellos tiempos, supieron construir una sociedad de los derechos y la abundancia y que se ha encontrado, sin esfuerzo alguno y en franquía para disfrutar de sus bienes y aprovecharse de sus beneficios y que, al no tener que haber contribuido en forma alguna a conseguirlos, cree que están ahí, de forma natural, como caídos del cielo, como natural surgimiento, como lo esta la luz del sol. Es un hombre al que, de tanto mostrársele la vida abierta y sin limitaciones, no se exige nada a si mismo y disfruta de sus logros, sin saber su autentico valor, como un niño mimado, como un señorito satisfecho.
Por lo tanto, es un hombre vulgar, que se percibe a si mismo vulgar, que se siente a gusto en su vulgaridad, hasta el punto de presumir de ello, y que, además, quiere imponer su vulgaridad a los demás. Es un hombre al que de tanto negarse a aceptar la existencia de instancias superiores a las que apelar, se le ha obliterado el alma. Es un hombre al que de tanto negarse a ver y oír a los mejores, se le ha cerrado la mente. Es un hombre que solo aspira a satisfacer los instintos mas primitivos por la vía de urgencia, sin sometimiento a norma alguna. Es un hombre que disfruta de los bienes de la civilización, pero que ignora de raíz, los principios por los que se regían los hombres y en base a los cuales se ha creado este bienestar generalizado.
El propio Ortega lo describe de la siguiente forma; “En las escuelas, que tanto enorgullecían el pasado siglo, no ha podido hacerse otra cosa que enseñar a las masas las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les han inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no su espíritu. Por eso no quieren nada con el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos”.
Justamente, en los tiempos en que, año arriba o abajo, Ortega ponía de manifiesto como el hombre-masa desprecia al espíritu, y empezaba a desertar de su condición espiritual, la ciencia, por su lado, empezaba a poner de manifiesto, como el espíritu constituye la substancia, la esencia de todo lo existente y así, por aquellos años, el científico Sir Arthur Eddington, astrónomo, astrofísico, filósofo, físico, lo expresaba meridianamente, con esta sentencia: “yo afirmo que toda realidad es de naturaleza espiritual, y no material, ni tampoco en parte material y en parte espiritual”.
Y señala Ortega como prototipo de hombre-masa al científico especialista.
Lo describe de esta manera: “Es un hombre que, de todo lo que hay que saber para ser un personaje discreto, conoce solo una ciencia determinada, y aún de esa ciencia sólo conoce bien la pequeña porción en que él es activo investigador. Llega a proclamar como una virtud el no enterarse de cuanto quede fuera del angosto paisaje que especialmente cultiva, y llama dilettantismo a la curiosidad por el conjunto del saber.
El caso es que, recluido en la estrechez de su campo visual, consigue, en efecto, descubrir nuevos hechos y hacer avanzar a su ciencia, que él apenas conoce, y con ella la enciclopedia del pensamiento, que concienzudamente desconoce, ¿Cómo ha sido y es posible cosa semejante? Porque conviene recalcar la la extravagancia de este hecho innegable: la ciencia experimental ha progresado en buena parte merced al trabajo de hombres fabulosamente mediocres, y aún menos que mediocres. Es decir, que la ciencia moderna, raíz, y símbolo de la civilización actual, da acogida dentro de sí al hombre intelectualmente medio y le permite operar con éxito”.
La descripción que del científico especialista hace Ortega, es una delicia y así lo calificó el físico, premio Nobel Erwin Schrödinger, en su ensayo “Ciencia y Humanismo”, con estas palabras: “En él Ortega traza una cruda panorámica del científico especializado en tanto que arquetipo de la canalla bruta e ignorante -el hombremasa- que pone en peligro la supervivencia de la humanidad. Me limitaré a citar algunos párrafos de su deliciosa descripción de este “tipo de científico sin precedentes en la Historia”…
No sigo citando a Ortega, pero les recomiendo que se hagan con el libro y lo lean. En los veintitantos años transcurridos desde la primera edición he podido observar muy halagüeños indicios de oposición al deplorable estado de cosas denunciado por Ortega. No es que podamos prescindir por entero de la especialización, pues resultaría imposible si queremos que siga el progreso, pero la idea de que ésta no es una virtud, sino un mal inevitable, va ganando terreno”.
Terrible afirmación esta de Schrönger, ¿por que? Que se sepa, hasta ahora, cuando se tomaba conciencia de que algo era malo, de inmediato, desde todas las instancias oficiales, se le declaraba la guerra, tratando de eliminar las circunstancias que daban lugar a tales cosas perversas. En este caso, no. Esto ha creado una situación diabólica: a sabiendas de que es algo malo, hay que aceptarlo como una necesidad imperiosa y, hasta donde fuere necesario promocionar, hasta tal punto que, en su aceptación o no, depende el progreso o no, de la humanidad.
Por lo tanto, el problema de fondo, tiene que ver con “el advenimiento de las masas al pleno poderío social” (op.cit.); al imperativo de las masas, que, indómitas a toda instancia superior, imponen sus gustos, sus normas y sus formas de vivir con unas consecuencias que hoy podemos sentir en todo su dramatismo y que el propio Ortega, en su citada obra “La rebelión de las masas”, ya anticipó, hace 90 años, en el primer párrafo del primer capítulo, con estas palabras: “Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer”.
Es decir, que la invasión de los bárbaros, no viene, como en su día vino, a ras de tierra, no viene de tierras ajenas, horizontalmente. Viene del propio hombre europeo, y a este hombre lo ha engendrado la propia civilización europea. Es una invasión vertical; el hombre europeo, producto de una educación superficial – en definitiva, mala educación – convertido en un bárbaro, en un primitivo, que, desde arriba, se ha descolgado por los bastidores de la civilización o, por el contrario, ha emergido desde las profundidades, por escotillón; en ambos casos, ha emergido verticalmente y ha arrasado con los principios y valores de la civilización y cultura, que ha generado una sociedad, donde hay mas libertad, más bienestar material y mas derechos individuales que en ninguna otra precedente o coetánea.
Triste realidad esta: la Europa que, a lo largo de la historia, ha dado los hombres mas señeros de la historia de la humanidad (Aristóteles, Platón, Sócrates, Pitágoras, etc., o los fundadores de la ciencia, de la ciencia experimental, del método científico, Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, Tycho Brahe; o los padres de la física cuántica y relativista, Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Albert Einstein, Sir James Jeans, Max Planck, Wolfgang Pauli y Sir Arthur Eddington) por culpa del hombre-masa, ha descendido a los estratos más profundos, a los suburbios, a la miseria, en definitiva, a la indigencia, en el mundo del pensamiento, de los principios y de los valores; en definitiva, ha generado un hombre narcisista, hedonista y nihilista, que no le preocupa ni siente como suyo tal problema.
No se siente solidario con el pasado, al que ignora; ni con el presente, porque vive obnubilado con su bienestar material; ni con el futuro, porque carece de descendencia a la que transmitir legado cultural alguno.
Por eso, el hombre que, como su producto natural, ha generado esta civilización de la abundancia, es un hombre vulgar, de alma obliterada y cerrazón mental que niega la existencia del espíritu y por lo tanto, desconoce y se niega a tratar sobre lo que constituye su esencia más intima, que es espíritu; como lo es, también, de todo lo demás existente, y que solo podía generar un hombre primitivo. Es el prototipo de hombre, donde podrían tener éxito los dictados de la filosofía post-moderna, que preconiza el pensamiento débil, generador de un hombre light, descafeinado, descomprometído, incapaz de alcanzar compromisos y responsabilidades fuertes. Un hombre así, solo podía abocar a su sociedad y su cultura, a la extinción.
Finalmente, el hombre que ante tan dramático panorama, pregunte angustiado: ¿pero es posible, aún, una vuelta atrás, una reconducción de la situación?, solo puede esperar una respuesta negativa. Basta con oír las conversaciones de esas personas que en edad de procrear, se han abstenido de ello. Y lejos de estar incómodos, al revés, se encuentran a gusto y consideran que han acertado de pleno, en tomar esa su decisión. Y esa es la opinión generalizada entre la juventud.
Y si, angustiado ante tal respuesta, sigue inquiriendo y ya como último recurso, como última salvación, invoca a la posibilidad de que, por lo menos, alguna vez, la masa, ante la evidencia manifiesta, sea capaz de tomar conciencia del problema y reaccione, en una actitud para detenerlo, pero ya no podrá; porque ignorara los recursos para luchar contra el.
Ortega, con su agudeza, lo describe así: “En las horas difíciles que llegan para nuestro continente, es posible que, súbitamente angustiadas (las masas), tengan un momento la buena voluntad de aceptar, en ciertas materias especialmente premiosas, la dirección de minorías superiores. Pero aun esa buena voluntad fracasará… Querrán seguir a alguien y no podrán. Querrán oír, y descubrirán que son sordas”.