Fútbol: la guerra pacífica
Manuel Recio Abad.- Lo que está ocurriendo en los campos de fútbol se veía venir. Desde hace años por juzgados y tribunales se viene considerando a un delincuente potencial con una bufanda de su equipo al cuello, como un aficionado exaltado. El castigo ante sus desmanes ha sido dejado al albur de los estamentos deportivos. Como si el cierre temporal de los estadios o parte de sus graderíos sirvieran para algo.000. A finales del pasado siglo los dirigentes de las sociedades anónimas deportivas y los clubes que eran y siguen siendo, inventaron una nueva utilidad para el sector cafre de sus respectivas aficiones, consistente en azuzarlos contra aquel que consideraban oportuno. Y no pasaba nada. Cuando se impedía la asistencia de determinados accionistas a las juntas generales tirándole a la policía que intentaba protegerles, hasta un macetero desde una planta superior, no pasaba nada. Si había que secuestrar a un representante legal del paquete accionarial mayoritario en una Junta General, impidiéndole votar, se hacía y punto. Todo quedaba en casa.
Igual ocurría cuando se organizaba el asalto al palco presidencial protagonizado por los ultras. Amenazas, insultos y agresiones era la forma más efectiva para conseguir sacar del poder a unos ineficaces accionistas que en virtud de las mayorías habían recibido la peligrosa encomienda de dirigir un club de fútbol y sus hordas.
Durante años se ha permitido y mantenido la impunidad de los violentos y sus actuaciones en el mundo del fútbol, tanto de ciertos sectores de la afición como de sus directivos.
La agresividad, la brutalidad y el salvajismo son cualidades que hoy ya son inherentes al fútbol. Cuando se asiste a un partido se puede ir a la guerra o a algo parecido. Pacífica, pero guerra. Todo por la victoria. Atemorizar al equipo contrario sin necesidad de practicar el haka neozelandés antes del pitido inicial. Los incidentes se suceden y están garantizados a mayor o menor escala en cada encuentro. Va en aumento y las criaturitas ultras se sienten verdaderos soldados, organizados por grupos, con sus jefes y perfectamente organizados para lo que fuere necesario. No sólo cantan. Se suele arrojar al terreno de juego mecheros, monedas, las menos, bengalas… y se tratan de paliar con apercibimientos de clausura (sic). Eso sí, cuando se insulta a un jugador de diferente color de piel, llamándolo “mono”, tirándole plátanos y cientos de espectadores imitan los sonidos que emiten los chimpancés, el árbitro ordena parar el partido, se investiga la autoría del desaguisado y se les expulsa como socio o usuario impidiéndoles el acceso a los partidos que el Tribunal de Arbitraje Deportivo considere oportuno. El objetivo del TAS consiste en “resolver casos de sanciones disciplinarias impuestas a atletas, entrenadores, equipos o federaciones deportivas por violaciones de las normativas y regulaciones deportivas”. Su falta de eficacia se demuestra por el aumento exponencial de la violencia consuetudinaria en el espectáculo, que no en el deporte, del balompié.
Mientras la afición pacífica, que desea disfrutar del espectáculo que despliega su equipo y acepta que se gana y también se pierde, tienen que sufrir las desagradables y peligrosas consecuencias de las acciones extra deportivas y criminales de los milicianos del deporte rey. El fútbol es el deporte más practicado y popular mundialmente. Alrededor de 4.000 millones de personas tienen el fútbol como deporte principal en su vida y de ellas unos 1.000 millones lo practican. Un respeto por favor.
Y no solo eso, vivir al lado del Bernabeu no solo supone escuchar el ruido insoportable de los conciertos actuales, supone tambien que ese publico y el futbolero, hagan caca, pis y vomiten en el portal de las casas cercanas al estadio cuando salen del “espectaculo”. En definitiva he tenido que vender mi casa e irme. La convivencia social se está convirtiendo en un horror.