Es el colmo, dice que respeta las competencias ajenas
Mayte Alcaraz.- Pedro Sánchez ha vuelto a fallar. Ha faltado a su obligación de socorrer a sus compatriotas. Al oprobio de gobernar a pesar de haber perdido las elecciones y ahormar una mayoría con los enemigos del Estado español, suma ahora —como ya lo hizo en pandemia— una desastrosa gestión de esta calamidad. Una dolosa no gestión, para ser más exactos. Una semana después de que comenzara a llover y devastara Valencia, parte de Castilla-La Mancha y de Andalucía, el Consejo de Ministros todavía no ha decretado la emergencia nacional o el estado de alarma, instrumentos que le obligarían a volcarse en amparar a cientos de miles de ciudadanos arrasados por la DANA pero, sobre todo, arrasados por la incuria de sus gobernantes. Ayer a lo más que llegó es a declarar zona catastrófica el área afectada. Un automatismo más. Y todavía hubo que escucharle justificar su insolvencia amparándose en el respeto a las competencias autonómicas. Es decir, el gobernante más invasivo con las atribuciones ajenas, que menos ha cuidado la separación de poderes, ayer nos daba lecciones de lealtad institucional. Era delirante escucharle.
A pesar de que ha mandado a sus voceros a difundir la soflama de que la desidia ante el horrible suceso es culpa del presidente valenciano, Carlos Mazón, completamente superado por la situación, como él mismo, lo cierto es que su único objetivo desde primera hora fue dejar que el barón popular se hundiese en el barro para cobrarse una pieza política. Es verdad que el líder regional va a sucumbir políticamente en esta catástrofe, pero a la pasividad del Gobierno se le puede apuntar más víctimas, no precisamente políticas. La inoperancia culposa es una suerte de irresponsabilidad que tiene consecuencias irreversibles y que la ciudadanía no va a pasar por alto.
Podrán agitar el espantajo de la ultraderecha, como asidero habitual de la estrategia monclovita, pero por repudiables que fueran los intentos de agresión contra la comitiva oficial, especialmente contra Sánchez, nadie se va a tragar que las vecinas que, desesperadas, increpaban a las autoridades políticas porque han perdido sus casas y a sus seres queridos, o que los jubilados que se rebelaban contra la comitiva oficial forman parte de las juventudes neonazis. Es una tomadura de pelo descomunal, como los daños de la gota fría. Al Gobierno le dan igual el barro, los muertos, las historias desgarradoras, la indignación natural y la provocada, porque está, como siempre, a sus cálculos políticos. La perpetuación en el poder de Pedro Sánchez. Todo y todos están a esa faena. La única que importa en la España oficial de 2024.
De hecho, a los socialistas —incluida la ministra Robles, aunque no tenga carné— tanto les da usar al responsable de la UME, un fabuloso servidor público, para intentar inocular su relato de culpabilizar a Mazón o incluso mandar a cuentagotas a las Fuerzas Armadas o apartar de la dirección operativa al jefe del Estado Mayor, en lo que es el despliegue militar más importante de nuestra historia en tiempo de paz. Si en ello se llevan por delante su prestigio, todo será bien empleado para que Sánchez, escondido en Moncloa, siga allí. Ahora ya con la constatación empírica de que contaba con otra acrisolada virtud que todavía era ignota: además de irresponsable, es un cobarde que no sabe arrostrar las cargas que conlleva su cargo. En lugar de que el clamor de Paiporta sirva como punto de inflexión de una crisis de Estado gravísima, de un fracaso institucional casi completo —exceptuando a la Monarquía—, en vez de asumir que las cotas de deterioro reputacional de nuestra clase política son letales, el aparato de propaganda sanchista ha vuelto a desviar el tiro hacia la fachosfera, su única fuente de vida política.
Los incidentes del domingo exigen un liderazgo que hoy solo representa el Rey. A falta de todo el aparato estatal de personas y medios, solo las palabras de Don Felipe y las lágrimas de la Reina obraron el milagro de consolar a las víctimas. A la gente le da igual que la ayuda provenga de Madrid, Valencia o de Alicante; si las competencias son de esta, de aquella o de cualquier otra Administración. Es el Estado en la versión que sea el que tiene que auxiliarlos. Y no lo ha hecho. Porque al frente solo hay un impostor, sin ninguna brújula moral ni política, cuya única estrategia es la del conflicto y el victimismo. En el colmo de la más abyecta degradación moral, el equipo de opinión sincronizada ha llegado a culpar a Felipe VI de poner en peligro la vida del jefe del Ejecutivo.
Ayer de nuevo Sánchez engoló la voz, se puso una corbata negra y recitó una serie de ayudas de 10.600 millones de euros a los afectados que naturalmente son importantes y que deben ser agilizadas, sin burocracia que las convierta en disuasorias: líneas de crédito, aumento del ingreso mínimo, exenciones fiscales e indemnizaciones. Pero con todo ello, no se limpia la desidia de esta última semana. Es evidente que se le ve más cómodo detrás de un atril, con las cámaras enfocándole y el maquillaje televisivo, que mostrando empatía con el barro hasta los tobillos y expuesto a la comprensible ira vecinal, excluidos los que ejercen la violencia.
Aquí también los alcaldes de la zona, de todos los colores, le han dado una lección que seguramente no aprenderá. Ellos, como el Rey, sí son Estado. El único que nos queda mientras el Gobierno está a la espera de que Mazón «le pida» lo que necesite.