La estrofa 1277 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Trataremos en este trabajo de desentrañar el enigma filológico que encierra esta estrofa, perteneciente al episodio que un copista tituló «De cómo clérigos e legos e flaires e monjas e dueñas e joglares salieron a reçebir a Don Amor», una ficción alegórica que relata la llegada a la tierra de un dios pagano del amor, para ser recibido y agasajado por un amplio cortejo de aves, árboles, flores, instrumentos musicales y seres humanos, entre los cuales destaca una nutrida representación de frailes y monjas de las principales órdenes religiosas. Todos ellos se disputan sus favores y todos desean alojarlo en sus respectivos hogares; pero es el Arcipreste de Hita, paradigma del seductor de mujeres, quien consigue convencerlo para que se aloje y monte su lujosa tienda en un prado cercano a su casa. A Don Amor le acompaña un cortejo de doce personajes que representan a cada uno de los doce meses del año.
El poeta toma la idea del Libro de Alexandre, adaptando la historia que en este poema del S. XIII se atribuye a Alejandro Magno en una visita triunfal a Babilonia. Allí, al aproximarse a una ciudad, sale a recibirle una multitud de gente que lo agasaja con flores y cánticos y lo acompaña hasta su interior, donde montará una lujosa tienda que servirá de inspiración al Arcipreste para describir la que instala Don Amor con su séquito. Pero en la tienda del rey macedonio los meses del año no son los personajes que parecen cobrar vida en el poema de Juan Ruiz; son únicamente pinturas alegóricas que decoran sus paños.
Los doce personajes-meses del Arcipreste se muestran agrupados en conjuntos de tres cada uno. El poeta comienza describiendo el primero de ellos, formado por tres «cavalleros», que representan -sin que lo diga expresamente- a los meses de noviembre, diciembre y enero, siguiendo el orden cronológico que marca el año litúrgico del calendario católico mozárabe, con el que estaba familiarizado por su profesión. Y les va atribuyendo diversas actividades que entiende que les son propias de su respectivo mes, presentando escasas coincidencias con el correlativo relato del libro en el que se inspira.
Lo primero que cuenta de estos tres personajes es que se encuentran sentados a una mesa junto al fuego, explicando que a pesar de encontrarse físicamente muy juntos (no cabría entre ellos el canto de una moneda) se sentían muy distantes los unos de los otros (no se alcanzarían ni con un luengo madero) para denotar sus diferentes personalidades, gustos y funciones en la naturaleza. Del personaje que representa a noviembre dice que comía las primeras cherevías (chirivías, hortalizas también conocidas como “pastinacas”), comenzaba a dar zanahorias a las bestias de los establos y harina a los bueyes de las eras, mandaba sembrar trigo, cortar leña y hacer la matanza del cerdo, entre otras actividades. A “diciembre” lo describe comiendo carne en salazón (salpresa) y guisos a base de berzas, en una mesa enturbiada por la niebla y calentándose con frecuencia los dedos con el aliento de su boca, también entre otros menesteres. Pero es en el verso cuarto de la estrofa 1275 cuando hace su aparición el representante alegórico de enero, al que describe, siguiendo la tradición literaria latina, como un ser provisto de dos cabezas (el bifronte Janus de la mitología romana), para poder mirar simultáneamente tanto hacia atrás, al pasado, como hacia delante, al futuro. En la estrofa 1276 el poeta le atribuye a este caballero un hábito que deberíamos suponer se trataba de una costumbre gastronómica propia de este mes (ya que coincide básicamente con su correlativo del Libro de Alexandre): comer un guiso a base de gallina (gallinas con capirotada); y también le asigna ciertas labores propias de los vinateros cuya determinación suscitó una polémica entre los editores y críticos del Libro, pero en la que ahora no vamos a entrar para podernos centrar en la resolución del misterio que encierra la estrofa siguiente, que da cuenta de las tareas que este noble personaje encomienda a sus collaços (criados). La reseñaremos, según la edición de Blecua de 1998:
Faze a sus collaços fazer los valladares, 1277
refazer los pesebres, linpiar los alvañares,
çerrar los silos del pan e †seguir los pajares†;
más querrié estonçe peña que non loriga en ijares.
Entendemos bien las labores consistentes en hacer vallados (valladares), rehacer los pesebres y limpiar los desagües (alvañares). «Çerrar los silos de pan» (entendiendo por “pan” una forma metonímica alusiva al grano del trigo) no está muy claro lo que significa, pero ese texto coincide sustancialmente en los tres manuscritos en que nos ha llegado la estrofa (G, T y S) y podríamos dar por buena la lectura. Tal vez se refiera a una costumbre de la época de la que no tenemos conocimiento. El problema surge en el siguiente hemistiquio de este verso tercero. ¿Significa algo «seguir los pajares»?.. El propio Blecua reconoce su confusión al reflejar ese sintagma entre obeliscos, signos tipográficos de los que se sirve el editor de un manuscrito para denotar que duda acerca de que la lectura que transcribe sea la correcta.
Para responder a esa pregunta es preciso reseñar los respectivos textos que de ese hemistiquio recogen los tres manuscritos referidos, no sin antes reincidir en lo que he venido manifestando -y creo que demostrando- a lo largo de todos mis trabajos sobre el Libro: el único manuscrito verdaderamente fiable es el ms. G; el ms. T puede servirnos para rellenar las lagunas del primero; pero el ms. S es un puro artificio creado por un amanuense carente de escrúpulos filológicos, que cuando no entiende el texto que debe copiar no hace el esfuerzo de imitar sus rasgos sino que lo sustituye lisa y llanamente por otro de fácil lectura a riesgo de crear un puro disparate, lo que consigue con frecuencia, por lo que su contenido -desgraciadamente el mayor de los tres manuscritos- solo nos será útil para suplir el vacío de los demás, aunque deberá ser siempre cuestionado a la luz de la lógica y el sentido común. Por ello, veremos una vez más que el humilde copista del ms. G, intentando transcribir a duras penas los rasgos de un texto que no entendía bien, será el que nos dará la pista para recomponerlo con plena lógica y también para entender mejor el verso que cierra la estrofa, del que también nos ocuparemos.
Esto es lo que se puede leer en cada uno de los tres manuscritos respecto de este tercer verso:
Ms. G: «çerrar los silos del pan e segir [?] los panares»
Ms. S: «çerrar los silos del pan e seguyr los pajares»
Ms. T: «çerrar silos de pan e fynchyr los pajares»
En una primera vista y de un modo intuitivo podríamos decir que el ms. G recoge supuestamente la palabra seguir pero prescindiendo de la vocal u. Y en cuanto a la palabra panares… ¿por qué se la iba a inventar si no existía? Acaso no la conociera por encontrase ya en desuso, pero tuvo la valentía de copiarla tal cual la leía, a riesgo de que sus lectores no la comprendieran. El copista del ms. S parecería que estuviera copiando del ms. G (o de otro que se sirviera de éste) y que al creer que a su verbo seguir le faltaba la vocal que suavizaba el sonido de la consonante g se la habría añadido. Y como la palabra panares no le era conocida la transformó -siguiendo su costumbre manipuladora- en otra bien conocida: pajares. Por su parte el ms. T, no entendiendo tampoco el significado de la expresión seguir un panar habría optado por la solución fácil de repetir -cambiando ligeramente su grafía- el verbo fenchir que el poeta utilizaba justamente en la estrofa anterior en relación con las cubas de vino y que significaba ‘henchir, llenar un espacio vacío con alguna materia o sustancia’. Y puesto que no conocía lo que era un panar, la solución de sustituir este sustantivo de la misma forma que el amanuense del ms. S le solucionaba el problema de su transcripción. Pero seguía careciendo de sentido: enero, mes representado por el caballero protagonista de esta estrofa, no es el más adecuado para realizar la siega, pues es un mes en el que los trigos se encuentran en pleno crecimiento y, por lo tanto, no sería muy apropiado que aquél diera a sus criados la orden de llenar un pajar. Trataremos de descifrar este enigma una vez que hayamos hecho un repaso de las lecturas que escogieron de este enigmático verso los principales editores y críticos del Libro.
T. Sánchez (1790) y Janer (1864) siguen la lectura del ms. S limitándose a cambiar la i griega de seguyr por una i latina (seguir los pajares) sin hacer comentario alguno. Pero lo curioso de estas primeras ediciones es que consideran, expresándolo en sus notas a pie de página, que los meses van apareciendo por el orden cronológico del año natural, lo que debería desconcertar a sus lectores al no coincidir las descripciones de estos personajes con las que serían propias siguiendo estrictamente dicho orden; así, el mes de marzo sería el provisto de dos cabezas y el mes de abril sería el más corto del año (era chico, enano) quitándole el puesto a febrero; y todo ello a pesar de que el propio copista del ms. G ya indicaba el nombre de cada mes al margen de la transcripción de la estrofa en la que hace su aparición. Las posteriores ediciones ya no caerán en este error. Ducamin (1901) recoge también la lectura seguir los pajares de las anteriores ediciones. Cejador (1913) prefiere la lectura del ms. T, fynchyr los pajares sin dar explicación alguna. Chiarini (1964) le sigue pero corrige ligeramente su grafía: finchir los pajares. Corominas (1967) opta por fenchir los pajares y anota: «Fenchir es ‘henchir, llenar’. Quizás el arquetipo traería la grafía arcaica fengir = fenchir, y el copista de S leería malamente ſeugir con s larga, que interpretó como seguir; lo de G parece una conjetura a base de esto». Lida de Malkiel (1973) moderniza la lectura de Corominas adoptando la forma henchir, tal como ya la recogía el Vocabulario español-latino de Nebrija (1494), el cual admite también la variante hinchir, formas ambas que derivarían del verbo latino implēre. De estas dos, el Tesoro de Covarrubias (1611) recogerá solo henchir, aunque tanto uno como otro diccionario contienen una entrada para el verbo hinchar (derivado del latín inflāre) que, teniendo para ellos un significado propio, lo podrían considerar sinónimo del anterior en algunos usos. Joset (1974) vuelve a la arcaica versión finchir los pajares sin comentarla. Gibbon-Monypenny (1988) recoge la modernizada del ms. S, seguir los pajares, anotando: «El sentido de la frase queda oscuro». Se basa para esta elección en el método neolachmaniano utilizado frecuentemente por la ecdótica -rama de la filología que estudia la reconstrucción de textos soslayando sus posibles errores de transcripción- según el cual a la hora de elegir un fragmento textual como original entre varios posibles obrantes en distintos manuscritos de una misma obra, es preferible reconstruirlo (habría más posibilidades de acertar) tomando las palabras más repetidas en ellos. Así, como el verbo seguir consta (supuestamente) en los mss. G y S, y el sustantivo pajares en los mss. S y T, este editor adopta una lectura que rechaza las lectiones singulares, a pesar de que no entiende el significado de su propia elección, recalcando: «Y aquí no hay motivos convincentes para abandonar ese principio». Pero este método, que implica jugar la lotería filológica aparcando el sentido común y la experiencia, no es válido para trabajar con el texto del Arcipreste, dado que ya hemos podido comprobar sobradamente a lo largo de numerosos trabajos el distinto grado de fiabilidad entre unos y otros manuscritos. Por último, mencionaremos a Blecua, que en su primera edición del Libro de 1983 había optado por recoger la lectura finchir los pajares de Chiarini, anotando a pie de página un comentario muy poco intuitivo: «De acuerdo con las lecciones de los mss. podría leerse seguir los pajares, con acepción desconocida de seguir, o seguir los panares, como lee G, esto es, ‘acompañar a los panales o palales’, como es habitual en el cuidado de las colmenas y sus traslados». Como vemos, cambia de criterio en la edición de 1998 de la que hemos extraído anteriormente esta estrofa, con su lectura entre óbelos «†seguir los pajares†», respecto de la que anota a pie de página: «El segundo hemistiquio no se entiende». Y en sus notas finales añade: «Los editores optan por la lectura de T, cuya conjetura finchir los pajares puede ser válida. Dada la lección panares de G no es descartable un seguir los palares, esto es los ‘panales’. Puede tratarse de los traslados de colmenas o de un matiz de seguir que desconozco […]».
Reconstruir la estrofa requiere que antes reseñemos dos entradas recogidas en el ya mencionado Tesoro de Covarrubias, que reproduzco modernizando ligeramente su grafía:
1ª) «PANES, llamamos los trigos desde que nacen hasta que se siegan.[…]».
De esta definición podríamos deducir que si los trigos, considerados individualmente, son panes, un panar es un trigal.
2ª) «EREGIR, del verbo Latino erigere. Erguirse, levantarse, es término rústico, como Yerguere dende, levántate de ahí […]».
Por lo tanto, ‘eregir los panares’ no es otra cosa que dejar que crezcan los trigales en el mes de enero para que cuando llegue el verano estén a punto de siega. Y esto es lo que quería transcribir el copista del ms. G. Al leer en el texto que copiaba “eregir los panares” y no entender la expresión separó la vocal inicial del verbo creyéndola conjunción copulativa y la sustituyó por un signo equivalente, y tomó erróneamente por letra s lo que en realidad era una r . Veamos lo similares que podían ser gráficamente ambas consonantes tomando como ejemplo la propia escritura de este amanuense. A la izquierda vemos el texto «e segir» del verso que comentamos; a su derecha tres fragmentos de palabras que contienen la letra r al inicio de su segunda sílaba con la indicación del respectivo verso al que pertenecen:
Consecuentemente con este encargo del “mes” de enero a sus criados, en el verso 1291b, correspondiente al personaje que encarna el mes de junio, vuelve a aparecer la palabra panares en los mss. G y T, convertida en “palales” por el mixtificador ms. S, causante de la confusión que manifestaba Blecua en sus notas. Este verso dice, literalmente, en aquellos dos manuscritos: «comié nuevos panares, sudava syn pereza». Es decir, ese personaje “comía los panares” porque se trataba del mes en que se realizaba la cosecha del trigo, razón por la que sudaba continuamente, sin descanso.
Nos queda ahora analizar el cuarto verso, cuya lectura difiere en los manuscritos pero coincide en lo sustancial, para completar este trabajo. Hasta el momento, los editores y críticos han considerado que este verso significa que como el mes de enero no era el más adecuado para emprender una campaña militar (se solían iniciar en el verano) el personaje en cuestión, debido al frío propio de ese mes prefería llevar como vestidura una peña, es decir, un abrigo de pieles, antes que una loriga, vestidura que llevaban los guerreros medievales para protegerse de los golpes de espada enemigos, compuesta por una simple malla de anillas de hierro entrelazadas; una prenda que no podía resguardar bien del frío y que debía de ser incómoda para recostarse sobre ella.
Pero sin negar validez a ese argumento, lo cierto es que tal apreciación parece no venir a cuento precisamente en ese verso y de la forma en que está redactado, rompiendo el paralelismo sintáctico que presentan los versos anteriores y aparentando ser una consecuencia o aclaración de lo manifestado en el último de ellos. Por eso, creo que su sentido tiene que ver precisamente con esa orden que el personaje da a sus criados para que hagan crecer el trigo, para “eregir los panares”: y es que desearía tumbarse çómodamente sobre un campo mullido antes que sobre una costra dura de tierra comparable a una loriga militar.
Para reconstruir el arquetipo del cuarto verso reseñaremos sus distintas lecturas en los tres manuscritos, lo que no es del todo fácil teniendo en cuenta las abreviaturas que emplean al reflejar una forma determinada del verbo querer:
Ms. G: «más quería [?] traer peña que loriga en ijares»
Ms. S: «más querríen [?] estonçes peña que non loriga en yjares»
Ms. T: «más quería [?] traer peña que non loriga ynjares»
Analizando los textos nos damos cuenta de que el ms. S atribuye esta acción a los criados, a diferencia de los otros dos, que al reflejar el verbo en singular solo pueden referirse al caballero que representa al mes de enero. Debido a esa preferencia que deberíamos otorgar al ms. G, y que es el personaje principal el que da las órdenes y, por lo tanto, el que manifiesta los deseos que deben ser cumplidos por sus collazos, descartaremos la lectura del ms. S. Aparte de ello, el segundo hemistiquio en este manuscrito es hipermétrico. También lo debería ser el del del ms. T si corrigiéramos su lectura añadiendo la preposición en que le falta para tener pleno sentido. Sin embargo, la lectura del ms. G es perfecta al no contener el adverbio non, que es innecesario para la correcta sintaxis de la oración. En cuanto al primer hemistiquio, dado que la forma verbal empleada por el poeta no debería de distinguirse claramente en la obra autógrafa del Arcipreste, y partiendo del principio de que todo buen poeta que escribe en una determinada forma regida por normas estrictas de composición trata de ajustarse a ella en la medida de lo posible, y solo se toma licencias transgresoras cuando no tiene más remedio, para no desmerecer la calidad de su mensaje, escogeremos la forma verbal que daría perfecta métrica al hemistiquio: quiere. El caballero-enero ordena a sus criados que hagan crecer el trigo para que los campos estén mullidos, porque quiere recostarse cómodamente en ellos como si se tumbara sobre un abrigo de pieles: al fin y al cabo solo es un personaje virtual.
Así, paso a transcribir el arquetipo perdido de la estrofa 1277, rompiendo la tradición ecdótica que no ha sido capaz de revelar el misterio oculto en ella durante siglos, y actualizando su grafía para una mejor comprensión:
«Hace a sus collazos hacer los valladares
rehacer los pesebres, limpiar los albañares,
cerrar los silos del pan, eregir los panares:
más quiere traer peña que loriga en ijares».
El lector podrá juzgar sobre todo lo dicho a la vista de las imágenes de esta estrofa en los tres manuscritos mencionados, que reproduzco a continuación.
En mi opinión, muy interesantes todos estos artículos sobre cuestiones filológicas y los problemas de las copias conservadas de los manuscritos antiguos, cuyo análisis requiere erudición, lógica, trabajo y, quizás, algo de suerte.
Así es