¿Quién mató al ‘pringao’ Errejón?
Gabriel Albiac (R).- Nadie verterá una lágrima sobre el cadáver de Íñigo Errejón. Enfangado por los suyos con una crueldad que hace pensar en los más agrios tiempos del estalinismo. A los que ya tenemos una cierta edad, las declaraciones de la que fue su cónyuge por años, Rita Maestre, nos trajo a la memoria una vieja historia escuchada a gentes que la vivieron de primera mano: la historia trágica de Artur London. Él mismo la narra en un libro tenebroso que llevó por título ‘La confesión’. Y aun quienes no lo leyeran, es posible que recuerden las imágenes de un Yves Montand atrozmente torturado en la película que sobre esas memorias suyas realizara Costa Gavras en 1970.
Artur London fue uno de los catorce dirigentes comunistas condenados en el ‘proceso Slansky’, que, en 1952, depura a toda la vieja guardia comunista checoeslovaca: la de los que, como London, lucharon primero en las Brigadas Internacionales, combatieron después al Ejército nazi en el maquis francés, y, en su caso, sobrevivieron al infierno del campo de concentración de Mauthausen. Bajo sesiones de tortura extrema, todos los procesados acabaron por declararse culpables de los delitos más insensatos. Pero puede que, para London, lo peor fuera confrontarse a la reacción de su esposa. Convencida por los torturadores de la culpabilidad de su marido, Lise London se divorció de él y reclamó su castigo como traidor a la causa antaño compartida. Artur como Lise, que volverían a unirse tras la ‘desestalinización’, arrastraron ese envilecimiento como el momento de horror supremo en sus vidas.
Escuchar a Errejón tratarse a sí mismo como al peor canalla. Escuchar cómo Rita Maestre lo arrojaba de cabeza al fango más pestilente, me hizo entender que nada, absolutamente nada, cambia en la condición humana. Sólo matices: Artur y Lise eran gentes serias a las que rompió la tortura. Errejón y Maestre son frívolos hijos de papá que sólo buscaban vivir del cuento. Que sólo eso siguen buscando. La vileza les es indiferente.
¿Qué está quedando de esa historia? Una denuncia por comportamiento de patán, difícilmente tipificable mediante código penal alguno. Ser un chulo de taberna no es, en sí mismo, delito; es sólo repugnante.
Ahora, la denunciante de esa barriobajera chulería ha forzado al juez a suspender el procedimiento. La excusa de que su abogada está embarazada parecería una broma, pero más bien raya en el fraude procesal. Al cabo de un año de ‘archivo provisional’, lo más verosímil es que del ‘caso Errejón’ no quede carga penal alguna. Si es que vuelve a abrirse. La carga moral o estética es, sin embargo, lo bastante mugrienta como para destruir una carrera política. Indemne en lo penal, Íñigo Errejón queda ya, en sus ambiciones políticas, muerto.
Cuando un político muere, otro pasa a ocupar su puesto. Y su sueldo: lo cual es, sin comparación, más importante. Y la pregunta queda en el aire: ¿Qué sueldo va a volver a percibir quién a cambio del homicidio de Íñigo Errejón? ¿Alguien lo duda?
El Debate