Anti-bulos contra el fascismo
Mariona Gumpert.- Seguro que ha oído hablar de la posverdad hasta la saciedad, pero a menudo no se explica con precisión en qué consiste. Muchos la interpretan como un sinónimo de «mentira», pero esto es incorrecto. La mentira es lo opuesto a la verdad; la posverdad la trasciende y la deja atrás.
La historia del concepto es extensa, pero se puede resumir al señalar que es nieta del relativismo y nihilismo que se ha fraguado en Occidente desde el siglo XIX. Inicialmente, el término se entendió de manera positiva; tras las guerras mundiales se popularizó la idea de que las convicciones sólidas son fuente de todo mal. Cosmovisiones e ideas políticas fuertes se consideraban causas de conflicto. Así, caló hondo el concepto de «pequeños mundos», donde cada uno vive según sus propias creencias sin interferir en las ajenas. Paz, armonía, haz el amor y no la guerra.
En este contexto surge la posverdad, que no busca la verdad o ideales universales de vida buena; lo que interesa es cómo cada uno construye su realidad, entendiendo como parte del ideal de libertad el respeto absoluto a la subjetividad ajena. En este panorama, las emociones prevalecen sobre los razonamientos. Los medios de comunicación se enfocan en estas emociones –especialmente aquellas que hacen sentir bien a las personas– y en cómo articularlas. El resultado es el famoso «relato».
Este contexto explica por qué esa obsesión por «dominar el relato» de la izquierda en las últimas décadas (y no hablo sólo de España). Allí donde las argumentaciones de cierta complejidad son rechazadas, resulta sencillo auto abanderarse como líder moral a través de ocurrencias infantiles. El caso es que, reconozcámoslo, ha sido sencillo liderar esta batalla. Además, liberales y conservadores no han plantado cara.
Ahora bien, este dominio empieza a tambalearse. La posverdad se percibe ya como una ocurrencia peligrosa, de ahí la alarma ante las llamadas fake news (bulos), la desinformación y la consiguiente llegada del fascismo (profecía autocumplida en breve como continúen así). Al carro de defensores de la verdad, «verificadores de noticias», se apuntó rápido Ana Pastor (la periodista) desde diferentes formatos. La Sexta tiene un programa llamado «Conspiranoicos», que tal amor tiene por la verdad que han llegado a decir que allí no se debate, se desmiente (ya me dirán cómo se desmiente sin debatir, pues los mismos datos son, en cierto modo, un «constructo» y pueden ser usados como un borracho utiliza una farola: más para apoyarse que para iluminarse).
Bien. Resulta que la red social X (antes Twitter) tiene desde hace tiempo un sistema de verificación de tweets gestionado por usuarios seleccionados por la propia empresa. Soy una de los que califican notas de la comunidad a determinados tweets. A través de estas notas se informa al resto de tuiteros cuando un tweet se considera cuestionable, a través de una serie de parámetros (entre otros, enlaces a sitios web). A mi entender, es una herramienta muy útil…y que ha provocado la indignación de progres (progres de a pie, políticos, periodistas, ‘intelectuales’ y medios de comunicación).
A los progres ya no les gusta X. Se comprende. Debe de ser frustrante. Por ejemplo, ahí tienen que luchar contra quienes difunden el bulo de que Pedro Sánchez dijo «Si quieren ayuda, que la pidan». ¿Pero cómo nos atrevemos? En un intento de pedagogía nos cuelgan el vídeo donde queda patente que el presi no dijo tal cosa. Lo que se le escucha decir en el vídeo es «Si necesitan más recursos, que los pidan». No tenemos vergüenza ni la conocemos. Incluso Wyoming les copió la idea y defendió a Sánchez de nuestras manipulaciones en su sección «Cazabulos». No, definitivamente la posverdad, el pluralismo y la tolerancia ya no interesan. Con gente tan corta de entendederas y de corazón tan mezquino como el nuestro, lo que hace falta es más anti-fascismo. Y, por supuesto, acabar con (X)Twitter.