La parada de los monstruos (“Freaks”)
En el año 1932 se estrenó la película “Freaks”, que en español llevó el título de “La parada de los monstruos”. El término “freaks” indica una cosa, animal, persona o acontecimiento que es extremadamente inusual, raro, insólito, extravagante… En la actualidad, la palabra ha pasado a convertirse en la matriz del vocablo “frikie”, con el significado de algo raro, extraño.
El argumento de la película trata de la vida en un circo ambulante lleno de seres deformes, tullidos y personas con diversas amputaciones y malformaciones físicas (los protagonistas de la película realmente tenían esas deformidades), en el que un enano hereda una gran fortuna. A partir de este momento, Cleopatra, una atractiva trapecista, intentará seducir al enano, junto a su amante, el forzudo Hércules, para quedarse con su dinero.
Desenmascaradas las intenciones de la trapecista y una vez al descubierto el humillante engaño amoroso, la venganza de todos los “freaks” se alzará.
El sentido profundo de esta historia es que los monstruos reales no son las personas que tienen deformidades físicas, minusvalías aparatosas, sino que más bien un monstruo es una persona que no tiene alma, que no siente empatía por su semejantes, y que busca su provecho aunque sea a costa del sufrimiento ajeno, como ejemplifica la trapecista de la historia.
La película constituyó un formidable fracaso de taquilla, crítica y público, dándose incluso el caso de que su proyección fue acompañada por protestas, amagos de aborto e infartos… Prohibida en algunos países, después de muchos años de ostracismo e incomprensión, se volvió a proyectar en un festival de Venecia de los años sesenta, pasando a ser desde entonces una obra de culto, hasta el punto de ser considerada una de las mejores películas rodadas en Estados Unidos.
Trasponiendo el concepto de monstruosidad acuñado en la película a los tiempos actuales, la nefanda Babilonia en la que se ha transmutado la antaño civilización occidental es el resultado de pavorosas paradas de monstruos, que pululan por todas partes, pero especialmente en las moquetas del poder, en el terciopelo de los hemiciclos, en las lujosas oficinas de las instituciones globalistas que conspiran por la monstruosa agenda 2030
En efecto, si la verdadera monstruosidad no es tener una minusvalía física o mental, sino que más bien es una deformidad espiritual qué consiste en carecer de alma, o lo que es lo mismo, de humanidad, el mundo de ahora está regido por una patulea de monstruos de una perversidad inimaginable, que igual descuartiza un feto que te provocan una tormenta perfecta que arrasa con las vidas y los bienes de la gente.
Es realmente estremecedor comprobar que los responsables de las matanzas, de las hecatombes, de las tierras convertidas en ruinas, de las enfermedades, de las violaciones, las hambrunas… No sienten ni un ápice de remordimiento por sus fechorías, por sus crímenes de lesa humanidad. Ni sienten, ni padecen, porque son verdaderos monstruos, engendrados en el Tártaro infernal, que no tienen alma justamente porque se han vendido al Sr. de las Moscas a Belcebú, a Bafomet, al Maligno ser que desde el comienzo del mundo conspira por la perdición de la humanidad.
A cambio de alforjas repletas, de inciensos, de aplausos, de sus minutos de gloria, de la satisfacción de sus instintos sádicos, estos repugnantes monstruos se han prostituido, se han despojado de su humanidad, siendo capaces de mostrar su sonrisa sardónica a sus víctimas, que chapotean en inmundas cloacas, ahogados en inmundicias, porque los monstruos que presuntamente tenían que gobernarles les han despojado de sus bienes, de su dignidad humana, de su categoría de hijos de Dios.
Son una verdadera marabunta de seres endemoniados, que no puede ser humanos, porque una cosa es ser un simple chorizo, un quincallero, un robagallinas, pero otra muy distinta es ser un genocida, un empalador de inocentes, un ser monstruoso que no mueve una ceja ante el sufrimiento que ellos mismos han provocado.
Hay quien dice que el karma que están creando les pasará factura, pero yo prefiero pensar que las cosas pueden dar un vuelco radical ya en este mismo mundo, y que, en todo caso, un día tendrán que presentarse ante el tribunal de Dios, y allí será el llanto y crujir de dientes. Que así sea.