Cardenal Omella: ¿Del encubrimiento a la prevaricación canónica?
AD.- Precisamente eso parece desprenderse de la gravísima acusación de abuso sexual a un menor por parte del párroco de Nuestra Señora de Montserrat, del barrio del Guinardó en Barcelona. Hacía ya más de dos años que Juan José Omella había recibido una denuncia contra este conocido sacerdote barcelonés. Un joven, mayor de edad en este caso, visitó al prelado para advertirle de que el cura le había puesto encima sus largas manos cuando ejercía su ministerio en la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes en Badalona. Omella hizo oídos sordos a la acusación.
El sacerdote fue finalmente detenido este mes de noviembre por los Mossos de Escuadra y llevado ante el juez por presuntos tocamientos a otro adulto, y a un menor de edad en fechas recientes. Omella relevó al párroco de sus funciones y lo recluyó discretamente en la casa parroquial a la espera de los resultados de la investigación policial. La excusa que se dio a la feligresía es que había tenido un accidente de tráfico y necesitaba reposo, hasta el punto de caminar cojeando en una perfecta performance.
A pesar de todos los esfuerzos por guardar en secreto el sucio affaire, la denuncia pública del diario El País obligó al obispado a expulsar al párroco de la casa abadía en la que se había recluido por mandato episcopal, ya que la feligresía se había soliviantado al leer la escandalosa noticia en el rotativo.
Omella se excusó en un sucinto comunicado, afirmando que tramitaron la denuncia del joven mayor de edad no como tal, sino como una “queja” de la que “no hubo denuncia y se trató como un asunto moral”, afirmó el Arzobispado de Barcelona.
En román paladino, con mayores de edad las prácticas homosexuales del clero son tácitamente toleradas, al menos por el cardenal Omella en su diócesis. Sólo cuando la víctima es menor de edad se actúa contra el abusador y cuando hay denuncia policial. Y eso, a pesar de que en el Motu proprio del papa Francisco “Vos estis lux mundi” se dice textualmente: “Un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo (‘No cometerás actos impuros’) cometido con violencia, amenazas o abuso de autoridad, o en el que se obliga a alguien a realizar o sufrir actos sexuales” -aquí no importa la edad de la víctima-, debe ser inmediatamente denunciado a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Cosa que Omella evitó hacer, encubriendo así un posible delito y cometiendo una presunta prevaricación canónica. Es decir, sabiendo el cardenal Omella que debía denunciar a Roma el abuso sexual cometido por un sacerdote, también a un mayor de edad, evitó hacerlo por razones que sólo él conoce y que debería explicar.
La casposa actitud de la que ha hecho gala el cardenal Omella a lo largo de sus años al frente de la Conferencia Episcopal, ha decantado en este apoteósico final de su pontificado. Recibió dos denuncias de dos hombres jóvenes que fueron archivadas -pruebas había y Omella lo sabe- porque las víctimas del abusador eran mayores de edad. No se actuó contra el párroco que violaba reiteradamente su promesa de celibato hasta que victimizó a un menor.
Ahora, con esta gravísima denuncia, el cardenal intervine de tapadillo para que no se sepa, y solamente la publicidad que le da El País provoca la expulsión de la casa parroquial del sacerdote acusado. Simultáneamente se organiza, con el consentimiento tácito del Arzobispado de Barcelona, que no ha intervenido al respecto todavía, una campaña orquestada por el presunto abusador y sus amigos para desprestigio de las víctimas, dudando ya, en ambientes eclesiales, de su credibilidad y hasta acusándoles de buscar dinero a costa de un “pobre” sacerdote “falsamente acusado”. Precisamente es eso a lo que se llama “revíctimización”. Que tomen nota las altas instancias vaticanas de la intolerable actitud del cardenal de Barcelona.
Por todo ello, esperemos que el papa Francisco, tan sensible a los sexuales encubrimientos episcopales, actúe contra Omella con la celeridad de otros sonados casos y nos demuestre así que su celo contra los curas abusadores es verdaderamente sincero y no un brindis al sol, que es lo que parece hasta ahora.
Un merecido mal final de Omella al frente del Arzobispado de Barcelona sería la prueba. Y no hay otra.