¿Aprenderán de Ayuso los barones del PP y le ayudarán un poco a Feijóo?
Antonio R. Naranjo.- La deuda pública se ha multiplicado por mil desde los años 80. Cada español debe cerca de 40.000 euros, una cifra que se duplica si se cuenta solo a los contribuyentes al sistema, que son los que sostienen el Estado, y que pone en cuarentena el futuro de las generaciones hoy al margen de todo: tendrán difícil encontrar una casa, un trabajo decente y, además, se enfrentarán con seguridad a la crisis de eso que hoy llamamos Estado de Bienestar.
Al menos mientras, en nombre de ese concepto surgido tras la Segunda Guerra Mundial para garantizar una cierta prosperidad colectiva, siga creciendo el Bienestar del Estado.
Debemos en torno al 106 % del PIB, una cifra que probablemente es mayor, y todo ello a pesar de que este Gobierno ha nadado en la abundancia mientras la sociedad civil se revolcaba en el lodo: nadie ha recaudado tanto ni dispuesto de tantos recursos, por la combinación de una presión fiscal confiscatoria, una inflación disparatada y el maná de los fondos europeos, que nadie sabe del todo para qué han valido pero sí tenemos la certeza de que engordarán aún más los números rojos.
Mientras la economía real se empobrece, con empresas pequeñas y asfixiadas y trabajadores con un poder adquisitivo de hace tres lustros, el Gobierno se ha enriquecido, en una pendiente típica de los regímenes populistas e intervencionistas que hacen caja de la ignorancia y el asistencialismo: casi el 19 % del PIB se va ya en prestaciones sociales, un dato que combinado con el revelado por el informe PISA, según el cual tres de cada diez españoles ya no entienden El Quijote, ofrece una conclusión desoladora para España y fantástica para Sánchez: solo con tontos y con pobres puede triunfar, y a multiplicarlos se consagra con entusiasmo.
Este es, a grandes rasgos, el contexto económico de España, por mucho que la máquina gubernamental del fango se llene la boca con datos inflados o directamente falsos sobre la bonanza sin precedentes y cacaree a todas horas un crecimiento inexistente: el PIB sube por el gasto público, lo que equivale a presumir de lo bien que va un restaurante del que su propio dueño es el mejor y casi único cliente.
Y con ese paisaje, Pedro Sánchez ha propuesto a las Comunidades Autónomas condonar su deuda, a ver si así tragan con el expolio que está a punto de aprobarle a Cataluña para que Puigdemont y Junqueras le mantengan de presidente, con la respiración asistida y la capacidad de maniobra justa para atender sus impuestos revolucionarios.
Solo Ayuso ha tenido la decencia y el valor de rechazar esa propuesta envenenada que, en síntesis, se limita a trasladar la deuda de las autonomías al Estado, para que los presidentes regionales puedan seguir despilfarrando y los españoles paguen los platos rotos: Sánchez no paga de su bolsillo y el agujero sin fondo no desaparece.
Simplemente se desplaza el titular de la deuda, pero no el pagador: en ambos casos seguirá apoquinando el ciudadano, con más impuestos y menos servicios. Pero nadie lo dice con la claridad de la presidenta madrileña, pues en el fondo a todos los barones les seduce la idea de intercambiar favores con Sánchez, de permitirle culminar la creación de un tercer paraíso fiscal en España, tras los del País Vasco y Navarra, si les quita su deuda, se la traspasa a los curritos y pequeños empresarios y les permite seguir gastando a manos llenas.
Al otro lado del Atlántico, Javier Milei ha hecho lo contrario: cerrar todo lo inútil de la Administración Pública, prescindir de miles de empleados públicos innecesarios, reducir impuestos y reordenar el sistema asistencial. Seguramente ha corrido más de lo necesario para que la mejora de las grandes cifras económicas de Argentina no comporte un daño social en las capas más desfavorecidas.
Pero ha demostrado que, si se quiere, se puede: dejar de esquilmar a la sociedad para sustentar un Estado invasivo, mastodóntico y perfectamente inútil que venda la estúpida idea de que todo el mundo puede vivir de él, cuando es él quien vive de todo el mundo.
Solo Ayuso se ha dado cuenta, en una lección práctica que sus propios compañeros no parecen querer entender: porque, de hace demasiado para acá, no hay político que no lleve un Sánchez dentro, igual de manirroto e igual de convencido de que el dinero ajeno está mejor en su bolsillo que en el de su legítimo propietario.
Posdata. Otra lectura más sobre los barones: su actitud, en general, no le pone fácil la vida a Feijóo, que merecería una unidad real y no solo estética. Mazón ya le hizo la pascua en las Generales adelantando un pacto con Vox que dio combustible a la demagogia preelectoral de Sánchez. Quizá no han entendido que su terruño no vale una misa más oficiada por el líder del PSOE. Y ya son mayorcitos.