La rebeldía salvará al mundo
Cuando un ciudadano libre contempla la osadía corrupta e impune de dirigentes autocráticos y dictadores asesinos, siente ganas irrefrenables de rebelarse y de expulsar al canalla del poder. Esa es una constante histórica que ha ayudado a construir un mundo mejor y más libre que hoy sigue vigente, aunque la victoria contra los tiranos corruptos parezca más difícil.
La rebeldía es un instinto humano de supervivencia y la cobardía es morir un poco cada día.
El filósofo y catedrático Elio Gallego acusa al cristianismo, que es uno de los grandes forjadores del mundo actual, de haberse vuelto cobarde: «El cristiano se ha acomodado a la mentalidad dominante y a lo que dicta el poder». dice.
Hay síntomas esperanzadores de rebeldía en todas partes. Parece que el poder se ha hecho demasiado corrupto y ha traspasado demasiadas líneas rojas, provocando la reacción de los ciudadanos frente al mal que se promueve desde los palacios y ministerios. El COVID, obra humana, y las vacunas, portadoras de sustancias de muerte, han terminado de convencer a millones de ciudadanos que es necesario rebelarse contra los canallas que destruyen el mundo.
De hecho, el siglo XXI será el siglo de la rebeldía contra los corruptos y delincuentes que se han apoderado del poder, los que engañan, mienten, incumplen sus promesas, se rodean de delincuentes, asaltan la Justicia, pactan para gobernar con la escoria humana y refuerzan constantemente su poder e impunidad.
La concesión del Premio Nobel de Literatura 2005 al británico Harold Pinter fue un homenaje mundial de la Academia Sueca, refrescante y esperanzador, a la rebeldía, a la oposición de los ciudadanos al poder político y a los que aman la libertad.
En Pinter nos sentimos reflejados muchos escritores, periodistas y luchadores que nos enfrentamos al “establishment”, poniendo en peligro nuestras carreras profesionales y hasta nuestras vidas.
Pinter es un ser libre, desafiante, indomable y capaz de llamar asesinos a esos dirigentes políticos que, elegidos para servir a la sociedad, utilizan el poder en beneficio propio y se convierten en los seres más poderosos de la tierra, en los verdaderos “nuevos amos” de la Tierra.
En Cuba, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte, China, Rusia y países en teoría democráticos pero que avanzan hacia la opresión, como España, saben mucho de ese proceso diabólico hacia las cloacas.
La rebelión ciudadana contra el mal gobierno será probablemente, la gran batalla cívica del siglo XXI, una aventura ilusionante y regeneradora que ya ha comenzado.
Esos mismos ciudadanos que son llamados a votar cada cuatro o cinco años constatan, una y otra vez, que las mismas lacras y dramas que afectan a la sociedad desde hace siglos continúan vigentes, sin que los políticos, a los que se les paga con sueldos generosos, poder y privilegios, precisamente para que construyan un mundo más justo y mejor, hayan conseguido apenas nada. El hambre, la miseria, la desigualdad, la injusticia, la violencia, el desempleo, la carencia de vivienda, la incultura y otros muchos males se han convertido en endémicos y en la evidencia más clara del fracaso de una clase política ineficiente y de pésimo nivel.
Los ciudadanos no están “desorientados”, como afirman algunos políticos y expertos, sino en abierta rebeldía, votando contra los gobiernos y contra lo que dicen los expertos, convencidos de que deben hacer algo para mejorar la calidad, la dignidad y la eficiencia de una política democrática cuyo grado de degradación les parece insoportable.
El nacimiento de nuevas opciones políticas fuertes, como esa que llaman “extrema derecha”, es consecuencia de la rebeldía contra la maldad política reinante. Esa línea política aboga por conservar todo lo bueno de nuestra civilización que la falsa progresía está destruyendo.
La rebeldía ciudadana empezó a ser visible en España, donde el arrogante gobierno de José María Aznar, que se había atrevido a implicar a España en una guerra exterior, la de Irak, en contra de la opinión de la sociedad, fue inesperadamente enviado por el voto ciudadano a la oposición, precisamente cuando podía presentar ante los votantes el indudable mérito de una gestión económica brillante, creadora de empleo y de prosperidad.
Después vinieron los “noes” a la Constitución Europea de Francia y Holanda, que deben interpretarse como pura “rebeldía” ciudadana ante una Europa diseñada y construída a sus espaldas, del mismo modo que la revolución Naranja de Ucrania, que acabó con un régimen burocrático carcomido, heredero del stalinismo, y los ya más próximos resultados electorales en Alemania y Polonia, donde más que una apuesta ideológica lo que los ciudadanos han hecho es “rechazar” un estilo de gobierno.
Hoy, la rebeldía se está disparando en España después de los gobiernos corruptos y hasta delictivos de tipejos como Zapatero, Rajoy y Sánchez, sobre todo de este último, un timador profesional al frente del Estado.
Los ciudadanos saben que, aunque hayan sido marginados de la política por los partidos y por los políticos profesionales, todavía conservan el poder y lo están demostrando. El voto ciudadano está cambiando muchas cosas en la política actual y está lanzando el claro mensaje de que el poder político debe perder arrogancia, limpiarse de corrupción e ineficacia y autolimitarse, un mensaje que si no es atendido pronto por los alienados políticos, va a repetirse hasta la saciedad, incrementarse y pronunciarse en otros foros de manera más drástica.
Se equivocan los que sólo ven en este voto ciudadano un rechazo al liberalismo y a la globalización, o un reflejo del miedo a que desaparezca el Estado del Bienestar. Es esa una interpretación interesada y mentirosa. Si ese es el mensaje, ¿por qué entonces la socialdemocracia, impulsora del Estado Benefactor, está siendo derrotada por doquier (en Alemania, en Polonia…)?
Lo que los ciudadanos están haciendo es gritar para que se acabe la fiesta, para que en lugar de asustarles con la amenaza terrorista, los gobiernos y los partidos solucionen los grandes problemas del mundo, la desigualdad, la miseria, la guerra, etc., para que los líderes dejen de ser ineficientes y ofrezcan a los pueblos salidas y soluciones, la principal de las cuales deberá ser la regeneración de una democracia que ha sido secuestrada y degradada por los élites políticas profesionalizadas.
Lo que los ciudadanos rechazan no es la globalización, ni la derecha, ni la izquierda, sino mucho más: una forma bastarda de hacer política, un estilo corrupto y arrogante de gobernar en el que los políticos se creen dueños del poder, se divorcian de los ciudadanos y se transforman en los nuevos amos del mundo.
Como advirtió un día Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, ” Los gobiernos se han vuelto excesivamente arrogantes “.
Como consecuencia de esa “rebeldía” ciudadana, la Constitución Europea que un día redactó Giscard y su equipo de tecnócratas, ha tenido que ser enterrada, sin que ninguno de sus mentores se atreva hoy a mencionarla siquiera.
Esa “rebeldía” ha logrado ya que algunos partidos políticos que tenían en sus manos todo el poder, como varios socialdemócratas, hayan sido derrotados y obligados a abandonar sus prácticas corruptas en la oposición.
Ese es el destino que les espera a los muchos miserables que controlan nuestros países.