Añoraremos la Navidad, soñaremos natividades
Padre Custodio Ballester Bielsa.- La Navidad, gran fiesta de todas las cristiandades, incluida la católica, ha sido durante muchos siglos la mayor fiesta del año, largamente esperada, hacendosamente preparada, hondamente vivida. Tampoco había para menos. Es el cumpleaños de la prodigiosa civilización cristiana, centrada en el cumpleaños de nuestro Salvador. Porque durante tanto tiempo tuvimos conciencia de que necesitábamos un Salvador, fuimos conscientes de que no podíamos seguir naciendo y muriendo sin un Redentor.
Pero algo grave, gravísimo nos pasa: nos hemos cansado de la Navidad. Ya suena muy anticuado eso de “Feliz Navidad”. Hoy se lleva con más normalidad el “Felices Fiestas” más globalista, más inclusivo, más respetuoso con los demás credos. Resulta que hemos recobrado una fe ciega y una esperanza desbordada en el hombre, olvidando que todo lo recibió de Dios. Y resulta que esa ceguera y esa locura nacen de las cenizas del Dios al que hemos condenado al más lamentable de todos los holocaustos: el Dios que nos creó, totalmente quemado, reducido a cenizas. Nos hemos autoconvencido de que podemos vivir sin Dios: sin el Dios niño, que requiere demasiados cuidados, y sin el Dios crucificado, que nos recuerda que el mal existe y hemos de combatirlo: mejor con la ayuda de Dios.
Se está pasando de moda la Navidad, cada año más, porque hemos cargado locamente contra la natividad. Vivimos el nacimiento como un castigo, como una cruz, olvidando que todos hemos nacido. Y felices que nos sentimos de haber nacido: tanto, que todos los años lo celebramos. Pero ya está. Parece que, habiendo nacido nosotros, ya no se necesitan ni tantos nacimientos ni tantas navidades.
¡Cómo se está apagando lentamente la Navidad, la gran fiesta de los niños! Luces, sí, muchas luces; pero ya no para celebrar el Nacimiento del que hemos renegado, sino para dejarnos arrastrar a la dulce servidumbre del consumo. Músicas sí, pero cada vez menos los dulces e ingenuos villancicos que iluminaron nuestra niñez; cada vez más lejos ese “vuelve a casa, vuelve por Navidad”. Se nos está desmoronando la casa, nos estamos quedando sin la familia, demolida a conciencia por las élites culturales y políticas.
Ale, ale, antropólogos antropófagos, repasad todas las civilizaciones, todas las culturas, todas las religiones, a ver si alguna ha creado una fiesta tan impresionante, tan genial como la Navidad. Tenemos un gran tesoro (ya sólo nos quedan los rescoldos), el mayor patrimonio espiritual de la humanidad, el mayor tesoro y lo estamos dilapidando: Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz» (Isaías 9,5).
Por eso nos queda el consuelo cierto de que después del diluvio (quizá de fuego), tiempos vendrán en que añoraremos la Navidad y la restauraremos; soñaremos natividades tras la vuelta a la sacralidad de la vida humana, y anhelaremos de nuevo acoger en nuestros brazos y en nuestro regazo al recién nacido al que llevamos ya más de medio siglo vedándole la vida. Dios es grande, Dios es bueno, Dios es misericordioso y se apiadará de nosotros a pesar de nuestra ridícula soberbia. Y entonces el pueblo que andaba en tinieblas verá una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brillará sobre ellos. El Señor nuestro Dios acrecentará el regocijo, hará grande otra vez la alegría (cf. Isaías 9,2). Y volverá esplendorosa la Navidad.
Por eso, y a pesar de todo, también este año ¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!
¡Feliz Navidad! Padre Custodio.
Hoy más que nunca necesitamos a nuestro Salvador, Padre Custodio, sólo Él podrá salvarnos de las garras del oscuro que todo lo emponzoña aquí en las alturas del poder humano.
Feliz Navidad.