Sánchez admite que Paracuellos existió
Inocencio Arias.- La noticia estaba esbozada en un editorial de El País, el periódico que mantiene una relación especial, casi tórrida, con el sanchismo y al que el Gobierno mima ofreciéndole primicias, incienso y mirra. Un editorial a propósito del aquelarre sobre Franco deslizaba que los actos «criminales» del dictador eran brutales y numerosos, pero que en las filas del Frente Popular hubo, aunque escasas e incontroladas, no endémicas como en el bando nacional, alguna «tropelía». Dos días más tarde, La Sexta afirmaba que el maltrato en nuestra guerra a «algunos» religiosos por los santones de la izquierda, por muy exagerados que fueran la derecha el Vaticano con sus santificaciones, había hecho el juego al bando rebelde. Al día siguiente, La 1, en un programa cultural, entrevistaba a Alfonso Ussía y no censuraba que Muñoz Seca, abuelo del columnista y el comediógrafo más representado en los años treinta, había sido asesinado con centenares de personas en Paracuellos en noviembre del 36.
Tantas insinuaciones blasfemas hasta hoy, calificadas de bulos de la derecha fascista, parecen el preludio de la bomba que explotó ayer la agencia EFE: Sánchez va a anunciar, en su segunda homilía sobre las atrocidades de Franco, que pronunciará en el Valle de los Caídos, que Paracuellos, aunque fuera un acto perpetrado por incontrolados manejados por asesores soviéticos, no es un timbre de gloria de la honesta y democrática actuación de la República y que en aras de la concordia y para demostrar que él no es divisorio, irá a esa localidad donde lo admitirá sin rodeos.
El anuncio ha producido sensación que se ha acrecentado cuando un periodista de El Debate ha conseguido un borrador del discurso, en el que han venido trabajando unas dos docenas de asesores de los tropecientos que hay en Moncloa, y del protocolo a seguir en la conmemoración del tristemente célebre Paracuellos. Hijos de combatientes desfilarán con banderas de los dos bandos, el presidente de la Conferencia Episcopal bendecirá los lugares donde estaban las amplias zanjas en que se amontonaron los cadáveres y el Rey será invitado a asistir (lo que puede ser una trampa para el monarca).
Sánchez manifestará que entre los muertos hubo bastantes a los que se acusó precipitadamente en tribunales dominados por incontrolados y no pocos que no tuvieron ningún proceso, lo que no cuadra con la limpia actuación judicial de los gobiernos del Frente Popular. Citará varios destacados socialistas del Gobierno de la época que lamentaron lo ocurrido. Anunció la creación de una Comisión, nombrada totalmente por el Gobierno, para que estudie cómo pudo ocurrir esa tragedia sin que los limpios demócratas del PSOE, Largo Caballero, Negrín, Prieto, Del Vayo, se enterasen. Algún periodista no oficialista ya ha comentado que el Gobierno intenta desviar la responsabilidad de Paracuellos hacia el Partido Comunista y Santiago Carrillo, que según personas cercanas a Ferraz nunca habría explicado satisfactoriamente su conducta en ese crimen colectivo.
El Partido Socialista está confuso ante el anuncio aunque no trascienda. Un diputado cercano a Patxi López ha apuntado que se abre la caja de los truenos, que surgirán más libros como el de Julius Ruiz que traten de explicar cómo de noche se vaciaron varias cárceles de Madrid, se montaron dos o tres mil personas que no habían hecho la guerra en autobuses desde primeros de noviembre hasta al 4 de diciembre, y después de despojarles de sus efectos personales, el reloj, su ropa, muchos fueron con su bata carcelera, eran colocados al borde de las zanjas, donde eran fusilados y rematados.
Bolaños parece haber criticado el embolado que le cae encima —¿cómo se explica la pasividad de Largo Caballero, presidente del Gobierno, o la de Margarita Nelken ocultando alevosamente lo que ocurría ante delegaciones extranjeras?— y Zapatero cuestiona en privado el proyecto: «Hay muertes y muertes, vamos a perder el relato». Albares, por el contrario, como monaguillo ingenuo y leal, se ha venido arriba en su canto a la influencia de España y, según un diplomático, ha recordado ufanamente que Paracuellos fue precursor de la masacre de Katyn (en la que los soviéticos clandestinamente asesinaron a unos 10.000 oficiales del ejército polaco y cuando el Gobierno de Varsovia en abril de 1943, en plena guerra mundial, lo denunció, Stalin tuvo las agallas de culpar al ejército alemán y a Polonia en un comunicado en el que hablaba de una campaña «calumniosa y hostil contra la URSS» y rompió relaciones con Polonia. Moscú reconoció décadas más tarde su autoría y Sánchez, si lo hace, pasados 89 años).
La decisión sanchista tiene varias interpretaciones. Para unos es algo para desconcertar a la derecha, jugando a la equidad para atraerse votantes desencantados con la amnistía y el guerra civilismo. Un periodista del Guardian de esos que vienen a España cinco días y escriben un libro comenta que Sánchez es un maestro de los tiempos y que da un golpe audaz que le puede ser rentable. Otros apuntan que, acorralado con la corrupción de su entorno y pasmado con la declaración balbuceante de David Karajan Azagra, quiere distraer la atención haciendo titulares con otros temas, por peliagudos que sean.