Pasión y fervor legionario en todo lo alto en el pregón de Semana Santa de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Málaga
Manuel Reina Olmedo.- Con el cartel de ‘no hay billetes’ en los salones de la asociación cultural Cortijo de la Duquesa, sede provisional de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Málaga, el periodista Armando Robles, director de AD, fue el encargado de pronunciar el 10º pregón de Semana Santa de la citada hermandad.
Sus sentidas palabras estuvieron dedicadas a la historia de la legión y a su experiencia infantil en la ciudad autónoma de Melilla. Antes, el vicepresidente de esta entidad, José Ángel Cobo, dio la bienvenida a los asistentes, que abarrotaban la sala.
Armando Robles fue presentado por Ángel Melero, pregonero del año anterior, que le dedicó un sentido discurso, en el que glosó la importancia de la prensa libre y crítica como pilar fundamental del andamiaje social y moral de España.
El acto contó con la colaboración de la prestigiosa saetera, Pepa Mateos, quien emocionó a los asistentes con la magistral interpretación de varias saetas al Cristo de Mena.
Al finalizar el acto, repleto de emociones a flor de piel, los asistentes cantaron el Himno de la muerte. También pudieron degustar unas exquisitas torrijas y la tradicional leche de pantera legionaria.
Comenzó Robles su pregón recordando unas palabras del profesor Guillermo Rocafort en su programa La Ratonera: “Hablar de La Legión es una de las cosas más serias y profundas que se pueden hacer en este país”. A continuación reivindicó la naturaleza espiritual de la Semana de Pascua, “en medio de una sociedad cada vez más secularizada”, para unir el nombre de La Legión “al concepto de la transcendentalidad del que emerge nuestra razón cristiana de ser y de existir”. Reproducimos a continuación el pregón del director de AD:
“Apreciados socios y miembros de la Junta Directiva de la Hermandad Provincial de Antiguos Caballeros Legionarios de Málaga…
Faltan pocas jornadas para que recorra las calles de España un hombre ensangrentado llamado Jesús. En Málaga, ese recorrido es aún más fervoroso y multitudinario si cabe.
La Semana Santa pone siempre ante nuestros ojos la imagen del Crucificado, la imagen del Hijo único de Dios Padre, concebido en las entrañas virginales de María Santísima que, al decir del apóstol Pedro, “pasó por el mundo haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el poder del Maligno”.
Precisamente, será este crucificado el que procesionará por las calles de nuestra Málaga, donde la multitud de los fieles dirigirá, una vez más, su mirada hacia el Cristo de Mena, acompañado y sostenido por los esforzados brazos de nuestros legionarios.
Esa manifestación de fe pura nos recordará aquel espíritu legionario que reza: “El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde”. Lo cual nos remite a las palabras del mismo Jesucristo que afirma: “Desde tiempos de Juan el Bautista el Reino de los cielos sufre violencia y sólo el que lucha lo arrebata”. Y no hay mayor lucha ni mayor combate que el que sostuvo Cristo en obediencia a los designios del Padre, por los cuales “subió a la Cruz y cargó con nuestros pecados para que muertos al pecado vivamos para la justicia. Sus heridas nos curaron” de nuestra infidelidad y de nuestra molicie. Sabiendo que hemos sido rescatados del pecado y de la muerte, no con algo que pueda perder valor, con oro o con plata, sino al precio de una sangre preciosa, la de Cristo, el Cordero sin mancha ni pecado.
Los ojos de nuestra fe contemplarán en la Semana Santa malagueña al Cristo de Mena, escoltado y portado con honor y gloria por los caballeros legionarios. Portado, digo, como un caído en combate. Pero este caído es un caído muy singular, porque ha resucitado y vive para siempre para seguir combatiendo con todos aquellos que quieran seguirle y, bajo su bandera, luchar hasta la muerte por el Bien y la Verdad. Como sostiene el prefacio pascual, “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida”, la eterna, la perdurable, la que no se acaba con la muerte y que llegará a la plenitud cuando Cristo vuelva con poder y gloria, y ponga a sus enemigos como escabel de sus pies. Que en ese día, terrible y glorioso, nos salve Jesucristo y su Madre Santísima, la que seguirá dolorosa los pasos de su Hijo, muerto y resucitado por nuestra salvación.
Quisiera que recreáramos y trasladásemos el prodigio de la Pasión a las calles de Málaga, provincia de Galilea.
En Málaga, lo natural señores. Es Jueves Santo y La Legión recobra el protagonismo de todos los años. Decenas de miles de malagueños se arraciman en el puerto desde primera hora para contemplar el espectacular desembarco de los legionarios procedentes este año de Ronda. Es Jueves Santo y La Legión es vitoreada durante su tradicional pasacalles a marcha rápida, desde el puerto hasta la Casa Hermandad del Cristo de la Buena Muerte, que ellos procesionan.
Verlos redoblar su paso por las nuevas y viejas calles de mi ciudad es posiblemente el espectáculo castrense más vistoso de cuantos puedan existir. Es Jueves Santo en Málaga. Es el día de los legionarios. Es un buen día para abrir cauce al recuerdo.
Al aire fresco y hermoso de Málaga, la llegada de los legionarios vuelve a ser como una reconsagración del viejo espíritu español, fiel hasta el tuétano, antes de que las modas postconciliares lo adulteraran todo. La Legión me transforma. Me impele a ello mi lugar de nacimiento. De ahí que me habrán de perdonar este desahogo partidista.
Pasan los años, se envilece todo, y La Legión nos sigue mudando de barrio durante unas horas. Si quisiéramos aprender de ellos, de los que por ser legionarios de raza no dejarán nunca de ser personas cabales y españoles decentes, su ejemplo serviría para reorientar nuestras pobres vidas, en muchos casos egoístas y vacías, hacia fórmulas morales que pudieran resumirse en el elogio de la lealtad y el compañerismo como linimentos para la musculatura social española.
También nos podrían proyectar su luz sobre los adecuados lugares, en ellos comúnes, a los que sería aconsejable enviar a muchos de nuestros jóvenes, o sobre la conveniencia de hacer del compañerismo y la recta disciplina una saludable forma de vida. Todo ello es tanto más de agradecer teniendo en cuenta que la ministra de Defensa se halla a las órdenes del siniestro caballero que ustedes ya conocen.
Tenía veintipocos años cuando el periódico para el que trabajaba en Málaga me envió al frente de su delegación en Melilla. Fue llegar y reencontrarme con la ciudad que volvía a dar luz a mi olvidada infancia. Al poco de estar allí, algunos políticos nacionalistas canarios alentaron una campaña incendiaria contra la presencia legionaria en aquellas islas. Aquellos legionarios no eran cipayos, ni tenían alma de parias en su propia patria. Asi que puse las páginas de aquel influyente periódico a disposición de aquellos soldados, que estaban siendo ofendidos e injuriados por un puñado de canallas, al amparo de un sistema que deja sin consecuencias los peores actos.
Los resultados aún hoy sobrecogen mi ánimo. Cientos de familias melillenses (les aseguro que el dato no es exagerado), ofrecieron sus casas al comandante general, creo que Gautier Larrainzar, para alojar en ellas a los legionarios ‘apestados’ de Canarias. “Aquí sí les queremos”, rezaba el titular a cinco columnas de la portada que daba vida al histórico ofrecimiento. Fue una comunión sincera y conmovedora entre el pueblo y La Legión. El coronel Casaña, jefe del Tercio Gran Capitán, viejo y entrañable amigo de mi familia, se creyó en el deber de hacerme los honores con una placa que conservo como una de mis pertenencias menos canjeable.
“Usted es peligrosísimo”, me soltó con un tono tierno. “Cree en lo que dice y dice lo que cree”.
-Si usted lo dice, mi coronel.
Ocurre que La Legión es como el amor. Nunca acaba, jamás se destruye, siempre deja rescoldo para encender el viejo fuego, de modo que si sopla el viento se puede producir el gran incendio.
Pero a lo que íbamos. La Legión estará un año más en Málaga para trasladar a hombros al Cristo de la Buena Muerte, en una combinación de marcialidad y magia teatral absolutamente incomparable.
Melancólica la cara del Cristo de Mena, verde oliva el traslado, se lo paga el pueblo en lágrimas de chirimiri, tenaces, constantes, profundas. Algunos viejos parecen arrebatarse como si le volviese al cuerpo maltrecho aquella gloriosa juventud legionaria en el ex Sáhara español, mientras el tenaz estribillo suena más fuerte que nunca por las calles de Málaga: “La estreché con lazo fuerte y su amor fue mi bandera”.
La muerte hay que esperarla así, con esa inmaculada serenidad, con esa especie de acogimiento del rito legionario que aparece en el último párrafo, serenamente escrito, uniendo el cuerpo inerte de Cristo crucificado al protocolo de La Legión que para todo lo tiene, y más para la muerte, su más leal compañera.
Tanto es así que cuando el ex jefe del Estado supo que se moría el general Millán Astray, teniente coronel fundador del Tercio, que a él le eligiera como lugarteniente y jefe de la Primera Bandera, abandonó El Pardo y se fue a la casa de su compañero. Ante la puerta del cuarto de Millán, tomó del brazo al ayudante del corajudo mutilado y le ordenó:
-Entra y dile al teniente coronel que desea verle el comandante de la Primera Bandera.
Esta suprema elegancia ante la muerte es señal de fe, de corazón entero, de hombre cabal. Las calles de Málaga lo perciben. No hay resonancia del pasado en ellas. Sólo emoción. La que sentí hace ya muchos años al ver acompañado al Cristo de Mena por los novios de la muerte procedentes del cuartel de Cabrerizas, cerca de los bellísimos pinares de Rostrogordo.
Verlos balancearse de lado a lado, con cadencia musical, junto a su Cristo, me reconcilia con el presente. Lo siento, pero estas cosas me ponen. Me motiva La Legión, me aburre la mayoría de civíles que conozco. No habría nada más monótono, bostezante y lacerante que el manual de vida de un representante de la sociedad civíl comparado con el ideal de vida de un legionario, depositario de valores y principios que en nuestros randas de la patria serían motivo de alergia. La disciplina legionaria, el vigor de sus tradiciones, estimula la circulación de la sangre, vigoriza el pensamiento y alegra los humores, hasta en plena Pasión de Jesús.
Todo empezará en la mañana del Jueves Santo, la mañana del desembarco. Mi mente viaja a 1921, poco después de la aniquilación del ejército español en Annual, perdidas las posiciones que defendían nuestras plazas en África, con el traidor Abdelkrim poniendo cerco a la ciudad de Melilla, rebosante de niños, mujeres, ancianos y heridos de guerra. No había hombres para defenderla. Al fin, en la amanecida del 24 de julio llegan dos banderas legionarias al puerto de Melilla. Millán Astray está al frente. Saluda de este modo al pueblo aterrorizado: “¡Melillenses!: Os saludamos, es La Legión que viene a salvaros, no temáis, nuestras vidas os lo garantizan..!”.
Desembarcan los legionarios desfilando con paso alegre, firme y rápido, entonando “La Madelón” y “Los Voluntarios” al son de cornetas y tambores, haciendo demostraciones de armas, arrancando de la población vivas y aplausos. Entre ellos ya despuntaba la figura de un joven comandante de origen ferrolano llamado Francisco Franco. Entre las que vitoreaban a los salvadores legionarios había una niña de 11 años. Era mi abuela Francisca. Acababa de perder a su tío Ramón en Annual. Sus restos descansan hoy en el panteón de los héroes del cementerio melillense, acaso el espacio geográfico español con más valientes por metro cuadrado. Aquellos legionarios la salvaron de una muerte segura y sabe Dios de cuántas afrentas más.
En recuerdo de aquella jornada, Melilla levantó una estatua al comandante Franco, que hasta hace pocos años se conservaba en la entrada del puerto, junto a las murallas de la imponente Acrópolis. Los diputados locales del PSOE y del partido promarroquí de Mustafá Abercham, tanto monta, se obstinaron en que la estatua desapareciese del espacio público. Y así fue. Y así sigue siendo. Espero que Juan José Imbroda, presidente hoy de la Ciudad Autónoma, tenga la dignidad que el recuerdo de aquellos legionarios merece.
Toda mi vida, por lo tanto, se siente fielmente ligada a los hombres que el Jueves Santo tomarán las calles de Málaga. Gracias a ellos abracé la fe española al conjuro de la voz de mi madre, a la que permanezco fiel, de que nada había más grande que nacer siendo español. De la niñez endulzada con recuerdos legionarios (los muros del acuartelamiento Valenzuela, muy cerca de la frontera de Beni Enzar, nos servían de improvisadas porterías) a esta insólita madurez que me ha tocado vivir en la España de Sánchez, donde hay veces que hasta La Legión me parece irreconocible. Por fortuna no el Jueves Santo. Así que me siento ante el ordenador y me pongo a teclear, lejos de los ecos que restallarán un año más en calle Larios. Y hago lo único que se puede hacer, mostrar nuestro corazón de acero en este trago amargo, lejos, tan lejos, del sonido envolvente de mis legionarios.
Siempre nos quedará Málaga para recordarlo. Que Dios proteja siempre a España y cuide de La Legión”.
Mi enhorabuena Armando..como siempre impecable y un acto muy bonito con una compañía excelente. Un saludo amigo mío